Carl Gustav Jung nació el 26 de julio de 1875 en Kesswil, Suiza, una pequeña comunidad campesina junto al lago Constanza. Su padre era pastor evangélico, y de su familia materna, los Preiswerk, se decía que tenían dones mediúmnicos. La presencia de Dios y de lo sobrenatural formaba parte de la vida de Carl desde siempre, aunque desde sus primeras manifestaciones estaba claro que él iba a llevar aquel impulso espiritual por un camino propio y único.

Conectado a lo espiritual e inconsciente

"El cielo estaba azul, pero parecía el mar. Estaba cubierto, no por nubes sino por terrones marrones de tierra. Parecía como si los terrones se desquebrajaran y el agua azul del cielo se volviera visible entre ellos. Pero el agua era el cielo azul. De pronto, desde la derecha pasó volando un ser alado. Era un hombre anciano con cuernos de toro. Llevaba un manojo de cuatro llaves, de las cuales una la sostenía como si estuviese por abrir una cerradura. Era alado y sus alas eran las de un martín pescador, con sus colores característicos. Debido a que no podía entender esta imagen onírica, la pinté para poder visualizarla mejor”.

Este párrafo que el propio Carl Gustav Jung recoge en su autobiografía Recuerdos, sueños y pensamientos (1961), corresponde a un sueño que tuvo entre 1913 y 1914, cuando se encontraba en plena experimentación de lo que llamó imaginación activa, y que le permitía acceder mediante imágenes (bien en fantasías o en sueños) a una capa del inconsciente mucho más amplia y profunda de la que había definido Sigmund Freud.

Jung creía en un inconsciente colectivo, vivo y activo por sí mismo, que nos conecta a todos y cada uno con el mundo de los mitos y los arquetipos. Un estrato invisible de la realidad y que, sin embargo, si escuchamos o miramos con las herramientas adecuadas, nos susurra mensajes al oído.

El anciano que se le había aparecido en su sueño era el profeta Filemón, una figura que a partir de entonces sería recurrente en sus visiones, no siempre tan plácidas como esta. Para Jung, Filemón representaba la comprensión superior y era un guía con quien conversaba y le ofrecía claves para seguir avanzando en el nuevo universo que se desplegaba en su interior y que, sin duda, tenía conexiones ocultas con el mundo externo: mientras estaba pintando la imagen del ser alado que había visto en su sueño, encontró muerto en su jardín un martín pescador, un ave muy difícil de encontrar en las cercanías de Zúrich, donde vivía Jung.

“La diferencia entre la mayoría de los demás hombres y yo consiste en que mis ‘tabiques’ son transparentes”, confiesa Jung en sus memorias. “Esta es mi peculiaridad. En los demás frecuentemente son tan espesos que no ven nada tras ellos y por ello creen que allí no hay nada. Yo percibo en cierto modo los procesos del subconsciente y por ello tengo seguridad interna. El que no ve nada, tampoco tiene seguridad, ni puede sacar conclusión alguna o no confía en las propias conclusiones. Yo no sé qué es lo que ha hecho que yo pueda percibir el fluir de la vida. Fue quizás el inconsciente mismo. Quizás fueron los primeros sueños. Influyeron en mí desde el principio”.

¿Cómo fueron estos sueños tempranos de Jung?

Entre los tres y los cuatro años tuvo un sueño que más tarde interpretó como la primera conexión con una imaginación profunda, arquetípica, que no dependía de su conciencia individual.

Caminando por un prado, caía en un agujero que se adentraba en lo más oscuro de la tierra, hasta llegar a una especie de tronco hecho de carne y de piel, con un solo ojo iluminado en la parte superior. Cuando él llamaba a su madre, oía la voz de esta que le decía que era un ogro. Muchos años después, Jung llegó a la conclusión de que la extraña figura era un falo ritual, entronizado, una representación de un poderoso dios infernal, la sombra subterránea del dios celestial.

Jung no olvidó aquel sueño, aunque no lo comprendiera. Pero durante toda su infancia y juventud sintió una fuerte conexión con la naturaleza y lo sobrenatural.

