Junto a la Asociación Española de Brainspotting y el Instituto Aleces de Psicoterapia del Trauma, Mario C. Salvador, experto en estrés postraumático y autor del libro Más allá del yo. Encontrar nuestra esencia en la curación del trauma (Ed. Eleftheria), ha creado un equipo de voluntarios que dan atención psicológica a los profesionales que están trabajando en primera línea en esta pandemia y a los familiares que han perdido a un ser querido. Con él hablamos de las posibles consecuencias psicológicas que se pueden derivar de la situación lo que estamos viviendo.

Atienden a quienes se sienten desbordados psicológicamente por la situación, a los cuidadores sanitarios que nadie cuida, al personal de las funerarias, a los policías, educadores sociales, bomberos y a los familiares en duelo por la pérdida de un ser querido del que no se han podido despedir.

–Dice que el loto no podría surgir sin el lodo...
Exacto. Esta flor tan bonita que es el loto no podría brotar sin el lodo. El sufrimiento y la felicidad no son cosas separadas, sino que una se extrae de la otra. Y aunque queramos escapar del sufrimiento, simplemente es imposible, forma parte de la vida.

Todas nuestras experiencias quedan grabadas en nuestro cuerpo que es como la caja negra de los aviones donde todo queda registrado. Por eso conviene hacerse amigo de las experiencias, aunque sean desagradables, y prestar atención y escucha a nuestra parte deprimida, algo para lo que nuestra sociedad no nos educa.

–¿Este confinamiento está teniendo efectos perjudiciales sobre todos nosotros?
–Un estudio publicado en la revista The Lancet analiza distintas investigaciones sobre los efectos psicológicos del confinamiento y, a partir de diez días de confinamiento, se registra ya un aumento significativo de síntomas de depresión, de estrés postraumático, irritabilidad, rabia, dificultades para dormir y también en las relaciones.

Algunos profesionales sanitarios han sido invitados por sus vecinos a residir en otro lugar. Es decir, además del estrés y la presión a la que están sometidos, algunos de los que nos ayudan deben luchar contra la estigmatización. Está el miedo a morir, el miedo a que mueran familiares y amigos, a la ruina económica.

Nos sentimos vigilados, atrapados y restados de libertad y todo esto a muchos les va a conectar con traumas previos.

–¿Podría ponerme un ejemplo?
–Hace unos días un paciente me hablaba de su gran sensación de sentirse atrapado al no poder salir de casa. Había reconectado con una experiencia vivida de niño, con el trauma derivado de las muchas veces que tuvo que ser hospitalizado. Accedió a estos recuerdos de sentirse privado del contacto con sus padres, de no poder moverse… Así funciona nuestra memoria.

El hecho de sentirse atrapado hoy, lo conectó directamente con este trauma no resuelto. Las personas que han vivido un abandono temprano y pasan solas este confinamiento pueden sentir que se despiertan sus traumas de abandono. No nos va a pasar a todos, dependerá de nuestras experiencias previas.

–¿Se trata de trabajar de abajo arriba porque el trauma queda atrapado en el cuerpo?
–Efectivamente el trauma se queda en el cuerpo y condiciona nuestro sistema nervioso. Nos construimos de abajo-arriba, los bebés viven en un mundo de sensaciones, luego vienen las emociones, después llegan las creencias que surgen a medida que se va adquiriendo el lenguaje y finalmente el propósito.

Como dice Antonio Damasio, nuestra cultura occidental cree que el cerebro prefrontal –que es el último en llegar– es el dueño de todo, pero la mayor parte de nuestro cerebro sigue siendo somato-sensorial y, aunque nos contemos una historia sobre quienes somos, esta es una mentira.

Un niño abusado puede concluir que es indigno y no vale nada, es una historia que le sirve para sobrevivir y vive en esta mentira hasta que encuentra unas circunstancias favorables para modificarla.

Sin embargo, su cuerpo sabe la verdad, una verdad que se debe escuchar. De hecho no habría trauma, si después de haber vivido una experiencia dolorosa, hubiésemos tenido un buen apoyo social, unos cuidadores que nos hubieran escuchado con compasión, respeto y protección.

