El filósofo Francesc Torralba acaba de publicar Vivir en lo esencial. Ideas y preguntas después de la pandemia (Plataforma Editorial) –cuyos derechos de autor van destinados a Aldeas Infantiles SOS– en el que sostiene que la crisis global causada por la pandemia de la COVID-19 nos ha permitido redescubrir valores que serán indispensables para afrontar el tsunami social y económico que ha comenzado a golpear nuestras vidas.

Pero, a través de las páginas de su nuevo libro, Torralba nos invita también a imaginar cómo estos nuevos valores que han emergido pueden servir para configurar un mundo distinto, un mundo mejor para las próximas generaciones. Un mundo basado en lo esencial.

–¿Y qué es lo esencial en la vida?
–Lo que nos sustenta, lo que da sentido a nuestra existencia, lo que queda cuando todo lo que creíamos básico se ha volatilizado. La crisis depura, permite entrever lo sustantivo. Caen los dioses, caen las seguridades, se deshacen ciertas creencias.

–¿Qué hemos aprendido?
–El valor de la humildad. Nuestra pequeñez. Hemos constatado que no somos autosuficientes, ni tenemos la realidad bajo control. Eso exige cooperación, prudencia, dosis de templanza y de perseverancia. Hemos aprendido que solos no podemos salir de la crisis. Necesitamos comunidades solidarias, sentido de la interdependencia y cambiar nuestro paradigma vital.

–Qué ha impulsado más este resurgir: ¿la incertidumbre, el habernos dado cuenta la volatibilidad del mundo o de nuestra vulnerabilidad…?
–La incertidumbre es un rasgo fundamental de nuestro tiempo. No sabemos qué significa ni remotamente esto que llamamos nueva normalidad. Hay miedo, temor y temblor. Es fácil caer en la desesperación y en el nihilismo. Lo difícil es imaginar escenarios nuevos. La crisis ha acelerado la transición digital y ello tiene pros y contras, pero también ha acelerado la transición ecológica. Eso puede inaugurar un nuevo modo de producir, de consumir, de relacionarnos.

–Usted habla de que se han manifestado tres tipos de actitud ante esta crisis. ¿Qué las diferencia?
–La primera actitud es ignorarla. La segunda actitud es sucumbir al fatalismo, a la desesperación. La tercera actitud es interpretarla como una oportunidad, una ocasión para discernir cómo debe ser el futuro, qué aprendizajes hemos hecho, qué nueva forma de vida se tiene que generar.

Esta actitud es la más difícil, porque exige desasirse del pasado, ser dúctil y tener la flexibilidad de cambiar rutinas y protocolos establecidos.

–¿De qué hemos podido disfrutar durante estas vidas confinadas?
–La desaceleración nos ha permitido reencontrarnos. Hemos gozado de silencio, del hogar, de las personas más cercanas. Hemos redescubierto a nuestros hijos y desarrollado soluciones creativas a las contrariedades. La crisis es una ocasión para estimular la imaginación, la creatividad, porque los procesos habituales no pueden desarrollarse.

–¿Nos habíamos olvidado de los cuidados, de los más vulnerables…?
–El cuidado, como valor, ha emergido con gran fuerza. Nos hemos dado cuenta de que tenemos que cuidar de las personas más vulnerables y cuidar del entorno. Dado que somos tan vulnerables, el cuidado no es un lujo, ni una anécdota, sino que es fundamental para seguir siendo, para poder desarrollar nuestros proyectos de vida.

–Pero ¿han llegado para quedarse estos valores o los olvidaremos al mismo ritmo que los hemos recordado?
Es difícil saberlo. No sabemos qué densidad tendrá en el futuro este sedimento moral que ha emergido de la sociedad. Para suscitarse un cambio de paradigma, es preciso tocar fondo, darse cuenta de que no hay vuelta atrás. Algunos se agarran al pasado nostálgicamente. Otros, los emprendedores, abren nuevas rutas, desarrollan nuevos proyectos. El tiempo permitirá verificar si esta transformación axiológica será longeva o se volatilizará.

–¿Cómo podría ser el futuro tras todas las lecciones aprendidas?
Muy distinto. Podría salir fortalecido el sistema de salud, mejorar significativamente el sistema educativo y social. Podría emerger una sociedad cuidadora, centrada en los más vulnerables y atenta a los ecosistemas.

–La forma en la que producimos y consumimos… ¿podría llegar a cambiar? Parecía un reto imposible hace tan solo unos meses.
–El hiperconsumismo es destructivo. El individualismo es un insulto a la inteligencia. Debemos virar hacia una sociedad centrada en el consumo responsable o consciente. La sobriedad tiene que emerger como valor porque el sistema de vida hiperconsumista es, simplemente, insostenible desde un punto de vista global. Producir menos, consumir menos, descubrir valores postmaterialistas son pasos imprescindibles para el futuro.

–¿Se podría decir que la pandemia nos ha llevado de lo complicado a lo simple de nuevo?
–En efecto, permite esta transición. Vivir con menos, para vivir de un modo más sostenible. Vivir con menos, para que todos puedan vivir dignamente.

–En su nuevo libro dice que el talento compartido es imprescindible para poder salir del atolladero. ¿Por qué?
–La salida a problemas complejos requiere de órganos de deliberación, de comunidades adultas que dialogan, se escuchan y llegan a consensos. No hay respuestas fáciles a problemas complejos. Necesitamos liderazgos corresponsables, coliderazgos, la puesta en práctica de la inteligencia social. No podemos caer en la ingenuidad de aceptar soluciones neopopulistas y neomesiánicas a problemas complejos.

–¿Qué otras preguntas deberíamos hacernos después de la pandemia?
–¿Cómo consolar a quienes han perdido a un ser amado? ¿Cómo pacificar emociones tan tóxicas como la culpa, la rabia, la indignación? ¿Cómo evitar el estallido de una crisis humanitaria? ¿Cómo articular una gobernanza mundial? ¿Cómo transmigrar de la conciencia individual a la conciencia global? ¿Cómo crear un relato de esperanza?

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