"Hay que educar en el coraje moral más que nunca"

Ha dedicado gran parte de su trayectoria profesional a elaborar una teoría de la inteligencia que parte de la neurología y la psicología y termina en la ética.

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Es uno de los pensadores más leídos y admirados en nuestro país. Filósofo y escritor, compagina sus estudios de investigación con el trabajo como profesor de Filosofía en un instituto de secundaria.

José Antonio Marina sostiene que la función principal de la inteligencia no es conocer, sino alcanzar la felicidad y la dignidad, algo que defiende en sus numerosas obras. Los miedos y el aprendizaje de la valentía (Ariel), perteneciente a la Biblioteca UP (Universidad de Padres), viene a completar el amplio estudio que realizó sobre este tema para el mundo adulto en Anatomía del miedo (Anagrama).

Esta Universidad de Padres es el proyecto educativo más ambicioso de José Antonio Marina, pensado para acompañar a padres y docentes en la enseñanza de sus hijos y alumnos.

Entrevista con José Antonio Marina

¿Qué podemos hacer para ayudar a nuestros niños a vencer sus miedos?
Hoy tenemos un gran conocimiento sobre cómo evitar que el niño aprenda los miedos y cómo conseguir, si los ha aprendido, que pueda gestionarlos de manera conveniente para él. Por lo general, la forma en que se habla de los problemas, conflictos y miedos en la familia influye en el carácter temeroso o arriesgado del niño. Se da una mayor vulnerabilidad y temor cuando los padres pintan el mundo como peligroso y exageran los esfuerzos de protección hacia sus hijos. Podemos explicar al niño lo injustificado de los miedos, ayudarle cuando los está sintiendo, enseñarle a relajarse, mostrarle que comprendemos su malestar e imaginar la posible resolución de lo que le inquieta, pero, además, propongo favorecer unas fortalezas internas para vencer esos miedos, como aumentar la confianza en sí mismo, enseñarle a tener una actitud proactiva frente al miedo o cultivar una actitud optimista.

¿Y qué podemos hacer los adultos para vencer nuestros monstruos?
En los adultos hay que saber distinguir entre los miedos reales, con los que la única solución es intentar eliminar el peligro, y los miedos exagerados, aquellos que no vemos en su justa medida o que nos sentimos incapaces de afrontar. Pueden ser nichos patológicos en personas normales: el miedo a volar, a los ascensores, a hablar en público, a las arañas... O más sutil, que es el caso de la ansiedad generalizada: no sé de qué tengo miedo, pero me levanto con una sensación de angustia y como no tengo un peligro contra el que luchar estoy a su merced.

Se da una mayor vulnerabilidad y temor en los niños cuando los padres pintan el mundo como peligroso y son exageradamente protectores.

Y la fobia social...
La fobia social es uno de los miedos más importantes. El miedo a la evaluación, al qué pensarán de mí; a defraudar... Luego están los accesos de pánico y los trastornos por estrés postraumático o los trastornos obsesivo-compulsivos: la persona entra en un estado de angustia si unos rituales no se cumplen un número determinado de veces. Están muy bien tipificados y hay terapias eficaces.

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Lleva muchos años investigando por qué se producen los principales temores. ¿Qué es lo más importante que le ha enseñado este trabajo?
A mí me interesaba el papel de las emociones en la vida de las personas y su relación con la inteligencia, y cuando empecé a estudiar el laberinto sentimental, en psicología aún no se sabía muy bien qué eran las emociones: un ataque a la razón, un comportamiento muy subjetivo... El conductismo, entonces de moda, no se fijaba en lo que pasaba dentro del individuo, sino en su comportamiento. Luego, con el libro de Daniel Goleman, se empezó a popularizar la educación emocional, y el miedo, curiosamente, fue uno de los temas que se comenzó a estudiar mejor, sobre todo desde los mecanismos neurológicos.

Hoy conocemos muy bien qué es el miedo, cuál es su función en la vida, por qué se hace tan grande en los seres humanos... ya que no solo tememos cosas reales, sino también imaginarias.

Todos los animales tienen miedo y cada especie escoge una manera de responder ante la amenaza. Hay animales que huyen, otros atacan, otros se hacen el muerto y los hay que adoptan conductas de sumisión. El ser humano recurre a todas ellas, pero, además, ha inventado una nueva fórmula, que es la valentía: “Reconozco que tengo miedo, pero voy a vencer ese sentimiento”.

