El psicoanalista José María Álvarez es autor de más de ochenta publicaciones sobre psicopatología y psicoanálisis, entre las que figuran libros como La invención de las enfermedades mentales (Editorial Gredos) y Hablemos de la locura (Xoroi Edicions).

Es uno de los fundadores de La Otra Psiquiatría, un movimiento que considera urgente la deconstrucción diagnóstica en la psiquiatría actual porque sostiene que las enfermedades mentales no corresponden a un trastorno biológico. También apuesta por desarrollar un trato más cercano y comprometido con el paciente.

Entrevista a José María Álvarez

¿Cómo surgió este movimiento?
Surgió en el hospital psiquiátrico Dr. Villacián de Valladolid para establecer puentes y fortificar lazos con otros colegas del medio sanitario que tuvieran una orientación psicoanalítica. Nuestros intereses eran muy claros: el psicoanálisis, la psicopatología y el trato con el loco. Después de haber conseguido cierto eco incluso más allá de nuestras fronteras, seguimos siendo unos cuantos amigos que nos reunimos para hablar, sobre todo, de la locura. La mayoría de nosotros trabajamos en la sanidad pública y pretendemos contribuir al vigor teórico del psicoanálisis y a su eficacia terapéutica. Cada vez nos acompañan más expertos.

El aumento del movimiento de La Otra Psiquiatría ha desbordado todas las expectativas. ¿Cuál es el motivo de este auge?
La mayoría de los seguidores de La Otra Psiquiatría son jóvenes descontentos con la formación que reciben en la universidad y en los hospitales, que se limitan a enseñar a despachar cuatro recetas, a dar algunos consejos y hasta la próxima cita... Ese tipo de práctica se aprende muy rápido y no compromete a casi nada. Lo complicado es saber hablar con alguien que está enfermo, loco, desquiciado; saber aplacar a un suicida o hacerse el tonto con un paranoico. Esas cosas, aparentemente tan sencillas, requieren años de aprendizaje, de supervisión, de magisterio y buena orientación clínica. Pero no solo están hartos los jóvenes clínicos, también lo están los pacientes que buscan a alguien con quien hablar de lo que sufren y sentirse respaldados y acompañados para encontrar la buena salida.

Usted no considera las enfermedades mentales como una cuestión meramente biológica...
En efecto. Si fuera así, no serían enfermedades mentales sino enfermedades cerebrales. Entonces, los encargados de tratarlas serían especialistas en neurología, medicina de familia o medicina interna. Una cosa es el soporte material y otra lo que motiva las alteraciones mentales o psíquicas. Si quiero ver a un amigo y me pongo en camino para visitarlo, es evidente que me reúno con él gracias al movimiento de mis piernas. Y también es obvio que si estoy lesionado y no puedo poner el pie en el suelo, tendré que aplazar la cita. Ahora bien, pese a la importancia que tienen esas extremidades en la locomoción, probablemente no sean mis piernas las que me mueven hacia él, sino mi deseo de estar a su lado. Me inclino a pensar que si me fallara el deseo, aunque mis piernas funcionaran a la perfección, no me desplazaría muy lejos y renunciaría al encuentro. Con el cerebro pasa algo parecido. Los jóvenes psiquiatras ya no quieren tratar a base de recetas:

“Los jóvenes especialistas están cada vez más hartos de ser meros instrumentos de la industria o meros aplacadores del ruido social con terapias que solo funcionan con quienes no tienen problemas importantes. La clínica es algo más que palabrería cientificista. Llenarse la boca con la ciencia no resuelve el malestar con el que tratamos a diario.”

La condición humana es algo más que materia.
Sí. Se han inventando enfermedades mentales y se sobremedica de forma peligrosa. Se ha dado a entender que las enfermedades surgen del cerebro y que los fármacos las revierten, pero es falso. Además, la psicopatología enseña con bastante precisión a distinguir las enfermedades orgánicas que se expresan con signos mentales de las alteraciones propiamente psíquicas.

Entonces, ¿qué propone para acercarse, comprender y tratar la enfermedad mental?
Debemos esmerarnos en saber hablar con los pacientes para que las palabras y nuestra presencia les resulten beneficiosas. Los fundamentos de la clínica se asientan en las preguntas más simples y a la vez más profundas. Partimos siempre de nuestra curiosidad por averiguar por qué tal persona sufre o goza de tal cosa y no de otra. Eso resulta básico para ayudarla. Y para hacerlo hay que hacer preguntas esenciales, las que se haría un clínico de primer orden o un novelista cuando construye un personaje y desarrolla una trama. En el libro Hablemos de la locura escribí que la quinta esencia de nuestra clínica se organiza a partir de esas preguntas sencillas y evidentes: qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué. Con estos interrogantes en la cabeza, desplegamos las pesquisas que conviene seguir. Incluso cuando estamos ante cualquier sujeto que no está loco le podemos preguntar directamente cómo se explica lo que le sucede, pregunta que a menudo nos suele abrir la puerta de la trastienda del alma.