Estudió Ciencias naturales. Luego cambió a Medicina. En la universidad de Basilea se aficionó a las sesiones de espiritismo con una prima suya, Helene Preiswerk, de quien se decía que era médium. También se hizo miembro de un club universitario de debate, Zofingia, donde entró en contacto con algunos libros sobre esta materia que le marcaron. La especialización en Psiquiatría, que unía los fenómenos biológicos con los mentales, no podía ser más adecuada para él.

De los sueños al psicoanálisis

El encuentro de Jung con la teoría psicoanalítica no podía tardar. En 1906 se produjeron los primeros intercambios de correspondencia entre Jung y Freud, sobre la teoría de los complejos afectivos que el primero había estado desarrollando en la clínica Burghölzli donde trabajaba como médico.

Jung había estado investigando con enfermos psicóticos partiendo del método de las asociaciones, y así había descubierto los complejos, relaciones semánticas, aparentemente inconexas pero con un sentido profundo y una lógica particular para el paciente. Freud se interesó enseguida por su teoría. Creía que acababa de encontrar al que imaginaba como su sucesor.

Su relación fue apasionada, para lo bueno y para lo malo, hasta que sus teorías se distanciaron en una cuestión clave para Freud: la del origen sexual del malestar individual. Si para el creador del psicoanálisis todo síntoma neurótico provenía de un trauma sexual infantil reprimido en el inconsciente, para Jung este inconsciente no se limitaba a lo individual y sexual, sino que se debía a una concepción más amplia de la libido (como energía de la psique que puede transformarse en otras manifestaciones, por ejemplo culturales).

Su ruptura definitiva con Freud en octubre de 1913 le llevó a adentrarse en el terreno de la imaginación creadora, al principio incluso en contra de su voluntad.

Justo después tuvo sus primeras visiones:

“Vi una espantosa inundación que cubría todos los países nórdicos y bajo el nivel del mar entre el mar del Norte y los Alpes. La inundación comprendía desde Inglaterra hasta Rusia y desde las costas del mar del Norte hasta casi tocar los Alpes. Cuando llegó a Suiza vi cómo las montañas crecían más y más, como para proteger a nuestro país. Tenía lugar una terrible catástrofe. Veía la enorme ola amarilla, los restos flotantes de la obra de la cultura y la muerte de incontables miles de personas. Entonces el mar se trocó en sangre. Esta alucinación duró aproximadamente una hora, me confundió y me hizo sentir mal. Me avergoncé de mi debilidad. Pasaron dos semanas y la alucinación volvió a presentarse, solo que la transformación en sangre era todavía más terrible. Oí una voz interna: ‘Míralo, es completamente real y así será; de esto no hay duda’.

La reveladora experiencia de la guerra

Jung mantuvo en secreto aquellas visiones. Temía que estuviera a punto de sufrir un ataque de esquizofrenia. Decidió anotarlas para sí mismo en un cuaderno que llamó Libro negro. La voz y las visiones siguieron activas durante meses, hasta que súbitamente callaron.

Poco después estalló la primera guerra mundial. Las consecuencias fueron trágicas, pero Jung no pudo evitar cierto alivio respecto a su salud mental: no se trataba de locura, sino de una conexión con una fuente inconsciente de sabiduría que se convertiría en la fuente de todos sus trabajos desde entonces y que culminaría con la publicación póstuma de esa gran obra que es El libro rojo.

Es un texto que no puede entenderse totalmente por vía racional. “La práctica de la magia consiste en que lo incomprendido se haga comprensible de una manera y un modo no comprensibles”, dice él en el libro.

Jung estuvo trabajando en él durante casi dos décadas y podría definirse como libro revelado. En él ilustró y caligrafió sus visiones con colores vivos, formas geométricas que recuerdan a los mandalas, figuras mitológicas y símbolos alquímicos (tres de los grandes intereses de Jung). Una obra inspiradora, y sobre todo, clave de las imágenes y símbolos que guiaron toda su obra teórica.

Guiado por estos hallazgos, que posteriormente fueron recogidos por la psicología transpersonal y parte del movimiento new age, Jung disfrutó de una vida singular que terminó en Zúrich el 6 de junio de 1961. Tal como él afirmó: “Mi vida es la historia de la autorrealización de lo inconsciente”.