Guy Corneau fue un psicoanalista, máster en ciencias de la educación por la Universidad de Montreal (Canadá), conferenciante internacional y autor del libro ¡Revivir! La superación del cáncer con una actitud psicológica y espiritual (Luciérnaga), basado en su experiencia personal. Un análisis en profundidad, y en primera persona, sobre los retos del cáncer: sus causas, el descenso a los infiernos que supone, los recursos que hoy tenemos para hacerle frente y la importancia de mantener una actitud serena, atenta y positiva.
El cáncer nos da nuevos recursos
Las enfermedades marcaron el destino del psicoanalista junguiano Guy Corneau. Una colitis ulcerosa lo apartó del teatro y de la creatividad artística que le habían interesado siendo adolescente. Y el cáncer que padeció en los últimos años le hizo recuperar su faceta artística, rectificando así la vida que llevaba y abriéndose a nuevas experiencias espirituales. Hoy recuperamos esta valiosa entrevista.
Cuando supo que tenía cáncer, llegó a la conclusión de que la enfermedad se había producido por una separación de las diferentes partes de sí mismo...
Antes del cáncer mi vida era excitante. Yo era un autor de éxito con su propio programa de televisión y hacía largas giras de conferencias. Todo esto crea un contexto favorable para separarse de uno mismo. Trabajas, el éxito te lleva y no reposas mucho... Al mismo tiempo, otros elementos creativos de mi persona, ligados a la sensibilidad artística, estaban desatendidos.
La enfermedad vino a decirme que esta negligencia conmigo mismo había durado demasiado.
Una situación extrema que le obligó a cambiar.
Sí. Las partes de uno que se desatienden y que se ocultan, las partes que tienen una relación directa con nuestra esencia creadora, esas partes tan vitales acaban por reclamar lo suyo. Cuanta mayor sea la diferencia entre lo realizado y lo que estábamos llamados a realizar, más extremo puede ser el grito de alarma de nuestro ser más profundo.
Dice que una de las causas que puede generar cáncer de estómago es la culpabilidad inconsciente.
El estómago es un órgano que madura muy pronto para permitir nuestra supervivencia como lactantes. Los problemas en él nos hablan de elementos psicológicos que un niño no ha podido digerir. Factores como la humillación, la desvalorización, el abandono, la negligencia o los abusos. A la vez, estos problemas hablan de la culpabilidad asociada al hecho de no estar plenamente al cuidado de uno mismo. Es como si un mal nos carcomiera porque una parte de nuestro ser no está contenta de vivir.
¿Cómo ha cambiado el cáncer la vida de Guy Corneau?
Cada episodio de enfermedad intenso me ha dado nuevos recursos para mi desarrollo. He aprendido a utilizar la imaginación creativa de una manera muy concreta y a dialogar con las células desequilibradas de mi organismo como si fueran las mandatarias de la inteligencia de la vida. El nuevo Guy prueba a poner en práctica las enseñanzas de la enfermedad en el día a día. Ha bajado el ritmo, trata de disfrutar más de cada experiencia y ha vuelto al teatro, un arte que le apasionaba en su adolescencia. El psicoanalista cede poco a poco el paso al artista ¡y la vida es más feliz!
Para combatir el cáncer ha usado la medicina alopática, con quimioterapia, naturopatía, homeopatía, acupuntura, técnicas energéticas...
Yo creo que el cuerpo y el espíritu están unidos. La enfermedad del cuerpo no es solo la enfermedad del cuerpo. Nos habla también de conflictos emocionales internos, de problemáticas relacionales o de una creatividad olvidada. Así, una aproximación global que aúne tanto la medicina convencional como la psicoterapia permite tratar los diferentes aspectos del ser.
La imaginación creativa y la meditación posibilitan una comprensión y una relajación profunda que estimulan los mecanismos naturales de autorregeneración.
Creo que sumando las diferentes disciplinas multiplicamos las posibilidades de curación. Pero no se trata de probarlo todo de forma frenética movidos por el pánico. Se trata más bien de ir hacia las soluciones que nos llaman desde el interior y que nos parecen justas.
¿Qué lugar ocupa la espiritualidad en la curación del cáncer?
