La mayoría de los padres y madres que proceden de una educación estricta están acostumbrados a que los hijos obedezcan a los adultos sin rechistar. Seguramente, ellos fueron criados así, por lo que no son capaces de cuestionar este principio. Además, en apariencia, es mucho más sencillo criar mediante la amenaza y la imposición, que dedicar tiempo a dialogar y tener en cuenta a la otra persona.

Pero lo que supone, a corto plazo, una “ventaja” para los padres, se convierte, de por vida, en un problema para los hijos. La sumisión se arrastra hasta la edad adulta y resulta muy difícil librarse de ella cuando se ha asimilado como natural desde la más temprana infancia.

Modelos de crianza que minan la seguridad de un hijo

Cuando Pedro llegó a mi consulta, tenía 35 años. Durante toda su vida había sido víctima de los demás. Sus amigos, parejas y familiares se aprovechaban de él. Era consciente de que esas relaciones no eran sanas, pero era incapaz de terminar con ellas. No sabía cómo defenderse.

Pedro era biólogo y se dedicaba a estudiar la influencia de la herencia y el ambiente en el comportamiento animal, sin embargo, no podía entender su tendencia a la sumisión. Por esta razón, acudió a mi consulta, quería averiguar y comprender si su actitud era heredada o aprendida, para poder cambiarla.

Tras algunas sesiones de terapia, ocurrió un hecho doblemente traumático para Pedro, pero que nos sirvió de estímulo para profundizar y trabajar su infancia.

Varios años atrás, un amigo de toda la vida le había pedido una fuerte suma de dinero para solventar algunos problemas personales. Pedro le prestó gran parte de sus ahorros y sacrificó su plan de comprar una casa por ayudar a su amigo. Pasado algún tiempo, cada vez que Pedro le insinuaba que necesitaba el dinero que le había prestado, su amigo se iba por las ramas y nunca le devolvía nada.

Lo último que Pedro supo de este amigo, y que supuso una gran crisis para él, fue que se había marchado a otro país y que le había eliminado de todas sus redes sociales. Además, había cambiado de número de teléfono, por lo que no tenía forma de contactar con él. Pedro había perdido su dinero y no tenía ninguna esperanza de recuperarlo.

Abatido por lo sucedido, fue a comentar con su familia lo que le había pasado, pero la respuesta de su padre fue aún peor que la traición que había sufrido por parte de su amigo de la infancia. Le dijo: “Eso te sucede porque eres muy inocente y confiado. Tienes que mirar primero por ti y por tus intereses”.

En otras circunstancias, estas palabras habrían podido ser un buen consejo, pero el tono con el que se lo dijo no fue el de un padre preocupado por su hijo, sino, más bien, como una regañina o una burla por haberse dejado engañar.

Analizando, en terapia, las palabras de su padre y las emociones y sensaciones que le habían provocado, Pedro comenzó a recordar cientos de situaciones de su infancia, en las que se veía sometiéndose y adaptándose a las decisiones de sus mayores.

Sus intereses u opiniones no contaban para nada, se había pasado la vida cumpliendo a rajatabla las órdenes de su padre.

Siempre iban a comer a los restaurantes que le gustaban a sus padres, nunca le preguntaban si a él le apetecía. Le llevaban a las extraescolares que ellos decidían, sin importar si a él le gustaban. Incluso las vacaciones siempre se organizaban desde el punto de vista de los adultos. Recordaba haber pasado largas horas haciendo visitas guiadas al centro histórico de cualquier ciudad, mientras sus amigos se iban a la playa o a parques de atracciones.

Recuperar la seguridad para salir de la sumisión

Pedro fue comprendiendo cómo sus padres le habían convertido en un niño sumiso y obediente, anteponiendo sus intereses de adultos a las necesidades de su hijo. Incluso le reforzaban su sumisión cuando los hijos de otros amigos se quejaban por algo. “Pedrito es muy obediente, nunca protesta” comentaban, con orgullo, a sus amigos.

En el presente, gracias a la reprimenda de su padre, Pedro descubrió que, cuando era pequeño, habían procedido igual con él. Habían sido unos padres egoístas que sólo miraban por sus intereses, sin preocuparse por la opinión o las necesidades de su hijo.

Pedro no nació sumiso, sino que le convirtieron en sumiso. A ellos les interesaba tener un hijo complaciente y dúctil que nunca protestase. Como consecuencia directa de este trato, dejaron totalmente indefenso a Pedro frente a los abusos de los demás.

“No me enseñaron a cuidarme ni a defenderme”, reflexionaba Pedro en una sesión de su terapia, “es totalmente normal que los demás se aprovechen de mí”. Este tipo de revelaciones provocan un profundo duelo, una mezcla de tristeza y rabia que hay que atravesar y transformar para poder aprender y renacer a una vida diferente.

A lo largo de su terapia, Pedro fue recuperando la confianza necesaria para poder exponer sus opiniones y decir que “no” cuando lo necesitara. Fuimos trabajando progresivamente en pequeños retos, hasta llegar a uno muy significativo, Pedro inició el proceso de investigar y buscar a su ex-amigo para reclamarle el dinero que le debía.