Estamos programados para curarnos a nosotros mismos, pero para ello necesitamos unas relaciones seguras, empáticas y compasivas que nos permitan metabolizar nuestras experiencias.

Y es algo que está faltando y mucho en nuestra cultura. Cuando preguntas a estas personas: “¿Contaste a tu mamá o a tu papá que tu tío te tocaba?”. La respuesta es: “No me hubiera creído, me hubiera culpado…” También te pueden decir que sus cuidadores estaban deprimidos o estaban ausentes. Hay una falla en los sistemas de cuidados, es decir traumas de apego que nos han impedido metabolizar estas experiencias duras.

–De ahí este programa de voluntarios, ¿para dar apoyo y escuchar…?
–Esta pandemia es una traumatización colectiva. Hemos construido un mundo de aparente certidumbre, hemos vivido como si la muerte no existiera y ahora esta situación nos muestra que no es así. Esta crisis nos lleva a mirar de cara la muerte, la enfermedad, la ruina económica, el miedo a que muera un ser querido... Y el camino va a ser siempre el mismo: mirar aquello que no hemos querido mirar hasta ahora y tener una mayor aceptación de cosas que forman parte de la vida como la muerte y el sufrimiento acompañados de guías que nos ayuden a aceptar la verdad que cuentan nuestros cuerpos.

Este equipo de voluntarios, que cuentan con un entrenamiento en Brainspotting y en el Reprocesamiento del Trauma según el Método Aleceia basado en el mindfulness y enfocado a la escucha del cuerpo, ofrecen atención psicológica a los profesionales que están en primera línea y a los familiares de enfermos o fallecidos que lo requieren.

Les ofrecemos atención terapéutica para el estrés agudo que puede manifestarse en como un estado hipervigilancia, pesadillas, flashbacks, entumecimiento emocional, dificultades de concentración...

Aquellas personas cuya historia de vida sea suficientemente buena lo más probable es que consigan que esto no vaya a más, sin embargo las que hayan sufrido traumas anteriores y sean más frágiles pueden desarrollar un estrés postraumático y que los síntomas perduren más allá de los tres meses.

–Nuestro quehacer cotidiano intenso no nos suele dejar espacio para atender las heridas, algo que a lo que ahora estamos confrontados...
–Hemos construido una sociedad de la acción, la producción y el consumo que busca básicamente la gratificación en el tener. Nuestra autoestima depende del hecho de sentirnos competentes, productivos y útiles. Y, para adaptarnos, nos hemos desconectado de nosotros mismos y hemos sacrificado nuestra tendencia natural al juego, la exploración, la conexión social y a la espontaneidad.

Hemos podado aquellos aspectos que conforman nuestro crecimiento natural para ser aceptados y se nos considere buenos hijos y buenos ciudadanos. Ahora este confinamiento impone una parada total.

Todo lo que nos ha estado sirviendo como estrategia adaptativa de repente ya no sirve.

¿Qué ocurre? Cuando una defensa queda inutilizada emerge aquello de lo que la persona se estaba defendiendo, tal vez esta depresión latente en toda nuestra sociedad. Y es que hemos perdido la capacidad natural de regularnos a través de las relaciones e intentamos encontrar la satisfacción mediante el consumo de cosas, de pastillas (ansiolíticos y antidepresivos), mediante un exceso de actividad y de trabajo, un sistema de regulación impuesto y artificial.

La forma natural de regulación del sistema nervioso es a través del sistema nervioso de los otros, en unas relaciones seguras nuestro sistema nervioso vuelve a la homeostasis. Ahora se nos fuerza a mirar a todo lo que no hemos mirado ni valorado hasta ahora.

–Decía que unas investigaciones sobre la gratificación explican cómo funcionamos.
–El neuro-psicólogo Diego Redolar me contaba los resultados de unas investigaciones en las cuales se proponía a las personas realizar la simple tarea de parar las agujas del reloj cuando estas llegaran a un determinado punto. A un grupo se les pagaba por ello y a otro no. El grupo no remunerado mantenía el entusiasmo por la tarea en los distintos intentos y siempre se mantenían activados los sistemas dopaminérgicos del cerebro. Encontraban un sentido en la tarea misma.