¿La valentía se lleva en los genes o se adquiere?
La valentía se aprende, aunque es cierto que algunos niños nacen con un temperamento más vulnerable que otros y con tendencia a aprender con más rapidez los miedos. Para ayudar a estos niños, durante los dos o tres primeros años debemos intentar hacerlos menos vulnerables con la ayuda de la valentía, que es un modo de enfrentarse al temor.

¿A nuestra sociedad le pasa como a esos niños más vulnerables?
Exactamente. Con motivo de la crisis económica, que en Estados Unidos se interpretó como una quiebra de valores morales aplicados a la economía, han empezado a aparecer libros sobre moral courage, la valentía moral. Se ha reconocido que los que nos metieron en esta situación habían sido unos sinvergüenzas, pero nadie se atrevió a decir nada porque todo el mundo tenía miedo. Efectivamente, una de las manifestaciones de la desmoralización es que aumenta mucho la cobardía moral; pensar que la cosa no va con uno y dejar las soluciones en manos de otros. Eso nos ha convertido en una especie de colaboracionistas, de sociedad sumisa, y en contrapartida han comenzado a aparecer este tipo de libros, entendiendo que hay que educar en el coraje moral más que nunca, una prolongación de la valentía de toda la vida.

¿Unos niños valientes y con una buena autoestima pueden favorecer sociedades más libres y creativas?
La valentía es necesaria para que la inteligencia pueda actuar. En este momento estamos ante un nuevo concepto de inteligencia cuya función principal no es conocer, sino dirigir bien el comportamiento, y para ello tenemos que saber gestionar las emociones y haber desarrollado unas ciertas virtudes de la acción. Una es la seguridad en uno mismo; otra, la valentía; otra, la capacidad de soportar el esfuerzo; otra, tolerar la frustración. Todas forman parte de la inteligencia, porque si no las tenemos, no vamos a poder dirigir bien nuestro comportamiento.

Con los recortes en educación, ¿cómo podemos alentar y motivar el aprendizaje de nuestros hijos?
Hay un mensaje que yo me empeño en que llegue a la ciudadanía para que esta sepa lo que puede exigir. Con los recortes que tenemos ahora es muy difícil tener un buen sistema educativo, pero con el presupuesto de antes, que llegaba a cerca del 5% del PIB, estábamos estancados en la mediocridad, cuando podíamos haber tenido un sistema educativo de alto rendimiento. El asunto no es solo cuestión de dinero. Así pues hay que hacer dos cosas: primero, ver si subimos el presupuesto; y segundo, ver si sabemos salir de la mediocridad, y eso tiene que ser obra de los equipos directivos de los centros y de la calidad del profesorado.

La motivación en la enseñanza pasa por enlazar cualquier materia que se imparta con los deseos básicos de los niños.

¿Y la motivación?
La motivación en la enseñanza pasa por enlazar cualquier materia que se imparta en las escuelas con los deseos básicos que tienen los niños y niñas, que son principalmente tres: pasarlo bien, lograr un reconocimiento social o afectivo y tener un sentimiento de progreso. Se trataría, por ejemplo, de enlazar las ecuaciones de segundo grado con uno de esos tres deseos.

El sistema educativo favorece las nuevas tecnologías, pero el modelo sigue basado en el conocimiento enciclopédico. ¿Está usted de acuerdo?
Las nuevas tecnologías están produciendo un nuevo espejismo en la educación, que es pensar: “¿Para qué voy a aprender una cosa si la encuentro con facilidad en Internet?”. Es un error, claro, porque un burro en Internet sigue siendo un burro. Necesitamos formar a la gente para aprovechar lo que hay en la red y mejorarlo. Se están utilizando las nuevas tecnologías en la escuela como una herramienta de búsqueda de información, cuando eso ya lo hacían las enciclopedias. En la escuela tenemos un problema: los alumnos no aprenden a la misma velocidad. Pero con la ayuda de los ordenadores es posible adaptar los programas a la velocidad de cada uno para que no se descuelgue ni el más rápido ni el más lento. Eso significa tener un profesor que sepa cuál es su nueva función, que sepa cómo manejarla. Lo ideal sería aplicar las tecnologías dentro del mismo proceso de aprendizaje, y eso todavía está despegando.

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