Vital, sonriente y absolutamente amable, Laura Gutman, psicoterapeuta familiar, difunde la importancia de la maternidad como un momento clave en la vida de la mujer y de la pareja, tanto para procurar un futuro feliz al recién nacido como para sanar viejas heridas gestadas en la propia infancia.

Laura fundó en 1990 el centro Crianza en Buenos Aires, una institución con una escuela para profesionales de la salud y la educación, grupos de crianza para madres y un equipo de doulas a domicilio para madres con bebés de hasta dos años.

Tiene su propia escuela online y es autora además de numerosos libros sobre crianza y familia.

El "ser" madre

–Conciliar la vida profesional y social con la maternidad provoca a muchas mujeres actuales una fractura. ¿Cómo se puede evitar esa brecha?
–Pues esa brecha que hemos construido entre el ámbito privado y el ámbito público es una trampa. En tan solo dos generaciones, hemos organizado toda nuestra identidad en el quehacer profesional y la hemos perdido en el mundo personal, que es donde transcurren la crianza de los niños pequeños y los intercambios emocionales. Es un problema de identidad. Quiero decir que en un lugar sentimos que "somos" y en el otro sentimos que "no somos" y nadie permanece donde "no es", donde no existe.

–Quizá la próxima revolución de la mujer pase por exigir la valoración social de la maternidad sin renunciar a lo conseguido...
–Sí, pero en lugar de exigir la valoración social a no sabemos bien quién, ojalá seamos capaces de integrar los dos aspectos que nos constituyen: el intelecto y el sentimiento, lo visible y lo invisible, el yin y el yang... Ese será el desafío de las próximas generaciones de mujeres: darse cuenta de que la maternidad no tiene por qué ser obligatoriamente una prisión.

Ahora que disfrutamos de autonomía y libertad, nos queda experimentar la maternidad como una función intrínsecamente femenina, potente, sabia y extraordinaria. Si la vivimos con conciencia, sabremos que también podemos ser, aunque no estemos haciendo algo reconocido socialmente como ganar dinero, por ejemplo.

La verdadera revolución será silenciosa, amorosa, pacífica e íntima. Y sucederá en el interior de nuestros corazones.

Potenciando nuestra capacidad de dar

–La extrema dependencia del bebé puede producir angustia en algunas madres y generar en ellas conductas escapistas. ¿Por qué?
–Si de niños no obtuvimos todo el cariño, la dedicación, la presencia, la permanencia, el cuerpo, los pechos, los brazos, la mirada y la entrega que todo bebé humano merece porque es totalmente dependiente de los cuidados maternos, a medida que vamos creciendo vamos aprendiendo a arreglarnos solos, organizando estrategias de supervivencia.

Aunque son diferentes según las personalidades o los acontecimientos, solemos priorizar nuestras necesidades sobre las de los demás. Luego, cuando somos madres o padres, sentimos que eso que pide el niño es "demasiado". ¿Demasiado en relación a qué? A nuestra capacidad de dar.

–Al principio los abuelos o la guardería, luego el colegio y sus actividades extraescolares. Muchos niños pasan más tiempo con los demás que con sus padres. ¿Qué opinión le merece eso?
–Que nuestra organización social va hacia un desastre ecológico en términos emocionales. El niño humano necesita durante toda su infancia –que es más prolongada que lo que hoy tenemos ganas de esperar– mucha intimidad, tiempo, silencio y dedicación. Los niños necesitan que permanezcamos, que entremos en contacto emocional con ellos. De lo contrario, perdemos el equilibrio psíquico individual y colectivamente.

–¿Deberíamos entonces sentarnos más a jugar y compartir con los hijos, tener más contacto y escucharles más?
–Pues...al menos tengamos la intención. Los niños son dependientes de los adultos y necesitan que permanezcamos a su lado. Ahora bien, si somos incapaces, si no tenemos paciencia, si no nos divierte, si nos abruma... pidamos ayuda. Pero no determinemos alegremente que los niños son muy demandantes. Reconozcamos nuestras limitaciones y busquemos alguna solución beneficiosa para los hijos.

