"Nos hemos aislado de la naturaleza y pagamos un precio caro por ello"

El filósofo Jordi Pigem defiende que a medida que nos hemos ido alejando del entorno natural, hemos ido descubriendo que nos faltaba algo, y que quizá la psicología surgió para remediar este exilio del hombre de su entorno natural.

Jordi Pigem

Doctor en filosofía, Jordi Pigem fue profesor del Master in Holistic Science, del Schumacher College (Gran Bretaña), institución de referencia especializada en sostenibilidad, medio ambiente y ciencias humanísticas. Sostiene que, durante siglos, nos hemos desarrollado a costa de separarnos cada vez más de la naturaleza.

"A medida que nos hemos ido alejando del entorno natural, hemos ido descubriendo que nos faltaba algo, y quizá la psicología surgió, en el cada vez más urbano siglo XIX, para remediar este exilio del hombre de su entorno natural. Ahora, con la crisis económica, ecológica y de valores, nos damos cuenta de que algo no funciona y de que este aislamiento de la naturaleza ha sido un precio demasiado caro que hemos pagado. Por tanto, se impone redescubrir nuevas maneras de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el medio natural", explica Pigem.

–La ecopsicología aborda precisamente esa necesidad de retorno a la naturaleza para recuperar el equilibrio perdido…
–La ecopsicología nació en los años 90 como punto de encuentro entre psicólogos y ecologistas conscientes de que la salud de nuestra mente y del planeta son dos caras de la misma moneda. Explora, por un lado, nuestra separación del mundo natural y, por otro, intenta rescatarnos del exilio en nuestras pequeñas mentes y devolvernos a nuestro verdadero hogar: el mundo.

En su vertiente más práctica, intenta que la psicoterapia salga de su enclaustramiento entre paredes urbanas e insuflar aire fresco en los rincones estancados de nuestra psique. La herramienta más típica de la ecopsicología son los viajes de inmersión en la naturaleza, si bien toda actividad que nos ayude a reconectar con nuestro cuerpo y con el medio natural contribuye a nuestra salud ecopsicológica.

–Entonces, para tener una mente más sana, ¿debemos dejar de percibir nuestro entorno y a las personas más allá del beneficio que podamos obtener?
–Efectivamente. Hasta hace poco, habíamos creído que la naturaleza era un mero almacén de recursos que podíamos explotar cuanto quisiéramos. Pero el cambio climático, la destrucción de ecosistemas y la desaparición de especies vitales para mantener el equilibrio ecológico nos recuerdan que ese camino no funciona.

Por eso se hace necesario, social y económicamente, reintegrarnos en los ciclos de la naturaleza; y, a nivel psicológico y personal, debemos darnos cuenta de que no podemos tener una existencia plena si nos sentimos limitados a lo que existe dentro de nuestra piel, ya que somos parte de un mundo mucho más amplio: de la naturaleza, del cosmos

En la medida en que sepamos abrirnos a esta visión más amplia, podremos tener una vida mucho más rica.

–En su libro Buena crisis (Kairós) apunta que deberíamos dar cancha a la intuición.
–Ese exilio de la naturaleza ha ido acompañado de un proceso en el que hemos puesto la razón por encima de nuestras intuiciones y emociones. Ahora la psicología y la neurobiología nos muestran que lo que de verdad nos mueve es el corazón, más que la razón.

Hacer más caso a nuestras intuiciones es una buena forma de reconectar con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.

–Pero hay que trabajar para vivir. ¿Cómo podemos conectar, en el día a día, con el mundo?
–Debemos encaminarnos hacia trabajos que nos ofrezcan una vida con mayor sentido, con los que podamos ser útiles a la sociedad y que, a su vez, nos permitan ganarnos mínimamente la vida. Si tenemos una vida satisfactoria, no necesitaremos ganar tanto dinero para compensar nuestra insatisfacción. Y también es importante que en cada uno de nuestros actos cotidianos elijamos aquellas opciones que apunten hacia una sociedad más solidaria, sana y ecológica, apostando, por ejemplo, por el consumo de productos de comercio justo o por las cooperativas de consumo ecológico.