En cambio, el grupo a quien se le pagaba, si bien en el primer intento tenían activadas las mismas áreas del cerebro que el grupo no remunerado, en los siguientes intentos que ya no eran pagados, perdían la motivación.

¿Qué significa esto? Entre otras cosas que la dopamina, fuente de bienestar, se activa cuando el individuo realiza una actividad con sentido. Pero en nuestra sociedad, donde se paga incluso a los niños por estudiar, se ha perdido la capacidad de encontrar sentido a las actividades cuando por ellas no se recibe dinero o gratificaciones externas a cambio.

Lo vemos en los deportistas de élite: mientras son niños juegan al futbol por placer y en el momento empiezan a enriquecerse por jugar al futbol la motivación intrínseca pierde sentido. Sólo juegan por lo que van a ganar y al jubilarse en la cresta de la ola, muchos se deprimen. Hemos perdido la capacidad de hacer cosas poniendo el alma en ellas y esto se relaciona con este déficit de dopamina generalizado.

Esta crisis del COVID 19 plantea el reto de encontrar un nuevo sentido y significado en cómo vivimos.

Este confinamiento nos fuerza a reflexionar sobre qué es lo realmente importante como estar con quien amamos, disfrutar de las cosas más sencillas y encontrarnos a nosotros mismos. Plantea una gran crisis existencial.

–¿Cómo podemos definir el trauma?
–El trauma es la manera en que nos hemos quedado atrapados en respuestas de supervivencia –miedo, rabia o congelación– que no han encontrado una vía de salida y han quedado en nuestro interior.

Ante una amenaza, nuestro cerebro subcortical toma el mando y da una respuesta rápida sin tener que pensar.

Esto es común a todos los mamíferos. En la vida salvaje no hay trauma porque todas estas respuestas se dan por completadas de una manera u otra. En cambio en nuestra especie las respuestas se tienen que frenar porque el depredador permanece y la amenaza sigue en el tiempo.

Si un niño vive con un padre alcohólico de conducta impredecible o con una madre deprimida o agresiva o un profesor violento, no podrá liberar estas respuestas organizadas por nuestro cerebro subcortical porque sus depredadores siguen allí. Normalmente el sistema nervioso alterna la activación simpática (acción/trabajo) y la activación parasimpática (descanso / tiempo de recuperación). Sin embargo en el trauma el sistema nervioso queda alterado.

La amígdala, el núcleo de nuestro cerebro límbico que es como un detector de fuegos y dispara nuestra respuesta emocional sin pensar ante una amenaza, se queda sonando y no vuelve al estado de apagado.

Así el sistema nervioso de estas personas con trauma permanece hiperactivado o hipoactivado. O viven con un exceso de hipervigilancia e hiperreactividad o como muertos sin padecer ni sentir. Por eso, como dice Bessel van der Kolk se trata de hacer terapias del sistema límbico para que regresando al cuerpo se pueda dar salida a estas emociones y respuestas atrapadas.

–¿Y que la disociación entre cuerpo–mente se diluya?
–Exacto. Lo contrario de la disociación es la asociación. Tenemos que escuchar estas historias atrapadas en nuestros sistemas nerviosos, en nuestros cuerpos para que lo que quedó congelado se pueda liberar. En el trauma también pasa que los sentidos se centran en lo esencial para sobrevivir.

Te pongo un ejemplo. Un chico tuvo que atender a unas de las víctimas de los atentados de Cambrils. Se encontró a la mujer en la calle sangrando por el cuello y este adolescente lo primero que hizo fue taponar la hemorragia como pudo sin saber demasiado y gritó para que alguien llamara a una ambulancia. Hizo lo que tenía que hacer para salvar una vida, lo que no significa que por dentro no estuviera viviendo otras muchas cosas. Para atender a esta persona, puso a parte su propio miedo.

Así que cuando este chico busca terapia y se da atención a todas estas experiencias propioceptivas, los flashbacks de ver la sangre manando, el miedo a no saber qué hacer, el miedo por estar en una zona de peligro... Todo lo que apartó vuelve. Esto es lo que nos va a pasar a nosotros cuando todo esto acabe, sobre todo a estas personas que están en primera línea.

