Para obtener un kilogramo de proteína procedente de alubias se necesita dieciocho veces menos tierra, diez veces menos agua, nueve veces menos combustible, doce veces menos fertilizante y diez veces menos plaguicidas que para producir un kilo de proteína procedente de carne de ternera. Si en lugar de con alubias hacemos la comparación con pollo y huevos, la ternera sigue siendo seis veces menos eficiente.

Son datos del estudio publicado en la revista Public Health Nutrition en 2014 sobre el coste ambiental que suponen las diferentes fuentes proteicas. Reducir, por tanto, el consumo de alimentos de origen animal es un arma poderosa en la lucha por un mundo más justo y sostenible. A lo que habría que sumar el impacto positivo que tal decisión tendría en nuestra salud, ya que si algo concluyen las investigaciones realizadas y con algo están de acuerdo todos los organismos de salud pública es que se debe aumentar el consumo de alimentos de origen vegetal en nuestra dieta.

Cada kilo de carne de ternera necesita 15.400 litros de agua en su producción. Un kilo de legumbres, solo unos 5.000 litros

La huella ecológica es el concepto que sirve para medir el impacto ambiental que suponen las actividades humanas. La huella ecológica relaciona la demanda de recursos naturales con la capacidad del planeta para compensarlos y restituirlos. Para ello, tiene en cuenta tanto la tierra como el agua necesarios para producir esos recursos, y también la emisión de CO2, así como la capacidad de asimilar los residuos producidos. Es un indicador básico de sostenibilidad, porque evalúa los estilos de vida y las actividades humanas en relación a su impacto en la tierra y la capacidad de regeneración de la misma.

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La tierra está al límite

Según el informe Planeta vivo de la Global Footprint Network, la huella ecológica media del ser humano es hoy de 2,6 hectáreas globales (medida que expresa la huella) por persona, cuando la capacidad del planeta es de solo 1,8.

  • Consumimos recursos y generamos residuos muy por encima de la capacidad de la Tierra. Necesitaríamos un planeta y medio para asumir la demanda actual, y casi cuatro planetas si todos fuéramos estadounidenses. La huella ecológica se ha multiplicado por 2,5 desde la década de 1960. De seguir por esta senda nos dirigimos hacia el agotamiento de los recursos naturales y a consecuencias como el deshielo del casquete polar.
  • Un problema de ricos: aunque se trata de una media global, si nos fijamos en países concretos podemos observar que los industrializados tienen una huella muy superior a la que tienen las zonas en vías de desarrollo. Ocupan los primeros lugares Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes, seguidos de Dinamarca y Bélgica. Estados Unidos se coloca en octavo lugar y España en el puesto cuarenta, con una huella ecológica media de unas 4,3 hectáreas globales por habitante, muy por encima de la media mundial. En la cola encontramos a Palestina, Haití, Pakistán o Eritrea. Son datos que reflejan una realidad injusta.
  • Un impacto global: el informe de la FAO –el organismo de la ONU para la alimentación– titulado La larga sombra del ganado comienza así: «Este documento ha sido titulado deliberadamente La larga sombra del ganado buscando la manera de llamar la atención de los técnicos y del público en general sobre la gran responsabilidad que la producción animal tiene en el cambio climático, en la contaminación atmosférica, en la degradación de la tierra, del suelo y del agua, y en la reducción de la biodiversidad».

El coste de la carne

El trabajo de la FAO desgrana la situación de la producción ganadera mundial y su impacto en el medio ambiente, en el avance del cambio climático, en la contaminación de acuíferos, en la biodiversidad e incluso en cuestiones políticas y sociales. Es este el informe del que se extrae el conocido y escalofriante dato de que la cría de ganado produce más gases de efecto invernadero que todos los medios de transporte juntos.

  • Acaba con los árboles: el informe también apunta a la industria ganadera como responsable de gran parte de la deforestación y la pérdida de biodiversidad, pues el suelo dedicado a la producción de forrajes representa un tercio del terreno agrícola mundial.
  • Ensucia y gasta el agua: es además el mayor contribuyente a la contaminación del agua gracias a los desechos de los propios animales, los antibióticos, las hormonas, los químicos usados en curtidurías... En definitiva, plantea el escenario de una producción a todas luces insostenible pero espoleada por la demanda cada vez mayor de productos cárnicos en el mundo. La industria ganadera requiere además una gran cantidad de agua para alimentar a un animal. ¿De cuánta estamos hablando? Según la Water Footprint Network, cada kilo de carne de ternera necesita 15.400 litros de agua. Un kilo de legumbres necesita, en cambio, entre 4.000 y 5.000 litros. Y el agua es un bien escaso que no podemos desperdiciar.
  • Cambia el clima: los alimentos viajan una media de 3.827 km antes de llegar a nuestro plato y producen más de cuatro toneladas de CO2 –uno de los gases que calientan la atmósfera–, según el informe Alimentos kilométricos, de Amigos de la Tierra. Los que más viajan son los pescados, crustáceos y moluscos, seguidos de los piensos y del café, el té y las especias, y un poco por debajo, legumbres y frutas. Es un buen motivo para fijarnos en la procedencia de los alimentos y elegir aquellos que se hayan producido más cerca.

La alternativa vegetal

¿Hay alternativas a este despilfarro de recursos y a los desastres que causa este modelo alimentario? Sí, pero requieren cambios de estilo de vida. La dieta vegana emite la mitad de CO2 que la alimentación carnívora. Esta diferencia es suficiente para animarnos a modificar nuestro menú.

Las directrices oficiales estadodunidenses del 2015 aconsejan por primera vez por motivos ambientales y sanitarios. El planeta y nosotros necesitamos alimentos sin tóxicos, de temporada, de proximidad, sin envases innecesarios. Que se hayan obtenido de manera sostenible y sin explotación. Y que haya alimentos para todos, ahora y en el futuro.