–De la misma manera, se hace necesario aprender a valorar y disfrutar más la vida, ¿no cree?
–Sí, vivir el presente con mayor intensidad es un ejercicio que deberíamos practicar todos para sentirnos mejor. Nuestra sociedad nos hace vivir con la mirada hacia delante, posponiendo la felicidad a las siguientes vacaciones, a cuando nos jubilemos, a cuando nos den ese dinero... en vez de gozar con lo que tenemos y somos aquí y ahora. Por otra parte, se da la paradoja de que, en nuestras decisiones cotidianas, no tenemos en cuenta a las generaciones futuras. Llenamos el mundo de residuos tóxicos sin considerar que las generaciones futuras tendrán que vérselas con ello.

Tenemos la oportunidad de redescubrir el presente y, al mismo tiempo, de tener una mirada más amplia sobre nuestras acciones a nivel global, contando con los efectos de estas acciones en un futuro.

–También es un defensor de la importancia de volver a recuperar la capacidad de asombro ante las cosas…
–A partir de la revolución científica, nuestra cultura optó por ver el universo y la naturaleza como un gran mecanismo. Newton comparó el universo con un gran reloj mecánico. Este enfoque científico solo considera real lo que se puede medir y toma como ilusorias nuestras percepciones (los colores, lo que sentimos…). Esto es muy grotesco porque, cuando estamos cenando, por ejemplo, lo que nos importa es el sabor de lo que comemos y no tanto su composición molecular. De modo que nuestra cultura olvidó las cualidades, que es lo que realmente nos nutre.

En nuestra vida cotidiana, lo que nos nutre son las relaciones, las amistades, el amor, la vocación, la belleza a nuestro alrededor… El sociólogo alemán Max Weber reconocía que habíamos progresado mucho, pero que habíamos perdido ese sentido de encanto y de magia que las culturas tradicionales tenían en cuenta. Curiosamente, de este asombro ante el mundo surge la filosofía y toda la creatividad humana: la de un pintor, un músico, un poeta… Hemos anulado, por tanto, esa parte creativa… La hemos anulado o la hemos dejado como algo superficial o añadido.

Lo importante es la economía, la seguridad, tenerlo todo bajo control; y, luego, como una especie de añadido o de aliño, tenemos el arte, la música… Pero, en realidad, el arte, la música, la belleza y el conocimiento son tan esenciales para nosotros como todo lo cuantificable.

–Así pues, parece que cualquier cambio profundo tenga que venir por liberarnos del ego y deshacernos de esa necesidad de control, ¿no es cierto?
–Hemos construido una falsa sensación de seguridad a nuestro alrededor a partir de querer controlarlo todo, de querer tener una certeza exacta de lo que sucederá en el futuro. Un cierto control es necesario, desde luego, pero conviene que nos demos cuenta de que la realidad es mucho más dinámica e impredecible de lo que creíamos, incluso a nivel científico. Hay un núcleo de impredecibilidad en la raíz misma de las cosas.

El universo cada vez se parece menos a una máquina, como se pensaba en el siglo xvii, y más a una idea, a un pensamiento, a una imagen que se transforma, como dijo James Jeans, un físico del siglo xx. Cuando vemos las imágenes de galaxias remotas que nos envía el telescopio Hubble, lo que ahí aparece es algo onírico que cada vez se ajusta menos a ese universo mecánico que habíamos concebido. De la misma manera, tenemos la teoría del caos, que nos muestra cómo es de impredecible mucho de lo que sucede a nuestro alrededor: cómo el aleteo de una mariposa en el Caribe puede desencadenar un tornado en Japón.

–Explica en su libro que las personas somos “conciencia envuelta en los velos de la materia, el espacio y el tiempo”. ¿Solo nos queda darnos cuenta de ello?
–Si nos damos cuenta de ello, se produce una gran revolución. De hecho, un gran físico del siglo xx, premio Nobel, Erwin Schrödinger, se percató de que hay una serie de experimentos de la física contemporánea que solo pueden explicarse plenamente si dejamos de considerar que el fundamento de la realidad es la materia y pasamos a considerar la conciencia y la percepción.

Si pensamos, como el psiquiatra Carl G. Jung, que la conciencia no es algo privado que está en nuestra mente, sino algo que se extiende más allá de nosotros, se abre entonces la posibilidad de que un cambio de intenciones y actitudes pueda tener repercusión más allá de nuestra esfera privada. Podemos pasar de tener una vida encapsulada en nuestra mente, en nuestro cuerpo, a tener una vida en la que nos sintamos parte de una red de relaciones, una red de procesos mucho más amplia.

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