Hace unos años, el psiquiatra forense Miguel Llorente Acosta ideó la metáfora del “efecto Bonsái” para referirse a los casos del sutil e insidioso maltrato psicológico, en el que el maltratador va minando la autoestima de su pareja y cortando todas sus relaciones sociales y laborales.

El objetivo del maltratador es el de crear una relación de dependencia en la que el único apoyo de la víctima en el mundo sea él.

Cómo actúa el maltratador para crear el efecto Bonsái

Cuando se habla del cultivo del bonsái, hay que tener en cuenta que este no es un tipo de árbol enano, sino que es un árbol normal al que se le podan sistemáticamente las raíces y las ramas para evitar su crecimiento. En este tipo de cultivo se llega, incluso, para atrofiar el desarrollo normal del árbol, a podar los nuevos brotes que crecen cada primavera.

De igual forma, el maltratador va cortando cada iniciativa de su mujer para hacerla sentir aislada e inútil. En general:

  • Le persuade para que deje su trabajo y se quede en casa.
  • No deja que salga con sus amigas.
  • Habla mal de los miembros de su familia para lograr separarla de ellos.

Con el tiempo, la mujer acaba perdiendo toda su red de apoyo social y el maltratador logra que ella lo vea como el único que la cuida y la protege.

  • Le hace creer que solo él se preocupa por ella. A la par que mina la vida social y laboral de la víctima, el maltratador mantiene la ilusión de su rol de protector benévolo con pequeñas muestras de atención y con promesas (que nunca llega a cumplir) falsas. La manipula para que piense que los demás no la aprecian y que él es el único que, de verdad, la cuida y la quiere.
  • Trata de menguar su confianza. Utiliza estrategias taimadas y palabras falsas para socavar la confianza y la autoestima de su mujer. Su objetivo es que la víctima acabe pensando que su vida depende de él. Como dice Miguel Llorente: “La misma persona que va destrozando el bonsái es la misma persona que le permite seguir vivo”.

Cómo salir de este bucle: el testimonio real de Susana

En esta situación se encontraba Susana cuando acudió a mi consulta. En su primera sesión, Susana, que estaba cerca de cumplir los 50 años, me comentó que se sentía sin ganas de hacer nada y sin ilusión por la vida. Sus hijos ya habían salido a estudiar fuera y ella pasaba muchas horas sola en casa, sin saber muy bien qué hacer.

De joven, Susana había estudiado Ingeniería Agrónoma, pero nunca llegó a ejercer porque se casó al poco tiempo de terminar su carrera y se dedicó al cuidado de la casa y de los hijos, que pronto comenzaron a llegar.

Su marido, ejecutivo en una multinacional, la convenció de que sería más adecuado y rentable para la familia que él trabajara fuera, mientras ella se quedaba en casa cuidando de todo.

Debido al trabajo de su marido, la familia tuvo que pasar mucho tiempo viviendo en diferentes países, por lo que las amistades se fueron diluyendo (no había Zoom hace 10 o 15 años). Además, a él tampoco le caía bien la familia de ella, y, poco a poco, Susana fue perdiendo el contacto con sus padres y hermanos.

El resultado fue que, al cabo de unos años, Susana se encontraba viviendo aislada, a miles de kilómetros de su casa, sin trabajo y encargándose sola de la casa y los niños. “Ahora me doy cuenta de todo lo que he sacrificado por él”, me dijo tras finalizar una de sus sesiones.

Como podemos ver, de forma muy progresiva, el “jardinero” fue podando las ramas y las raíces de “su” árbol hasta dejarlo reducido a la mínima expresión y hacerla sentir totalmente dependiente.

El maltratador hace creer a su pareja que no es nada sin él. Sin embargo, con los cuidados adecuados, un bonsái puede llegar a ser trasplantado a tierra para que desarrolle todo su potencial y pueda convertirse en un árbol normal y saludable. Su esencia de árbol siempre está presente, nunca se pierde. Es falso que vaya a morir sin los cuidados del jardinero que le cortó su crecimiento.

Partiendo de esta base para su terapia, el trabajo con Susana se centró en comprender todas las pequeñas podas que había sufrido su personalidad, a lo largo de los años de convivencia con su marido, y en entender, que las muestras de cariño que este le ofrecía tras las broncas, no eran sinceras, sino que era su forma de mantenerla atrapada en su pequeña maceta, “viva”, pero sin dejarla crecer.

Poco a poco, Susana fue comprendiendo como era realmente su marido y cómo, durante años, la había manipulado para aislarla y mantenerla controlada.

Al mismo tiempo que se liberaba de la prisión psicológica en la que la había encerrado su pareja, Susana se fue empoderando, por lo que por fin, pudo conectar con su esencia y con lo que realmente quería hacer con su vida. Tras unos meses de terapia, inició los trámites del divorcio y se fue a vivir al pueblo de sus padres, donde pudo desarrollar el proyecto de agricultura ecológica que, desde joven, había tenido en mente.