"La gente ríe más cuando menos tiene"

Payaso, fundador y director del Circ Cric e impulsor de Payasos sin fronteras, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Circo 2013.

tortell poltrona payasos sin fronteras

Jaume Mateu i Bullich, más conocido como Tortell Poltrona, es fundador y director del Circ Cric y del Centro de Investigación de las Artes del Circo.

Nacido en Barcelona en 1955, ha sido el impulsor de Payasos sin fronteras, una ONG inusual que nació con el objetivo de actuar en zonas de conflicto
o exclusión para mejorar la situación psicológica de la población afectada. Desde 1993, han realizado expediciones a Yugoslavia, Sáhara, Chiapas, Sri Lanka, Haití, la República Democrática del Congo...

Laureado con el último Premio Nacional de Circo, el compromiso social y humano de este hombre incansable se ha reflejado recientemente en el libro Opinions d’un pallasso (Opiniones de un payaso, Proteus).

Para Tortell, viajar es fundamental para abrir la mente: “La gente no viaja y entonces pasa lo que pasa”. Él siempre lo hace con su nariz roja en el bolsillo.

Entrevista a Tortell Poltrona

¿Un payaso tiene que saber de psicología?
Sí. No es la psicología que se estudia en la Universidad, pero como payaso eres un provocador de emociones y sensaciones. Si no sabes cómo hacerlo, no las puedes provocar en la medida justa. Si te excedes o te descontrolas, no sirves para este trabajo. Si destiláramos esta idea, llegaríamos a la conclusión de que, en el fondo, el payaso debería ser un terapeuta de las personas.

Cuenta en su libro que cuando empieza una actuación busca siempre a una familia entre el público para conectar con ellos...
Sí, intento hacer un muestreo sociológico para saber dónde estoy, qué llega, qué no... Tengo la manía de estar cerca del público; y el circo, un espacio circular, es fantástico en este sentido porque no solo estoy yo, sino también personas que ven a otras personas. Y como somos miméticos, las emociones se contagian.

¿El público ha cambiado desde que empezó?
No lo sé... Ahora sí noto que la gente está cambiando de una forma muy rápida, pero los niños, que son mi principal sostén, no han cambiado mucho: siguen con las mismas ganas viscerales de aprender y lo hacen muy deprisa, son capaces de darle la vuelta a todo y de ser absolutamente felices con nada.

Hoy lo que importa es que los demás tengan la imagen de uno que se quiere transmitir y no la de quien se es realmente.

¿Y por qué se pierde esta capacidad?
Porque nos hacemos adultos y olvidamos al payaso que tenemos en nuestro interior, su habilidad para exteriorizar las sensaciones más íntimas. Empezamos a ser actores de nosotros mismos, nos prefijamos. El adulto quiere ser de una manera concreta y, por lo tanto, se cortará el pelo así y se vestirá asá, dirá determinadas cosas... Porque lo que importa es que la gente tenga la imagen de uno que se quiere transmitir y no la de quien se es realmente. A partir de ahí, matamos al payaso que llevamos dentro y nos convertimos en personas infelices.

¿No tiene que ver también con que el adulto es más lúcido y, por lo tanto, tiene menos motivos para reír?
A partir de cierta edad, seguramente sí. Pero después llega un momento, cuando te conviertes en abuelo, cuando prácticamente lo has hecho todo, en el que te das cuenta realmente de cuáles son las únicas cosas importantes que hay en la vida, que son amar y sentirse amado.

Eso es ir a contracorriente. Los referentes de lo que equivale a ser feliz son otros...
Sí, es cierto, aunque el propio sistema, los capitalistas y la propia naturaleza se encargarán de desmontar esos referentes; porque tal como vamos, esto no es sostenible: lo que hoy se supone que da la felicidad, como un coche nuevo, por ejemplo, daña a nuestro entorno. Y eso lo podemos cambiar, tanto por ganas como por obligación... aunque me temo que acabaremos cambiándolo obligados, que siempre es más duro.

Usted lo tiene clarísimo: las emociones valen mucho más que el dinero.
Sí, el dinero no sirve para nada. A ver, no es que desprecie el dinero; yo también lo necesito, como todos, y trabajo para tenerlo, para moverme, porque sí que hay un espacio de libertad que sin dinero es imposible. Pero no es el hito máximo en mi vida. En todo caso servirá como medio para hacer las cosas que quiero. Si tienes algo de dinero y la seguridad de que estás obrando correctamente, de que eres ético, entonces todo va bien... Pero esa gente que tiene millones y millones morirá igual que todos nosotros, no se los podrán llevar. Entonces, ¿para qué les sirve tener tanto dinero?