España es el primer país en el consumo de psicofármacos...
Su actual consumo desmesurado se viene fomentando desde hace medio siglo, cuando se diseñó el ambicioso proceso de convertir en enfermedades médicas muchos problemas, desgracias y calamidades de la vida cotidiana. El primer paso de ese proceso consistió en crear una clasificación supuestamente científica de trastornos mentales, a la que se llamó DSM-III. Una vez que se tiene la clasificación, se le da carta de naturaleza a esas enfermedades inventadas. Y digo, además, supuestamente científica porque los trastornos que se recogen en esa taxonomía se votaron a mano alzada por un grupo de expertos, como si los hechos de los que habla la ciencia se decidieran por votación. Esta clasificación psiquiátrica es una de las obras retóricas de mejor factura que he leído.

¿A qué se refiere?
Se promocionó mediante campañas de prensa en todo tipo de medios de comunicación y revistas especializadas. Según los críticos de este movimiento, las multinacionales farmacéuticas pagaban los ensayos clínicos, compraban a los líderes de opinión y, a través de estos y de sus distintas sociedades, se informaba a los otros especialistas, a los médicos y a la gente de la calle, de las evidencias científicas que presuntamente se descubrían. La primera supuesta evidencia fue que las enfermedades mentales son causadas por alteraciones neuroquímicas; la segunda, que dichas alteraciones podían revertirse solo con los psicofármacos que las multinacionales fabrican. Un negocio redondo, pese a que esas evidencias son falsas.

¿Y las consecuencias han sido muy negativas para la salud?
Esta medicalización de los dramas de la existencia ha resultado especialmente funesta para millones de personas a las que se ha metido en la rueda de la salud mental y, con ello, en muchos casos, su salud ha empeorado. Si esas premisas hubieran sido verdaderas, hoy día, que contamos con mejores medicamentos y psicoterapias, el número de enfermos habría disminuido. Pero no ha disminuido. Por el contrario, ha aumentado. Muchos atribuimos ese aumento paulatino a la patologización de la que hablaba, es decir, a la transformación en enfermedades o trastornos de muchos problemas de la vida. Y ese proceso ha contribuido a crear personas más débiles, enfermizas e irresponsables, personas dependientes que necesitan la ayuda del psicólogo o del médico para afrontar las contrariedades que forman parte de la vida de cualquiera. Hoy día, medio siglo después, estamos tratando de dar marcha atrás a ese proceso de patologización y llamamos la atención sobre la falsa creencia de que todos los males del alma se solucionan con una pastilla.

Se ha dado a entender que las enfermedades surgen del cerebro y que los fármacos las revierten, pero es falso. Por eso actualmente se sobremedica al paciente de forma peligrosa.

¿Cree posible vivificar a un melancólico sin pastillas?
Hay algunos melancólicos que no necesitan psicofármacos, salvo en los momentos críticos. Lo usual es que tomen medicación porque les suele venir bien para atemperar los excesos del dolor del alma que conlleva su locura. A mi manera de ver, en algunos pacientes la principal vivificación de la agonía y desolación melancólica la proporciona la transferencia, esto es, la relación con el terapeuta. Este soplo de vida solo se da cuando el clínico sabe dejarse usar y el paciente consiente poner en palabras algo de su indignidad, de esa maldad esencial que él es para sí mismo y para los otros. Cuando el clínico, como decía, consiente que su paciente se lleve en cada visita algo de su vida, de su deseo y de su entusiasmo, el paciente se va como el vampiro después de morder a la víctima. Con la melancolía debemos dejarnos vampirizar.

¿Cuáles son las “enfermedades mentales” que nuestra cultura produce con más frecuencia?
Con el diagnóstico de síndrome ansioso-depresivo podríamos diagnosticar a la mayoría de los pacientes que nos consultan. Esto indica que la angustia y la depresión están muy extendidas hoy día. El hombre posmoderno blandea en el terreno del deseo. Es el hombre del consumo desmesurado de objetos, el que confía en que esos objetos suturen la división, completen la falta y satisfagan el deseo. Pero la satisfacción del deseo se vuelve problemática. La depresión, la bipolaridad y las adicciones muestran esa paradójica relación con el deseo y retratan al hombre de nuestros días.

¿Qué ha aprendido de su diálogo con sus pacientes “locos”?
Lo que me enseña el trato diario con ellos es la doble cara del ser en su aspecto más radical. Por una parte, el patetismo de necesitar la locura para sobrevivir, y, por otra, el milagro de sobreponerse a la miseria de la vida gracias a la locura y al engaño del delirio. La locura es sobre todo una defensa para sobrevivir:

“El loco no pierde por completo el gobierno de sí mismo. Aunque decida mal, él es quien elije. Por ello la locura es una defensa: cuanto más desvalido está un sujeto, más echa mano de la locura. La enfermedad mental, en cambio, es una desgracia irremediable en la que el sujeto está abolido. Por eso, en mi opinión, es preferible hablar de locura que de enfermedad mental.”