Con la pandemia y el anuncio de que la pérdida de olfato es un síntoma característico del Covid-19 ha renacido el interés por este olvidado sentido. Pero, ¿cómo funciona el olfato, por qué se puede perder y cómo recuperarlo?

¿Cómo funciona el olfato?

La capacidad para oler reside en los cinco millones de células olfatorias que se encuentran en la parte más alta de la nariz y ocupan una superficie de 10 cm2 (como dos sellos).

Estas células poseen entre 500 y 1.000 receptores químicos distintos que a través de cilios (semejantes a pelillos) permean la mucosa nasal y captan los compuestos volátiles. Luego transmiten impulsos a través de un nervio hasta el bulbo olfatorio y desde allí llega a la corteza cerebral, donde el olor se hace consciente.

En los últimos veinte años se ha avanzado más que en los veinte siglos anteriores en el conocimiento de la fisiología del olfato. El primer receptor químico de las células olfativas fue descrito en 1996. Cinco años antes se habían descubierto los genes que codificaban su producción.

Es probable que los descubrimientos se precipiten en los próximos años y salgan a la luz nuevos datos sobre la importancia de un sentido que tradicionalmente se ha tachado de muy animal y poco humano, pero que puede tener profundas implicaciones en muchos terrenos, como el desarrollo, la conducta, la sexualidad, las relaciones sociales, el estado de ánimo y la salud en general.

Las bases científicas de la aromaterapia

Ya existen pruebas científicas sobre la eficacia de la terapia con aceites esenciales procedentes de plantas aromáticas. Se utilizan, por ejemplo, para reducir el dolor, combatir la ansiedad y las infecciones o mejorar las capacidades intelectuales de personas afectadas por trastornos neurológicos.

Los estudios demuestran que inhalar compuestos volátiles provoca cambios fisiológicos, mesurables a través de análisis sanguíneos, así como modificaciones en el estado de ánimo y la conducta.

Los compuestos volátiles actúan sobre las células olfatorias en conexión con los centros cerebrales de control de los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario. Su efecto es mucho más rápido que el de las sustancias que se ingieren y pasan a la sangre.

¿Para qué sirve el olfato?

Seguramente nada nos hace sentir tan a gusto o a disgusto en un momento dado como los mensajes que nos llegan a través de la nariz.

El sentido humano del olfato es muy exquisito: solo uno de cada cinco olores nos parece agradable y el resto causa rechazo, en ocasiones hasta la náusea, el mareo y el vómito.

El olfato es un sentido estrechamente relacionado con el instinto de supervivencia: lo que huele mal es probablemente tóxico, venenoso o peligroso.

También está asociado a otro aspecto de la supervivencia: la sexualidad y las relaciones emocionales.

A pesar de que el olor se va educando y su papel en las relaciones adultas pueda parecer poco importante, lo cierto es que el olfato puede continuar desempeñando un papel secreto en el amor.

Los aromas, al ser percibidos directamente por las partes más primarias del cerebro (el llamado cerebro reptiliano), sin que intervenga el filtro de la parte más emotiva o racional del ser humano, inducen reacciones espontáneas de atracción o aversión.

En la mujer, cuando el nivel de estrógenos en la sangre aumenta se agudiza la sensibilidad olfativa y pueden cambiar las emociones provocadas por los olores. Como los estrógenos aumentan durante el ciclo menstrual para preparar el periodo fértil se puede deducir que existe una relación entre el sentido del olfato y la atracción sexual.

Por otra parte, existe un misterioso órgano, denominado vomeronasal, complementario al del olfato, que podría captar algún tipo de feromonas o compuestos volátiles que en los animales tiene la función de atraer sexualmente.

No obstante, los científicos no están de acuerdo sobre si funciona realmente en los seres humanos. Algunos autores creen que eso explicaría, por ejemplo, por qué sentimos simpatía o antipatía inmediata hacia personas que acabamos de conocer.