–Afirma que el niño que se pasa la vida esperando atención, amor y un disfrute real y de calidad con su madre puede expresar su vacío a través de la violencia o las adicciones. ¿Tan poderosas son esas necesidades emocionales no satisfechas?
–Aquello que no ha sido colmado de amor durante la infancia, intentaremos llenarlo de otras maneras, sin obtener satisfacción duradera. Vivimos en una sociedad de consumo. Es decir, estamos consumiendo permanentemente. Pero no importa cuánta comida engullamos, cuánto dinero ganemos, cuánto fumemos o cuántos objetos compremos... continuaremos sintiendo el vacío. Ese bienestar original se experimenta –o no– durante la primera infancia, y tiene que ver con la satisfacción de las necesidades básicas en ese período crítico.

El discurso del yo engañado

–Uno de los aspectos más fascinantes de ser madre es que nos permite revivir la niña que fuimos y la relación con nuestra madre...
–Sí, pero no es fácil detectarlo. Porque las experiencias que hemos vivido siendo niñas han sido teñidas por el discurso de alguien, generalmente de nuestra propia madre, que ha nombrado los acontecimientos. Es lo que yo llamo el "discurso del yo engañado". A partir de aquello que ha sido nombrado (por ejemplo: tú eras llorona, tú eras buenísima, tú eras cobarde, tú eras insoportable...) modelamos un personaje que cumple un papel en la trama familiar y social.

Ahora bien, detectar nuestro personaje, comprender qué papel seguimos cumpliendo aunque tengamos 40 o 50 años, y qué tiene que ver ese papel con nuestra maternidad actual, requiere un trabajo de indagación personal que sería muy complejo describir aquí.

–Propone explorar el pasado mediante diferentes fuentes para llegar a comprender aspectos de nuestra infancia y poder actuar mejor con los hijos. Explíquenoslo...
–Sí, he desarrollado un método que llamo la "construcción de la biografía humana" que permite abordar los recuerdos más genuinos posibles, traer las voces de los demás... y armar de ese modo un "mapa familiar" para detectar el equilibrio que lo sostiene, aunque sea sufriente, enfermizo, violento, basado en secretos o lo que sea.

Toda trama humana tiene una lógica. Comprenderla globalmente y ver nuestro propio funcionamiento fuera de la escena nos ofrece una herramienta muy valiosa para conocernos mejor. Es una invitación a ver la obra de teatro desde la butaca, aunque al mismo tiempo también seamos los actores. Luego, si esa comprensión de nosotros mismos nos deja en mejores condiciones para comprender a nuestros hijos... mejor.

Una tribu moderna

–¿Qué le diría a una madre o a un padre que se siente abrumado ante las demandas de la crianza?
–En primer lugar, lo ideal es que esa persona inicie procesos de indagación personal a fin de entender por qué le abruma ocuparse de su hijo, responder a sus demandas o necesidades. En segundo lugar, buscar redes de mujeres en las que confiar, ya que ninguna madre puede ni debe permanecer sola con un niño en brazos.

Necesitamos reinventar una tribu moderna, sabiendo que no solo tenemos derecho a buscar ayuda y cobijo, sino que también tenemos el deber de ofrecer apoyo y compañía a los demás.

–Por su experiencia, ¿las madres que son ayudadas por otras mujeres a entrar en la maternidad, son más felices?
–A mí me interesa que seamos todos más conscientes, que seamos responsables de nuestros actos, de nuestra ceguera, de nuestra indiferencia o de nuestro egoísmo. Si nos interrogamos con honestidad –aunque duela–, si reconocemos de dónde venimos, seremos capaces de elegir qué estamos dispuestos a hacer con eso que nos sucedió. Y si además somos padres de niños pequeños nuestra responsabilidad es aún mayor. En Crianza, el egoísmo, la queja, la manipulación y la rabia son moneda corriente entre los consultantes. Tenemos mucho para sanar en nosotros antes de pretender crianzas felices para los niños.

