"Poner una etiqueta es fácil, quitarla es muy complicado"

Bueno, malo, obediente, rebelde, generoso, egoísta… son algunos de los muchos adjetivos que se usan a la hora de dirigirse a un niño. Los psicólogos Alberto Soler y Concepción Roger, en su libro "Niños sin etiquetas" (Paidós), reflexionan sobre el peso que suponen esas etiquetas.

Alberto Soler

Son muchos los adjetivos que se utilizan a la hora de dirigirse a un niño (bueno, malo, obediente, rebelde, generoso, egoísta, aplicado, vago, ordenado, desastre, divertido, tímido…). Si te detienes un momento, seguro que puedes reconocer aquellos “eres…” con los que tú mismo has crecido. Sin embargo, de lo que quizá no todas las personas son conscientes es del peso que suponen cada una de esas etiquetas.

Los psicólogos, y padres, Alberto Soler y Concepción Roger, en su libro Niños sin etiquetas (Paidós), te ofrecen las claves para fomentar que tus hijos tengan una infancia feliz, sin limitaciones ni prejucios. Tenerlos en cuenta y dedicarles tiempo son algunas de las estrategias que ellos mismos aplican en su vida familiar. "Siempre teniendo presente que los padres perfectos no existen. Todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos”, nos aclara Alberto Soler Carrió.

–No hay padres que no digan que el trabajo más importante y difícil de su vida es el de criar un hijo, pero es que este sentimiento aún se agudiza más hoy en día con tantas corrientes educativas, estudios psicológicos… ¿Realmente es posible ofrecerles a los niños una infancia feliz?
–Sí, claro, por supuesto que es posible. Ahora se habla más sobre estos temas que en otros momentos y nos puede generar la impresión de que es algo complejo, cuando no es así. Realmente más que hacer “muchas cosas bien” suele ser suficiente evitar cometer algunos errores muy sonados.

Un buen punto de partida es la satisfacción de las necesidades básicas que toda niña y todo niño tienen: por supuesto salud, seguridad, cobijo, etc., pero también otras que a veces resultan menos obvias y que también son muy importantes, como ser escuchados, tenidos en cuenta, respetados, bien tratados...

Otro aspecto que se debe considerar es que a veces confundimos la felicidad con otras cosas, como la euforia. No es necesario buscar siempre experiencias súper extraordinarias para que experimenten constantemente estos subidones de euforia. La felicidad suele consistir más bien en un estado de satisfacción y bienestar, mucho más tranquilo, que se consigue con las cosas pequeñas y cotidianas.

Con esto de la pandemia a muchas personas les ocurre, que ahora se dan cuenta de lo felices que eran antes.

Muchos niños son capaces incluso de seguir siéndolo en las actuales circunstancias, porque ellos viven mucho más en el presente, no como nosotros, que solemos anclarnos más en el pasado o proyectarnos al futuro.

–Las etiquetas parecen ser protagonistas indiscutibles. ¿Qué son?
–Las etiquetas son un recurso que utiliza nuestro cerebro para poder procesar la enorme cantidad de información del mundo que nos rodea; son una forma de generalizar y simplificar la realidad para hacerla más manejable. Y está bien, porque esa simplificación nos evita mucho esfuerzo innecesario: “comida india: picante”, “desierto: caluroso”, “ópera: aburrida”, etc.

¿Que estas etiquetas no son del todo correctas? Por supuesto, ¡pero nos sirven!, y nos ahorran mucho esfuerzo cognitivo de no tener que valorar una y otra vez las mismas cosas. ¿El problema? Cuando esas etiquetas las aplicamos a personas: “Pepe: pesado”, “María: mandona”, “Lucas: pegón”, etc.

–¿Qué consecuencias tienen las etiquetas en el desarrollo de los niños?
–Como decíamos, cuando ponemos etiquetas a las personas es cuando vienen los problemas. Fundamentalmente, porque lo que hacen es limitar el desarrollo de quien las tiene, le restan libertad. Poner una etiqueta es fácil, no cuesta demasiado esfuerzo. Pero una vez puesta, quitarla es muy complicado. Lo dice nuestro refranero: “por un perro que maté, mata perros me llamaron”.

Pero hay un problema adicional, y es que cuando alguien tiene una etiqueta tiende a comportarse de acuerdo a esa etiqueta: si a un niño le etiquetamos como mal estudiante, probablemente será peor estudiante. Si le etiquetamos como vago, lo será más.

Si le etiquetamos como malo, su conducta tenderá a ser peor.

–Entonces, ¿hay niños buenos y malos?
–Pues depende de lo que entendamos como buenos y malos, pero por lo general podríamos decir que no; los niños son niños, y es mejor dejar a un lado esas valoraciones morales que, habitualmente, están poco fundadas. Cuando etiquetamos como bueno o malo a un niño, generalmente, a lo que estamos haciendo referencia es a si ese niño es más o menos fácil de manejar para su familia.

