No es casualidad que Christian Boukaram haya dedicado los últimos doce años de su vida a estudiar la relación entre el cáncer y las emociones. Este médico, de talante cercano y bromista, nació en el Líbano y llegó al Canadá con trece años huyendo de la guerra. Allí se formó como oncólogo y radio-oncólogo y, cuando ya trabajaba como tal, uno de sus mejores amigos desarrolló un tumor cerebral en plena juventud.

"Fue la primera vez que contemplé de cerca la desesperanza que experimentan los pacientes al recibir el diagnóstico. Capté lo que se siente antes y después de la conversación con el médico, lo cual puede determinar la evolución de la enfermedad. Hay distintas reacciones ante el diagnóstico: algunas personas se dejan abatir y otras, a la vez que aceptan la muerte, quieren tomar parte activa en su proceso de salud. Mi amigo quiso tomar las riendas de su curación, se puso a investigar por Internet y empezó a preguntarme mi opinión sobre tal o cual técnica. Me decía: 'He oído hablar de esta vitamina y de este tratamiento que van muy bien. ¿Qué hago?'. Yo no tenía ni idea de si lo que me proponía era adecuado o si por el contrario podía perjudicarle. Así emprendí mi propia investigación para orientarlo y orientar a mis pacientes que se encontraban en el mismo dilema", me cuenta Boukaram.

Su obra El poder anticáncer de las emociones (Ed. Nova Luciérnaga) se convirtió en un best seller en Canadá, Francia e Italia. También es cofundador de Croire ("Creer"), una organización que apoya emocional y espiritualmente a personas con cáncer. Además, da clases en la Universidad de Montreal sobre el sistema nervioso.

Una nueva oncología

–¿Es correcto combinar la quimioterapia con terapias naturales?
–Hasta un 80% de los pacientes de cáncer utilizan tratamientos no convencionales y el 50% lo ocultan a su médico, lo que es peligroso. Muchos caen en manos de charlatanes que prometen curas mágicas porque el sistema médico convencional no cubre sus necesidades. El enfermo de cáncer sufre física, psicológica y socialmente. Los oncólogos evitan a veces las preguntas sobre otras técnicas médicas porque es difícil disponer de una información contrastada respecto a ellas. Pero si no hablamos de las técnicas complementarias que existen para mejorar la calidad de vida, el paciente va a probarlas a escondidas, ya que las necesita.

No he visto a ningún paciente que se haya curado sin un tratamiento convencional, sin embargo conviene ofrecer las técnicas naturales y complementarias que ayudan y mejoran su calidad de vida. Fue así como descubrí la oncología integrativa.

–¿Y qué es la oncología integrativa?
–En la oncología integrativa resulta primordial la relación que el oncólogo establece con el paciente para comentar abiertamente sus creencias. El objetivo es cuidar a la persona en todos sus aspectos, por eso también he escrito el libro, para sensibilizar a los médicos de que el enfermo de cáncer no es solo un cuerpo. Con el paciente hay que hablar de si está a gusto o no en su entorno, de si tiene un buen apoyo emocional y social, de si le preocupa el dinero, de qué tiene miedo, si utiliza otras técnicas a escondidas... Si no se habla de todo eso, se produce una ruptura en la comunicación y en la confianza que no ayuda a la curación.

En la oncología integrativa curamos tumores considerando la salud como el resultado de que todas las áreas de la persona estén en equilibrio.

La oncología integrativa es el fruto del trabajo de un comité de especialistas (oncólogos, psicólogos, nutricionistas, acupuntores...) en el que cada uno aporta su visión al caso. En ella confluyen terapias propias de occidente con técnicas enfocadas a mejorar la conciencia de uno mismo. Por ejemplo, yo he aprendido a aplicar la hipnosis para mejorar la calidad de vida de mis pacientes.

Como médico y persona puedes tener una visión extremista o simplista de la situación y este comité permite moderarla y completarla. Los centros que ofrecen oncología integrativa se han unido para formar esta sociedad que dirige toda la información y formación en esta rama médica.

Hay más de cincuenta universidades de medicina que forman parte del Consorcio de Centros Académicos de Salud para la Medicina Integrativa, y la cosa va a más. No podemos olvidar que las células cancerígenas crecen en un entorno y este entorno que conforma la célula es determinante en el desarrollo de la enfermedad.

–¿Se puede demostrar la conexión mente-cuerpo?
–Para la oncología integrativa existe una conexión entre el cuerpo y la mente, y entre el cuerpo y el espíritu. ¡Pero se trata de una conexión, no de una autopista! (se ríe). El sistema inmunitario funciona de manera óptima cuando la persona se siente serena. Ciencias como la psiconeuroinmunología (que estudia el impacto de lo psicológico sobre el cuerpo y el sistema inmunitario), la epigenética (que investiga cómo el entorno incide en los genes) y la física cuántica sacuden los fundamentos de la vida que creíamos conocer.

Nuestras emociones circulan a través de los neurotransmisores y están presentes en cada célula de cada órgano de cada sistema.

