Somos demasiado autoexigentes...
Mi experiencia de 30 años de ver a pacientes con problemas de autoexigencia es que así enfermas psicológicamente. Hay un círculo vicioso: si te pones una meta inalcanzable, si quieres llegar al 10..., no la podrás alcanzar. Te pondrás ansioso, bajará tu rendimiento y te alejarás más de la meta. Entrarás en la frustración y de allí, a la depresión.
Tus metas deben ser realistas. No creo en la frase: “Busca lo imposible para alcanzar lo posible”. Yo creo que a veces por buscar lo imposible te das contra la pared. Hay que tener un optimismo muy moderado, o sea, realismo. Realismo de línea dura.
El optimismo extremo es tan peligroso como el pesimismo extremo.
¿Significa eso trabajar en lo que depende de nosotros?
Sí. Epicteto tenía razón: por lo que depende de ti, hazte matar si para ti es importante. Pero cuando las cosas escapan de tu control y no puedes hacer nada, hay que aprender a “perder”. Elaborar el duelo. El fracaso a veces es necesario.
¿Está hablando de conformismo?
No, el conformismo es la incapacidad de vencer las cosas negativas que tengo. Y la mediocridad es no desarrollar mis talentos. Hablo de un crecimiento sostenible. Avanzar partiendo de lo que tengo.
Cuando la gente me dice: “Quiero ser el mejor”, yo les contesto: “Quitad el artículo el y decid: Quiero ser mejor”. Eso sí está bien.
Pero seguimos modelos sociales: queremos ser “perfectos” como ellos.
Yo tuve una época en que caminaba como John Lennon y me dejaba el pelo como él, hasta me lo planchaban. Después me puse una gorra y me dejé la barba como el Che Guevara. Y descubrí a Gandhi: no me pude poner el taparrabos, pero todo en mí era peace and love. Hasta el día que me miré en el espejo y me dije: “No, no más. Quiero ser yo”. Y dejé de imitar a otros. Me inspiraban, que es otra cosa.
Desde entonces es Walter Riso.
Maravillosamente imperfecto.
Lo es desde pequeño.
Cuando era chico, sufría porque les tenía mucho miedo a las cucarachas. Vivía en una zona de Buenos Aires donde las cucarachas eran del tamaño de un ratón. ¡Mis familiares habían estado en la Segunda Guerra Mundial y yo temblaba ante una cucaracha! Tampoco era capaz de seducir en los bailes. Era tímido con las chicas.
Un buen día me dije: “Les tengo miedo a las cucharas y no soy capaz de seducir. ¿Y qué pasa?”.
Entonces se trata de aceptarnos... ¿radicalmente?
Sin duda. Aceptar nuestra manera de ser aunque tengamos defectos.
No nos han enseñado a cultivar ese amor incondicional hacia nosotros mismos. Nuestra compasión va hacia fuera. Y tendríamos que respetarnos: no lacerar nuestro ser para avanzar.
No podemos ser crueles con nosotros mismos. No es lo mismo decir “Me equivoqué” que decir “Soy un idiota”. En nuestra cultura, la autoindulgencia es mala. Entonces se va hacia el otro extremo. Y hemos hecho de ello un culto: el castigo, la culpa.
¿Qué significa la aceptación radical?
Significa que este soy yo, con cosas buenas y malas; estos son mis talentos y estos mis defectos. Y trataré de mejorar mis defectos. Teniendo en cuenta que a un hijo tuyo no lo dejarás de amar porque tiene un defecto o comete un error. Pues lo mismo contigo.
La gente se insulta a sí misma, diez, quince veces al día de promedio, inconscientemente... “Soy un idiota, lo debería haber hecho mejor”. O se degrada. Si yo hiciera eso con la persona a la que amo, no aguantaría un minuto conmigo, se iría.
Dice usted que sufrimos mucho por la opinión ajena. Califica el “qué dirán” de esclavitud.
Es dependencia, es adicción. Cualquier persona que es dependiente de algo es esclava de ese algo. Si mi valía personal depende de que los otros me validen como ser humano para yo decir que soy valioso, estoy en una dependencia.
Preferimos la aprobación al rechazo: el que no esté de acuerdo con esto está mintiendo. Pero una cosa es preferir y la otra necesitar. Porque si necesitas la aprobación, vas a hacer cualquier cosa para recibirla.
Vas a halagar al otro, vas a decir “sí” cuando quieres decir “no”. Vas a someterte a un montón de cosas a las que no te quieres someter. Vas a negociar tu dignidad personal. Recuerda que al cincuenta por ciento de las personas no les vas a gustar.
¿Aunque no hagas nada?
Aunque te quedes cruzado de brazos. Por eso digo que, si a la mitad de la gente, según las estadísticas, no les gustas aunque no hagas nada, mejor que no les gustes porque estás siendo tú.