Los niños que se amoldan a todo, que no oponen resistencia, que obedecen a la primera, que duermen del tirón y se lo acaban todo, de esos niños decimos que son buenos. Y los que son más demandantes, los que cuestionan todo o tratan de hacer valer su punto de vista, entonces decimos que son “malos”.

Esto que nos puede parecer una exageración lo podemos ver incluso con bebés bien pequeñitos, que nada más ir a visitarles al hospital siempre hay algún familiar que se aventura a decir “si te ha salido bueno” o “malo” en función de si mama, duerme o llora como se supone que debería hacerlo.

–Hay cualidades que se consideran positivas: bueno, obediente, estudioso… ¿Este tipo de adjetivos también tienen contraindicaciones?
–A ver, puestos a poner alguna, mejor poner etiquetas positivas que las negativas; pero, al menos, deberíamos evitar las etiquetas que sean desproporcionadas o que supongan una presión excesiva para el niño.

Se ha visto que poner una etiqueta “excesivamente positiva” a un niño, en vez de motivarle a mejorar, lo que hace es contribuir a que se sienta presionado y aumenta su miedo a defraudar, teniendo como consecuencia que al final acaba evitando implicarse en actividades más demandantes por ese miedo a fallar y defraudar a los demás.

–¿Es posible liberarles de esas etiquetas?
–Pues es complicado, pero no imposible. Lo que no podemos hacer es evitar que otras personas, en diferentes contextos, les etiqueten. Pero al final lo que más influye es lo que hacemos en casa cada día. Ahí podemos marcar la diferencia tratando de evitar que se sientan etiquetados. Para ello, el primer paso es que nosotros mismos tomemos conciencia de las etiquetas y de sus peligros, porque muchas veces las ponemos sin darnos cuenta.

Ese es el paso más difícil, dejar de usarlas. Y una vez logrado, también podemos esforzarnos en revertir algunas de las que ya tenían puestas. En nuestro libro damos algunas estrategias que funcionan muy bien en este sentido.

–Si atiendes al bebé cuando llora, si lo coges en brazos, si le preguntas qué quiere comer…, no falta alguien que te diga que lo estás malcriando. ¿Qué les diríais tanto a la madre o padre que atiende a su hijo?
–Esa familia está “biencriando” a su hijo, está satisfaciendo sus necesidades y teniéndole en cuenta como persona con derechos y necesidades. Deberíamos reservarnos el concepto “malcriar” para otra cosa: cuando no se satisfacen necesidades, cuando se grita, se amenaza, se insulta, se menosprecia, se chantajea, se castiga... eso sí es “malcriar”.

–Está claro que una golosina es un capricho y un vaso de agua una necesidad, pero dejando de lado estos ejemplos tan evidentes, ¿de qué manera se puede diferenciar entre una necesidad y un capricho?
–No hay una regla fija, pero con sentido común se puede resolver con facilidad. No obstante una regla sencilla que suelo dar a las familias es la siguiente: durante todo el primer año de vida, cualquier cosa que te pida tu hijo, dásela. Y lo antes posible. La crianza con bebés de esas edades es muy fácil, cansadísima también, pero fácil, porque solo tienes que limitarte a darle todo lo que te pida y lo más rápido que puedas. Porque todo lo que te va a pedir son necesidades básicas.

No te va a pedir una bicicleta nueva o un nuevo móvil. Te pedirá compañía, consuelo, alimento, juego... Y se lo debes dar.

Pero conforme crecen, no todo lo que piden son necesidades básicas, y ahí es cuando se complica todo y tenemos que decidir a qué decimos que sí y a qué decimos que no. Si queremos un poco de contexto que nos de un marco general, la Convención sobre los derechos del niño recoge muchas de esas necesidades básicas.

–La teoría de respetar la opinión, los deseos, el ritmo… de los más pequeños es ideal, pero ¿cómo se encaja todo eso en las exigencias del día a día?
–“La teoría de respetar la opinión, los deseos, el ritmo de tu mujer es lo ideal, ¿pero cómo se encaja todo eso en las exigencias del día a día?” Rechina mucho si cambiamos el objeto de la frase, ¿verdad? Hay asuntos que son incuestionables llueva, nieve o haga sol. Y el respeto debe ser algo incondicional, con más tiempo o menos tiempo, con más estrés o menos estrés. Quizá si las prisas no nos permiten dar un trato respetuoso a los más pequeños, lo que habría que cambiar sería el ritmo al que nos hemos acostumbrado a seguir.