Otros autores creen que los compuestos volátiles desprendidos por otras personas pueden influir sobre el cuerpo y sobre la conducta de alguna manera, aunque no nos demos cuenta.

¿Qué pasa cuando se pierde el olfato?

Pese a los hallazgos sobre la relevancia del olfato en la vida, su ausencia no se considera todavía una discapacidad, ni se vigila su estado en los niños, ni se cuida de manera alguna.

Por ejemplo, en la mayoría de hospitales se baña literalmente a los recién nacidos en colonia, lo que seguramente causa una impresión brutal en su olfato, sensibilizado para detectar el aroma del pezón y del cuerpo de su madre. Por fortuna, siempre se está a tiempo de reparar en la propia nariz, detenerse en ella y agradecerle todo lo que nos hace sentir.

Podemos imaginar la gran pérdida que supone quedarse ciego o sordo. Sin embargo, vivir sin oler no parece tan grave.

Pocas personas se preocupan por la calidad de su olfato y curar sus alteraciones no está entre las prioridades de la investigación médica actual.

La falta de la capacidad olfativa puede ser parcial (hiposmia) o total (anosmia). La anosmia espontánea se asocia con una pérdida significativa de la calidad de vida con síntomas como depresión y miedo a los olores propios que puede llevar a evitar las relaciones personales.

Los sentidos del olfato y del gusto están conectados muy estrechamente. Lo que llamamos sabor es en la práctica la mezcla de las impresiones (dulce, salado, agrio, amargo, picante...) que proceden de las papilas gustativas de la lengua con los aromas que se desprenden en la boca y viajan hasta las células olfatorias, a través de un corredor que se encuentra en la parte trasera de la boca.

Cuando no se aprecian intensamente los aromas, los alimentos pierden una parte importante de su atractivo, no producen placer y la persona afectada puede seguir una dieta pobre. También es posible que se consuman productos excesivamente grasos, salados o dulces para notar alguna cosa, con su consiguiente repercusión en la salud.

¿Qué causas hacen perder el olfato?

No solo el Covid-19 puede provocar pérdida de olfato. Las causas más frecuentes de una pérdida parcial del olfato son las inflamaciones de las mucosas paranasales (sinusitis) y nasales (rinitis). Normalmente el olfato se recupera al superarse esas enfermedades leves pasajeras.

En cambio los pólipos, que suelen aparecer como consecuencia de resfriados frecuentes, pueden reducir la capacidad olfativa de manera permanente. Se pueden extirpar pero en muchos casos reaparecen y en otros no se recupera del todo el olfato.

Otras causas de pérdida son las exposiciones a productos químicos irritantes, los trastornos hormonales y determinados problemas dentales.

Ciertos fármacos, como anfetaminas, estrógenos, nafazolina, fenotiazinas, reserpina y posiblemente productos a base de cinc, también pueden atrofiar el olfato si se usan de forma rutinaria.

Por otra parte, puede producirse una "fatiga olfativa" cuando se deja de percibir un olor al que se ha estado expuesto durante un tiempo determinado.

Cuando la pérdida de olfato no pueda explicarse por alguno de los trastornos mencionados conviene consultar con un especialista.

¿Se puede prevenir la pérdida olfativa?

Los hábitos sanos son importantes para mantener en buen estado el órgano del olfato.

Puede ser útil limpiarse diariamente la nariz con un nebulizador suave a base de una solución hipertónica de agua de mar, o en su defecto con agua del grifo y sal marina. Esta limpieza evita el contacto de la mucosa con agentes irritantes, virus y bacterias.

Además evita que se reseque y mejora las secreciones, por lo que es el tratamiento adecuado contra la congestión durante los resfriados y gripes: el abuso de los medicamentos descongestionantes de venta libre en farmacias puede agravar el problema.