El papel de los padres

–¿Un niño que llora de noche debe dormir con sus padres? Hay profesionales que opinan que esto da pie al niño a tiranizar a los padres...
–Cualquier otra especie de mamíferos sabe que si la cría no es atendida, queda expuesta a los depredadores. El niño, si pudiera decirle a la madre: "¿no te das cuenta de que te estoy llamando?", lo haría. Pero no puede, porque no habla. Quizá lo hará con su pareja, a los treinta, dándole un golpe, desesperado de soledad y de falta de amor. Ahí sí que "se saldrá con la suya".

–¿Cómo se puede distinguir cuándo un niño actúa por capricho o por necesidad?
–Siempre actúa por necesidad. Los adultos también actuamos por necesidad, a veces es desplazada o desesperada, pero siempre es necesidad. Nadie pide lo que no necesita.

–¿Cuál sería el papel del padre ante la maternidad?
–Depende de quién es ese padre, quién es esa madre...Como decía al principio, la maternidad ha perdido todo valor social: las madres sentimos que "dejamos de existir" mientras permanecemos con un niño pequeño en casa. Luego esa voraz necesidad de existir la volcamos en exigencias desmedidas hacia el varón, si es que tenemos pareja. Pero ese varón a veces está debilitado, oprimido, desvitalizado o fuera de la escena.

En lugar de pensar cuál debería ser el papel del padre tenemos que abordar la realidad emocional de cada trama familiar, revisar a quién hemos elegido como padre, y qué podemos hacer dentro de la realidad que hemos construido entre todos.

–¿Qué aconseja hacer cuando un niño despierta en el padre una agresividad insospechada con sus reclamos o sus berrinches, y eso amenaza incluso a la vida de pareja?
–El niño no despierta en el padre una agresividad que antes no existía: simplemente ahora se pone de manifiesto algo que estaba oculto. Es el momento de revisarla biografía humana de cada uno (madre y padre) para conocerse mejor, entender qué nos pasa y dejar al niño en paz, pues él no tiene nada que ver con nuestra ira o nuestras heridas de la infancia.

El valor de reconocer los errores

–Que se difundan los beneficios del parto natural, la lactancia materna y una educación sin violencia puede plantear problemas de conciencia a algunas madres por no haber podido dar el pecho a sus hijos, porque estos hayan nacido por cesárea o por decir una palabra más alta que la otra. ¿Qué hacer en ese caso?
–Hay algo que siempre podemos hacer: darnos cuenta. Luego, hablar sobre ello con nuestros hijos. Incluso si tienen dos años. O cinco. O catorce. O veintiséis. O cuarenta. O sesenta... Nunca es tarde. Siempre es el momento adecuado cuando generamos un acercamiento afectivo para hablar de algún descubrimiento personal, de un anhelo, de un deseo o de nuevas intenciones.

Para un niño pequeño, es alentador escuchar a su madre o a su padre pedirle disculpas. Para un adolescente, es una extraordinaria oportunidad hablar con alguno de sus padres en una intimidad respetuosa quizá nunca antes establecida entre ellos. Para un hijo o hija adultos, es una puerta abierta para formularse preguntas personales... Cualquier instante puede ser la ocasión perfecta para compartir el cambio que uno ha decidido asumir. Definitivamente, para un hijo es extraordinario encontrarse con la sencilla y blanda humanidad de los padres que buscan su destino, cada día.

–Aceptar la imperfección también es una virtud y una enseñanza...
–Desde ya, siempre y cuando no la utilicemos para justificar cualquier cosa.

–¿Qué debería saber toda mujer antes de ser madre?
–Que cuanto antes comience un camino de autoindagación personal, mejor. A mayor conocimiento de sí misma, menos sorpresas deparará el destino, encarnado en nuestros hijos, que no es más que nuestro perfecto camino personal.

Para más información

Las obras de Laura Gutman han sido publicadas por RBA:

  • La maternidad y el encuentro con la propia sombra
  • La familia nace con el primer hijo
  • Crianza, violencias invisibles y adicciones
  • La revolución de las madres
  • El niño que fui, el adulto que soy
  • Puerperios y otras exploraciones del alma femenina