–¿Cómo lograr que se laven los dientes, recojan sus juguetes… sin acabar pronunciando el mítico “porque lo digo yo, y punto”?
–No tenemos una varita mágica, pero sí que existen diferentes estrategias que van más allá de los premios, los castigos o las amenazas. Los hábitos, las rutinas, el diálogo, el modelo que ofrecemos... suelen funcionar mucho mejor a medio y largo plazo que los premios o las amenazas. Pero también es verdad que requieren más esfuerzo para aplicarlas.

–¿Hasta qué punto creéis que influye nuestro modelo de sociedad en la educación de los niños?
–Influye mucho; vivimos en una sociedad que ha dado la espalda en muchos aspectos a la infancia. Ahora, por primera vez en la historia, nos encontramos que las familias (y especialmente las madres) se ven abocadas a criar a sus hijos prácticamente desde la soledad y el aislamiento.

Antes estaba la familia, el barrio, el pueblo o la tribu, pero cada vez las familias están más solas en esta tarea.

Trabajamos más horas fuera de casa, vivimos lejos del trabajo, lejos de nuestra red de apoyo. Lo que ahora llamamos “conciliación” no es más que un espejismo: muchas veces hay que elegir entre el desarrollo profesional y el familiar. Especialmente si eres mujer. Y todo esto influye en la educación, por supuesto.

–¿Apoyáis a quienes dicen que los niños de hoy “lo tienen todo”?
–No, en absoluto. Los niños de hoy pueden tener muchas cosas que sus padres o sus abuelos no tenían: teléfonos, tablets, consolas, juguetes..., pero no podemos comparar la realidad de generaciones tan distintas, más que nada porque gran parte de esos objetos no existían hace algunas décadas. Sin embargo, hay muchas cosas que los niños de hoy no tienen y que sus abuelos sí tuvieron en cantidad: el tiempo, sobre todo.

Y esa es la principal necesidad no satisfecha que tienen los niños hoy en día, poder pasar y disfrutar de tiempo con sus familias, en vez de ir saltando del servicio de acogida matinal al cole, de ahí a la extraescolar, repaso, cenar y dormir. Gran parte de los problemas a los que se enfrentan las familias en la crianza vienen de la falta de tiempo para dedicar a sus hijos.

–Es muy habitual escuchar a los padres decir que ellos tratan a todos sus hijos igual, ¿eso es posible? ¿Y es necesario?
–Posible quizá, aunque sería difícil, pero deseable no tanto. Por lo general, cuando se dice es en el sentido de no discriminar de manera negativa a uno u otro. Pero en ocasiones se lleva al extremo y se intenta tratar exactamente igual a todos los hijos, darles exactamente lo mismo a unos y a otros. Y eso es un error.

Más que nada porque son personas diferentes, con distintas necesidades, valores, preferencias, etc. Si los tratamos a todos por igual, probablemente estemos satisfaciendo más las necesidades de uno que de otro. Es mejor adaptarnos a las distintas necesidades de cada uno, paradójicamente eso nos llevará a un trato más justo e igualitario.

–¿Cuáles son las claves para que los niños de ahora sean adultos con una buena autoestima, seguros de sí mismos, independientes…?
–Como decía al principio de esta entrevista, la clave está más en no hacer ciertas cosas mal, más que en hacer muchas cosas bien. Si queremos que cuando sean adultos tengan una autoestima sana, no destrocemos su autoestima cuando son niños, por ejemplo, señalándoles solo lo que hacen mal. Si queremos que sean seguros de sí mismos, no les llenemos de miedos o inseguridades mediante amenazas y chantajes para que nos obedezcan. Si queremos que sean independientes, respetemos su impulso natural a la autonomía que muestran desde bien pequeños.

–¿Y qué opinas de que cada vez haya más lugares (tiendas, restaurantes, hoteles…) donde se puede ir con la mascota y también cada vez hay más donde los niños no son bien recibidos?
–Vuelvo a insistir en lo que comentaba, que vivimos en una sociedad que ha dado la espalda a la infancia. Hasta el punto que la infancia es algo que molesta, que hay que esconder, que incordia. Es esa incómoda fase que atraviesan las personas hasta convertirse en adultas.

Hemos dejado de valorar la infancia como la etapa crucial que es; más que impedir a los niños entrar en hoteles o restaurantes soy de la opinión de que deberíamos devolverles el espacio público que les hemos ido robando. Y no me refiero solo a esos establecimientos, hablo de calles, plazas, barrios..., hablo de escuchar a los niños, que su opinión sea tenida en cuenta en los asuntos que les afectan. Pongamos la infancia en el centro.

–¿Qué consejo le daríais a los padres que estén leyendo esta entrevista?
–Que sean amables, cariñosos y pacientes con sus hijos, y que sean amables y compasivos con ellos mismos y con sus parejas, porque los padres perfectos no existen. Todos cometemos errores, pero lo importante es aprender de ellos y que no se conviertan en la tónica del día a día.

Si te ha interesado esta entrevista...

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