La espiritualidad representa para mí una mirada sobre el sentido profundo del ser. Permite cambiar el enfoque sobre nosotros mismos y sobre los acontecimientos que la vida nos ofrece. La espiritualidad me ha permitido salir de una posición de víctima y utilizar la prueba que se me estaba dando como trampolín hacia una nueva realización.
Tuvo sueños que le dieron información valiosa para comprender lo que le estaba sucediendo. ¿Qué le decían?
Antiguamente se creía que los sueños eran los mensajeros de Dios, pero hoy sabemos que son los mensajeros de nuestro ser profundo. Es como si la unidad fundamental de nuestro ser y de la vida trataran de dirigirse a nosotros.
En momentos extremos, los sueños son más claros. Nos preparan para otra vida, una vida tras la muerte o una vida renovada sobre la Tierra.
Mis sueños me han hablado del pánico de saberme enfermo y deber cambiar, y de la desesperación de las partes creativas dejadas de lado. Me han hablado asimismo del sentido profundo del momento que atravesaba. Por ejemplo, en uno que tuve después de saber que el cáncer se había retirado de los órganos afectados, debía plantar mi cabeza en un gran hoyo que había cavado con mis propias manos. Tenía una gran sonrisa y grandes hojas verdes rodeaban mi cabeza; sonaba una música de fiesta. Comprendí entonces que había necesitado la sacudida de la enfermedad para salir de una estructura rígida ante la vida y para plantar mis inspiraciones de nuevo en el suelo.
¿Cuál es la mejor actitud para acompañar a un enfermo?
El entusiasmo es una actitud fundamental a cultivar. Hay que procurar no identificarse demasiado con lo que vive el enfermo, sobre todo si es una persona amada, y hay que recargar pilas fuera de esta experiencia para seguir siendo un buen acompañante y no decaer pronto. Por otra parte, podemos dar nuestra opinión al enfermo sobre las decisiones a tomar, pero respetando en todo momento su libertad. Además, es necesario ayudar a la persona a honrar los bellos momentos de su vida, a contemplar la belleza y pureza de sus intenciones, aunque no todo haya sido acertado. Y si se encuentra en lucha, incluso será necesario darle el permiso de soltar y dejarse ir en paz.
¿Qué le sugeriría a aquellas personas que transitan por el cáncer, tienen miedo y se sienten sin fuerzas?
La vida, a pesar de las apariencias, no es más que un gran escenario en el que vamos interpretando a medida que avanzamos. También el desaliento forma parte de él. Seguramente tendremos que tratar de encontrar los elementos y los recuerdos que nos animen a seguir viviendo. Es necesario cultivar pensamientos serenos, verse saludable e imaginar cómo será nuestra vida una vez superada la enfermedad.
El desaliento es normal, forma parte de toda prueba y da peso a la experiencia.
Cuando estamos al límite de nuestras fuerzas hay que permitirse momentos para descansar y ceder el control.
Un ejercicio de imaginación creativa fue decisivo para ayudarle...
El cuerpo humano está compuesto por unos cien billones de células. Nuestros pensamientos incluso tienen su origen en el movimiento microscópico de las células. Se trata entonces de ponerse a la escucha de las células desequilibradas. Es importante escuchar el mensaje profundo y una vez que hemos entendido bien ese mensaje, podemos hacer saber a las células afectadas que su mandato ha terminado, ya que ahora estamos atentos a nosotros mismos y decididos a hacer los cambios necesarios a los que nos invita esta toma de conciencia. A partir de aquí, se puede invitar a las células madre, que representan el sistema natural de autorreparación del cuerpo, a introducirse en las partes afectadas para crear una profusión de nuevas células, células llenas de luz que danzan al ritmo de la vida.
Usted ha pasado también por el cáncer y la muerte de su mujer, Yanna. ¿Qué le ha enseñado la vida?
Que es efímera. Nuestro paso sobre la Tierra no es más que eso, un paso. A mi entender, el fin es la apertura del corazón y el aprendizaje del amor incondicional. Acompañar a Yanna hasta el final me ha convencido de que la muerte no existe realmente. Cambiamos de nivel, cambiamos el teatro. Hay días en los que Yanna está muy presente en mí. Entonces me tomo el tiempo para hablarle. Ella me sostiene y me aconseja... He aprendido que no hay fronteras entre los mundos.