Ahora tenemos que ocuparnos de sobrevivir, pero lo que estamos viviendo y sintiendo queda grabado en nuestro cuerpo y más tarde o más temprano aparecerá.

Y el camino es darle atención y permitir a nuestro cuerpo pueda liberar lo que se ha quedado atrapado ante alguien con una escucha empática. Habrá que crear un espacio para curar el daño moral que también ha producido esta crisis del que es imposible escapar, aunque se nos inste más a reconstruir y a olvidar.

–Bessel Van der Kolk habla de la importancia del yoga para dar salida al trauma.
–Cuando el cuerpo no puede escapar, la mente busca la forma de no quedarse en él. El yoga es una práctica de mindfulness que nos regresa al cuerpo, a las sensaciones que las personas traumatizadas no perciben porque estar en las sensaciones -estar en el cuerpo- es conectarse con el dolor del que quieren escapar.

Sin embargo, el yoga despierta aquellas sensaciones de fuerza, vitalidad y centramiento, sensaciones que no están asociadas al trauma. Además del yoga son útiles otras técnicas como el mindfulness, el taichí o el aikido que nos ayudan a habitar el cuerpo y a sentir sensaciones corporales de bienestar.

Junto al yoga, Van der Kolk propone también el canto y el teatro para dar salida al trauma.

Porque otra cosa que define el trauma es el fenómeno de desconexión social que origina. La persona pierde su confianza en los demás que no la han protegido o no han sabido proteger. Habitualmente buscamos regularnos mediante el contacto, pero la persona con trauma se ha dicho: “No hay nadie para mí. Estoy sola”. Y se ha aislado.

Esto es consustancial al trauma. Así las personas traumatizadas intentan regularse a sí mismas por ejemplo con un exceso de trabajo, alcohol … y otras formas artificiosas de regulación.

–¿Cómo ayuda el canto?
–Nosotros nos co-regulamos tomando a partir de ciertos indicadores como el tono de la voz y la expresión facial del otro. Supón que estás en un avión con unas turbulencias enormes y te asustas. Lo primero que haces es mirar la cara de la azafata. Si te dice que no pasa nada con una voz calmada y su expresión facial es congruente nuestro sistema nervioso capta estas señales para autorregularse.

¿Qué hace el canto? Reconectarnos con los demás. Para estar en un coro debes sincronizarte con los demás. Así que estamos ante una técnica de trabajo físico que entrena tu sistema nervioso a sintonizarse con el de los demás compañeros que conforman el grupo. Lo mismo ocurre en el teatro y los deportes de equipo: necesitas estar coordinado con los demás y contar con ellos.

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–Una vez pase todo esto, ¿serán importantes los rituales colectivos para atender el trauma?
–Todas las practicas colectivas que se realicen para honrar a los muertos, teatros, representaciones y actos en la calle serán muy importantes cuando esto termine porque nos ayudarán a restablecer la conexión con nuestros congéneres y a sentir que somos una tribu.

Serán buenos para todos y sobre todo para los familiares de los fallecidos que no se han podido despedir de sus seres queridos.

También son reconfortantes los aplausos conjuntos a las ocho de tarde que se dirigen a los sanitarios: los vecinos que no se conocían a pesar de la cercanía se ven tal vez por primera vez por la ventana. Somos una especie que necesita y depende de la tribu y estas practicas contribuyen a que nuestros sistemas nerviosos vuelvan a regularse.

Hemos construido un mundo bastante individualista, pero nuestros sistemas nerviosos no están programados para ello. Hemos construido un mundo inadecuado e incongruente con lo que nuestra biología necesita.

–Usted trata el trauma a través del Brainspotting. ¿En qué consiste esta técnica?
–Lo más importante es construir una relación segura y sintónica con el paciente para que este se sienta en un espacio seguro y que el cerebro de supervivencia activado pueda calmarse al encontrar una sintonía. Se trata de una técnica neurológica de procesamiento del trauma que trabaja a nivel subcortical y corporal, pero la relación con el paciente es lo primero.

Lo que descubrió David Grand, el creador del Brainspotting, fue que cuando sientes algo, si llevas la mirada a la izquierda, después al centro y finalmente a la derecha lo que sientes varía. Donde miras afecta lo que sientes. El Brainspotting utiliza el campo visual para localizar y liberar aquellas experiencias de dolor bloqueadas.