En cambio, una persona que es capaz de morir amada y acompañada...
Yo creo que eso sí que sirve de algo. Mire, lo único que se sabe de la vida es que es una enfermedad mortal de transmisión sexual, lo demás son tonterías.

¿Usted se ríe mucho al cabo del día?
Sí, lo procuro, lo procuro. Reír y hacer reír. A mí me hace feliz ver a la gente feliz, por lo que la risa es una obsesión.

¿Y qué opina un profesional de la risa sobre iniciativas como los cursos de risoterapia, tan en boga?
Me parece que denotan el vacío en el que vivimos hoy en día. Si no existiera este vacío, no tendríamos que programar cosas como la risa, sino que la encontraríamos en nuestra vida cotidiana. Pero en este mundo, donde lo que importa es tener más, tener lo último, la gente está cada vez más sola, y como está sola, no puede reír.

Dice que el payaso tiene una función social, ¿cuál es?
Nosotros, los payasos, estamos un poco fuera. De hecho, el maquillaje que usamos sirve para “sacar” el ser humano del payaso y, como tal, hacer reflexiones que los humanos no son capaces de encarar, principalmente porque su propia existencia los deja muy limitados. Creo que esta es una de las funciones fundamentales del payaso: ser un revulsivo frente a las cosas que no somos capaces de comprender y, dentro de nuestra pequeñez universal, podernos reír de nuestra propia situación como humanos.

Para eso serviría el sentido del humor, ¿no?
Sí, es fundamental. Hay dos sentidos que yo admiro mucho, aunque no están en los libros que se usan en las escuelas: el sentido del humor y el sentido común. Y que pueden aprenderse, por cierto. A mí me gustan los dos polos de la vida: los niños pequeños y los abuelos, porque están en una situación en la que llegan o se están yendo...

Lo único que se sabe de la vida es que es una enfermedad mortal de transmisión sexual, lo demás son tonterías.

El “irse” aparece mucho en su conversación. ¿Cómo encara un payaso la muerte?
Desde mi primer viaje con Payasos sin fronteras (y he hecho ya más de treinta), he ido a lugares donde la muerte es una cosa cotidiana. Es aquí, en el Primer Mundo, donde la gente cree que nunca morirá... pero, desgraciados ellos, porque esto se acaba en un pispás. Somos absolutamente efímeros. Para mí, una de las grandes cosas de la vida es saber morirse. Por lo tanto, cuando estás llegando a los sesenta, como yo, es cuestión de planteárselo.

Y en los viajes con Payasos sin fronteras, ¿ha podido comprobar si la gente sigue riéndose en esos países con tanto sufrimiento?
La gente ríe más cuando menos tiene. El dinero, las casas... todas estas cosas nos crean una falsa protección contra lo que es verdadero. Nosotros somos inmuebles y, para protegernos, lo que hacemos es crearnos muebles, inventarnos cosas para luchar contra la muerte: los países, las banderas, los clubes de fútbol... Creemos que todas estas cosas nos defienden de la muerte, pero la muerte es algo tan evidente que no tener conciencia de ella es casi una
actitud de preadolescente.

¿Tiene humor para hacer reír en las situaciones límite?
Sí, más que nunca, porque te sientes una persona muy importante: cambiar las caras de la gente, sus dinámicas... Estuvimos en Sri Lanka después del tsunami y fuimos a un instituto donde habían muerto ochocientos de un total de mil quinientos alumnos. Fuimos allí de madrugada y primero hicimos una ceremonia funeraria, con cuatro religiones, y después, el espectáculo. Al principio fue muy lento, como un tren antiguo de vapor, pero cuando se puso en marcha, fue imparable... La gente reía y lloraba a la vez, con una potencia sensorial brutal. Cuando acabamos, el director nos dijo: “Nos han traído ropa, ordenadores, material, de todo… Pero nadie nos había traído la vida. A partir de hoy podemos hablar de la vida, porque hasta ahora solo podíamos hablar de la muerte”.

Opiniones de un payaso

Opinons d’un pallasso (publicado en catalán por la editorial Proteus) es un libro-conversación con Miquel Osset que repasa la trayectoria de Tortell
Poltrona y donde se desvela su visión del mundo: clara, comprometida y con un toque de escepticismo, pero con la convicción rotunda de que otro mundo es posible y totalmente necesario.

Siempre con una sonrisa y provocando la risa.

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