Una medida es tomar alimentos ricos en vitamina o provitamina A, como coles, zanahorias, albaricoques, espinacas, boniatos, huevos, productos lácteos...

Hay que evitar especialmente la exposición a vapores irritantes que pueden dañar las células olfatorias. No hay que oler directamente el contenido de un frasco, sino a distancia, moviendo el aire con la mano, o dejando caer unas gotas en papel.

En los ambientes cargados de polvo en suspensión conviene protegerse con una mascarilla.

Ejercicios para reconectar con el olfato

Las personas que prestan atención a los aromas pueden distinguir hasta 10.000 olores distintos, el doble que la media de la población. Esto quiere decir que la mayoría de personas no hace nada por cultivar su olfato y goza de una experiencia de poca calidad al comer o relacionarse con su entorno.

Estamos rodeados por infinidad de moléculas odoríferas. Aunque cada uno de estos olores puede ser destilado y encapsulado en un frasco, la percepción del olor está modulada por la historia personal e innumerables factores psicológicos, fisiológicos y ambientales. Por ello, oler es un asunto al que dedicarse en cuerpo y alma.

Para instruirse en el mundo de los olores basta con inspirar en cada momento, al comer, al pasear, al charlar o al visitar lugares nuevos. Pasear por el bosque en otoño guiándose por la nariz y no por la vista puede ser un ejercicio común en un catador, y está al alcance de cualquier persona.

  • En primera instancia, conviene dejar que el aroma nos llene, observando qué emociones y recuerdos provoca –con la misma actitud que cuando se medita y se evita encadenar los pensamientos para estar plenamente presente en el aquí y ahora.
  • Se puede elaborar por escrito una definición muy personal del aroma. Por ejemplo, ante una violeta: "a dulce intenso, a jardín inglés, a un tarro de cristal en una vieja farmacia, a mi madre, a niños riendo".
  • El paso siguiente es generar una definición más objetiva, apta para ser compartida, basándose en categorías semejantes a las que emplean los catadores de vino o aceite o los perfumistas.
  • Si es posible conviene oler productos naturales. Los aromas intensos a los que recurren las industrias del perfume, la cosmética y la alimentación hacen que el olfato se torne perezoso. Las bebidas muy dulces y la comida con potenciadores del sabor reducen la sensibilidad olfativa. En cambio, los alimentos en estado de maduración óptimo proporcionan los aromas más sutiles.

El olfato, el cerebro y la memoria

La mayoría de seres humanos son capaces de distinguir entre 2.000 y 5.000 olores. Sin embargo, es casi imposible explicar cómo huele algo a alguien que no lo haya olido.

No es así porque sea un sentido pobre, sino porque proporciona una experiencia tan directa de la realidad que no es filtrada por el lenguaje. El olfato, ligado a la capacidad instintiva de los animales y heredado de ellos a lo largo de la evolución, depara una experiencia inefable del mundo.

Los olores establecen en primer lugar una comunicación química con el cuerpo y su efecto va más allá de lo que se puede expresar con palabras. Para identificarlos tiene lugar un segundo paso donde se recurre a una palabra que ya está asociada a otra imagen (como "olor a manzana").

Sin darnos apenas cuenta, los olores se graban en la memoria y nos condicionan.

Una mala experiencia con un alimento puede hacer que rechacemos su aroma de por vida. En cambio, el olor del pan recién tostado quizá revive instantáneamente los desayunos en familia de la infancia.

De esta manera, en la experiencia de cada persona, sobre los olores se construye "el inmenso edificio de la memoria", como escribió Marcel Proust. El aroma de su magdalena mojada en el té no puede resumirse en una palabra, pues al autor de En busca del tiempo perdido le transporta a las mañanas de domingo en compañía de su tía Leona.

Si ante los colores o los sonidos somos casi iguales, ante un olor somos personas únicas. Se pueden nombrar decenas de colores y unos pocos sabores, mientras que los olores no tienen nombre propio.