Se han descubierto receptores emocionales en organismos unicelulares muy primitivos. Nuestros pensamientos y emociones generan ondas que pueden repercutir en el mundo físico e influir sobre nuestros comportamientos. Las creencias influyen en la biología. El dr. Bruce Lipton ha demostrado que los genes reciben sus órdenes directamente del entorno gracias a unas antenas situadas en la membrana que envuelve a la célula. Las condiciones a las que se somete a la célula modelan el ADN. Además, nuestras células se comunican entre sí por impulsos eléctricos, captando información del entorno y adaptándose en consecuencia.

Otras investigaciones demuestran que las células cancerosas responden a estas corrientes y que ello tendría una implicación en su migración y la formación de metástasis. Pero aún sabemos poco, son solo pistas. Donde se ve esta conexión de manera mucho más tangible es en la práctica clínica. Quien sufre distrés (la modalidad negativa del estrés) padece más efectos secundarios con los tratamientos y puede adoptar comportamientos cancerígenos.

Terapias naturales

–¿Qué terapias complementarias ayudan a sobrellevar los efectos de los tratamientos oncológicos?
–Las dividimos en dos grupos. Las terapias complementarias son las que cuentan con estudios científicos que avalan sus efectos. Es el caso de la meditación, la acupuntura, el yoga, la hipnosis, ciertos masajes, el reiki, la visualización, la relajación... Son terapias que disminuyen la inflamación, estimulan el sistema inmunitario y disminuyen los efectos secundarios de la quimioterapia. Un estudio de once años de la Universidad de Ohio demuestra, por ejemplo, que las terapias psicológicas aumentan la supervivencia de los pacientes con cáncer y reducen las recaídas. Un segundo grupo lo forman los tratamientos alternativos que aún no han sido estudiados científicamente, lo cual no quiere decir que no sean válidos. Es importante realizar esta distinción.

Emociones y cáncer

–¿Cuáles son los efectos del yoga y la meditación?
–El yoga mejora el sistema inmunitario y cada vez está más integrado en los centros oncológicos. La meditación tiene efectos similares a los antidepresivos: regula el índice de serotonina y dopamina, crea ondas cerebrales específicas que conducen a la serenidad, lo que mejora las defensas naturales contra el cáncer y reduce el estado inflamatorio crónico que contribuye a generarlo. Con estas técnicas, además de mejorar la calidad de vida del paciente porque se disminuyen los efectos secundarios, se pueden reducir las dosis de medicamentos.

–¿Una pérdida vital importante podría ser un desencadenante del cáncer?
–El estrés no causa cáncer. El sufrimiento tiene sus mediadores químicos, como la adrenalina, que pueden activar los genes asociados a las células cancerosas. Sin embargo, hay muchas personas que han sufrido una pérdida y no desarrollan la enfermedad –yo mismo perdí a mi padre y no tengo cáncer–. Pero los duelos de más de un año, es decir los duelos patológicos, pueden disminuir el sistema inmunitario, aumentar la inflamación y crear un terreno propicio en torno a las células para que se desarrolle la enfermedad crónica, que puede ser un cáncer o una enfermedad cardíaca. La relación no es, pues, de causa-efecto. Se trata de algo complejo cuyo vínculo está ahora demostrado por los estudios meta-analíticos.

–¿Qué otros factores emocionales podrían incidir en el cáncer?
–Existen estudios realizados en este ámbito, como por ejemplo los de Caroline Bedell Thomas, de la Facultad de medicina Johns Hopkins. Llegó a la conclusión de que en el cáncer influyen la falta de relación con uno de los progenitores, los sentimientos de desesperación en situaciones difíciles, la incapacidad para expresar las emociones y una pérdida importante (cónyuge, trabajo, etc.) producida uno o dos años antes del diagnóstico de cáncer. Se trata de situaciones que favorecen la sensación de aislamiento.

El psicólogo Ronald Grossarth-Maticek demostró que el sentimiento de desesperación y la represión de las emociones predispone al cáncer, mientras que la hostilidad y la agresividad fomentan enfermedades cardiovasculares. Grossarthmaticek llegó a predecir la enfermedad en ciertos pacientes.

Estos estudios son muy difíciles de realizar metodológica, ética y económicamente, pues sigue habiendo elementos subjetivos que no pueden cuantificarse: no existe un aparato eléctrico que pueda medir la emoción.

–¿Cómo afecta el estrés en el cáncer?
–El crecimiento del cáncer depende de un microentorno tumoral que incluye las células inmunitarias y las inflamatorias. Los estados prolongados de ansiedad afectan al sistema inmunitario reduciendo el número y la calidad de las células responsables de defendernos contra las células cancerosas. Estudios realizados con animales han demostrado la existencia de receptores de adrenalina situados en la membrana de las células cancerosas, con lo que estas se multiplican tres veces más rápido en estados de ansiedad.

La adrenalina aumenta también el riego sanguíneo y proporciona más nutrientes y oxígeno para que estas células crezcan de manera acelerada. Pero la gente feliz también muere y ni la muerte ni el cáncer constituyen un fracaso. Sería paradójico estresarse por no poder vivir relajado o en plan "zen". El cáncer es una enfermedad multifactorial. No caigo en el extremismo de decir que la mente es más fuerte que la materia. Creencias de ese tipo pueden generar culpabilidad a la persona y una presión negativa para permanecer "positivo" a toda costa. Solo hace falta entender que la salud depende del equilibrio de todas nuestras facetas.