Buscamos esta posición ocular y luego invitamos a la persona a mantenerse en ella para que observe lo que viene.

Se trata de un proceso de mindfulness muy enfocado. Le hemos dicho al cerebro donde está el problema y al mantener la atención en él con una actitud de observación curiosa y compasiva se acoge lo que el cuerpo trae sensaciones, imágenes, emociones y cogniciones.

El Brainspotting trata de puentear el cerebro racional para acceder a este cerebro subcortical donde está escrita nuestra historia y también reside la capacidad para autosanarnos cuando accedemos a ella. El cerebro se observa a sí mismo y al escuchar la experiencia sin juicios la digiere.

El cuerpo se descarga y aparece la transformación, porque debajo de todas estas cargas de sufrimiento están nuestras cualidades naturales positivas: la alegría, el amor y la espontaneidad.

–¿Puedo estar traumatizada y no saberlo?
–Vivimos en una sociedad traumatizada, y como los peces, vivimos dentro del agua y no sabemos que hay otra cosa fuera de ella. Montones de slogans nos llevan a negar el dolor. El sistema nos empuja a producir, a hacer, y no tanto a entender. Sí, podemos estar traumatizados y no saberlo.

Muchas personas sufrieron abusos y malos tratos que justifican: “A mí me pegaban pero esto era a todo el mundo”.

Que lo hicieran a todo mundo no significa que no fuera traumático. Los abusos se niegan o se minimizan. Pero un día estamos viendo una violación en una película y nos sentimos especialmente fóbicos porque se despierta lo que está grabado en nuestro sistema nervioso, en nuestro inconsciente.

Vivimos como si no nos hubiera ocurrido pero lo no digerido siempre reaparece con explosiones de ira, de tristeza o de miedo o en forma de espasmos o temblores. Cuando las defensas bajan o por la noche. Porque para dormir nuestro sistema nervioso debe relajarse y entonces todo lo que hemos estado conteniendo aflora mediante pesadillas o ataques de pánico.

Aunque no lo queramos escuchar el trauma, siempre habla a través de nuestras reacciones, de nuestras manifestaciones emocionales y la forma en que nos relacionarnos con los demás.

–¿Y qué nos puede ayudar en estos días?
–Hay cuatro refugios. El primero es volver a nuestra isla de calma interior. En el centro del torbellino no hay movimiento, está nuestra esencia. Todas las emociones, la rabia, el miedo son como las olas del mar que se levantan, pero cuando la ola se calma, vuelve a su naturaleza de mar.

Detrás de todo esto está lo que realmente somos y hay que cultivar este aspecto de nuestra consciencia. El segundo refugio es la co-regulación a través de conectarnos con los amigos y familiares mediante las redes sociales, sentir que podemos contar con los demás.

La co-regulación es otra manera de sentir que no estamos solos, que importamos, que somos cuidados y podemos cuidar. Sentir nuestra sangha, es decir el hecho de construir comunidades mayores. He hablado de la importancia de los rituales colectivos, de sentir que todos juntos nos enfrentamos a todo y pertenecemos a una tribu mayor que nuestras familias y relaciones diarias.

El tercer refugio es la nutrición cognitiva y espiritual, qué contenidos y estímulos introducimos en nuestros intelectos y en nuestras almas. Hemos de exponernos más a enseñanzas que nos transmitan sentido, esperanza y alimento espiritual. Personalmente estoy escuchando a muchos maestros espirituales.

Conviene evitar el bombardeo informativo que no para de asustarnos.

Y en cuatro lugar debemos cuidar de nuestro cuerpo en lugar de escapar de él. Nutrirlo bien y mimarlo no sólo físicamente, sino también seleccionando el alimento. El cuerpo es un templo y cuidarlo nos ayuda construir esta resiliencia.

Espero que todo esto nos lleve entrar a encontrar un sentido más elevado a nuestras vidas que el simple hecho de producir y consumir. La resiliencia trata de dar un sentido a lo ocurrido y de esta pandemia debemos aprender a sacar el loto del lodo.

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