–Entonces, ¿qué hacer para mejorar la salud emocional?
–No hay emociones buenas ni malas. Las emociones son una señal, como la luz que indica que falta aceite en el motor del coche y alerta de una necesidad pendiente. Lo primero es reconocer su existencia y preguntarse si tienen una razón de ser o surgen más bien porque estamos cansados y la mente nos juega una mala pasada. A veces sentimos emociones porque hay gente alrededor que siente a su vez de cierta manera –las emociones pueden transmitirse por simpatía activando diferentes zonas cerebrales–. Otras veces basta con hacer ejercicio para disipar el malestar.

Cada persona debe ser su propio médico, todos tenemos un guía interior que sabe cuándo algo es bueno para nosotros y cuándo nos perjudica.

Pero hay personas que no han aprendido a escuchar sus emociones. Las hay que se ayudan a sí mismas ayudando a las demás. para otras la espiritualidad empieza por ocuparse de uno mismo. La meditación, el yoga o la hipnosis son útiles, pero hay personas a las que no les atraen. En definitiva, no existe una fórmula mágica.

Expresar lo que se siente

–¿Cómo ayudar a un ser querido que tiene cáncer?
–El cáncer puede trastornar a toda una familia. depende del contexto de la persona, pero puede ayudar mirar películas de humor con ella –la risa es sanadora–. Hay a quien le gusta ir a la iglesia, pasar tiempo en la naturaleza, realizar actividades artísticas... Ayuda animar a la persona a que exprese lo que siente.

Algunas personas necesitan tiempo para estar consigo mismas. Sin embargo, al principio del diagnóstico puede haber también bastante rabia, y solo una vez pasada esta fase el paciente se vuelve más receptivo. Los hombres acostumbran a ser diferentes a las mujeres: pueden ir con sus amigos a pescar y, aunque todos saben cómo se sienten al respecto, prefieren no hablar del tema. Debo decir también que hay personas que quieren ayudar a sus seres queridos, pero probablemente lo que tienen que hacer antes es cuidarse a sí mismas.

–¿Es difícil ser oncólogo?
–Ves mucho sufrimiento. Sigues a los pacientes muy de cerca y pierdes a muchos con los que te has vinculado estrechamente. Hay oncólogos que padecen el síndrome del burn-out y lo dejan. Pero uno crece a través de esto.

Al principio me resultaba tremendamente duro, ahora me recompensa.

Para seguir adelante debes cuidarte porque si quieres ayudar tienes que estar bien tú: las personas resuenan de algún modo contigo. Para los tratamientos convencionales existen protocolos con instrucciones muy específicas. Pero es todo un arte acompañar a una persona y saber qué es lo que la puede hacer sentirse mejor.

El apoyo mútuo

–¿El aislamiento e individualismo propios de la sociedad actual podrían ser perjudiciales en este caso?
–Varios estudios demuestran que el aislamiento social debilita el sistema inmunitario y modifica la expresión de los genes. Mantener una relación de intimidad con las personas que nos rodean refuerza la salud emocional. Si te sientes apoyado y querido por lo que eres, estarás más sano. En Occidente se tiende más al aislamiento que en otras culturas. En África se combate de manera natural a través de los grupos que se crean en torno a la religión. En el Líbano alguien se rompe una pierna y hay decenas de personas acompañándolo con risas, flores... Decir que la sociedad occidental está enferma es demasiado, pero en Norteamérica veo a mucha gente morir sola, sin ni siquiera sus hijos al lado, y me duele.

Muchos estudios muestran que las terapias de grupo en las cuales la gente habla abiertamente de lo que siente aumentan la esperanza de vida. Sentirse acompañado y cuidado por el entorno despierta la paz interior y eso mejora la salud.


–Su libro respira mucha espiritualidad, como cuando asegura que todos estamos interconectados.
–No tenía esa vivencia de la espiritualidad o si la tenía no era muy consciente. Acompañar a personas que se enfrentan a la muerte me ha ayudado a desarrollar esta espiritualidad. Estar en contacto con la muerte te permite aceptarla. puede haber influido que mi padre muriera cuando yo era muy joven, que viví la guerra del Líbano, con lo que comprendí que la vida podía ser muy dolorosa. por eso creo que en un momento dado es importante realizar un trabajo personal para encontrar la paz porque, de lo contrario, la existencia puede ser muy dura.

Las nuevas ciencias están desmitificando en buena medida la parte material de nuestro cuerpo, la física cuántica muestra que en el mundo inmaterial todo está interconectado, y estamos empezado a vislumbrar el vasto campo mágico e intangible del que formamos parte. No obstante, hay personas a quienes esta idea no les atrae demasiado. Tienen una interpretación diferente de la vida y está muy bien que así sea. Cuando estoy con un paciente, dejo mis creencias e interpretaciones de lado y me adapto a las suyas. Lo más importante es que cada uno encuentra la paz a su manera. La verdad es un todo.