Entrevista de Tomás Mata a Mariano Bueno, experto en geobilogía.

Cuando estábamos trabajando en la publicación de El huerto familiar ecológico, en 1999, Mariano llegaba de vez en cuando a nuestra editorial, en Barcelona, desde su casa de Benicarló. Siempre traía un aire rústico al moderno edificio y pasábamos horas repasando las complejas 416 páginas a tres columnas de la primera edición, examinando las más de 600 fotos, los dibujos, tablas y gráficos.

Era puntilloso y si el libro se publicó con algo mejorable sería porque se apiadó de nosotros y renunció a una enésima corrección. Acabó siendo tan completo que desbordó el presupuesto inicial. Aquel manual práctico para el cultivo del huerto se estaba convirtiendo en una obra enciclopédica, una locura de edición. Tras varias discusiones entre socios, a punto estuvo de no salir publicada.

Me tocó apostolar entonces que una obra así se reeditaría muchas veces, que en algún momento se recuperaría la inversión y las miles de horas dedicadas por muchas personas. Así ocurrió. Y como comprobamos en esta entrevista, muchas de las grandes cosas en la vida acaban sucediendo así, a base de coincidencias y decisiones, de elegir un camino y seguir adelante.

En alguna de aquellas visitas, Mariano se trajo incluso a la familia, con un bebé que causó sensación mientras tomaba pecho en el vestíbulo coincidiendo con la salida del personal de la editorial para comer. Por eso, cuando le realicé esta entrevista me maravilló encontrarme a un joven vivaz de 16 años, Anay, tomándome unas fotos junto a Mariano para la ocasión, en el restaurante Sopa, de Barcelona, un moderno vegatariano-vegano en el que el muchacho, multitalento, ya trabajaba como chef repostero.

Crecieron las semillas

—Mariano, estos tres lustros han dado para mucho…
—Sí, estos jóvenes vienen con camino hecho, pueden ir muy rápidos y hay cosas que han cambiado para bien. De alguna manera, todo aquello que solo era marginal ahora pasa a ser institucional, incluso una apuesta de futuro. ¿Sabes cuál es el discurso que escuchaba en la radio hoy mientras venía para aquí? El del nuevo rey diciendo: "España es una potencia en agricultura ecológica y esas son las cosas que hay que promover".

Nuestra labor ha sido ir sembrando semillas, faltaba información. Piensa que de este libro a todo color se han publicado unos 60.000 ejemplares y ha llegado a muchas más personas. De alguna manera se ha transmitido hasta alcanzar a una masa crítica de lectores. Además, hasta la gente más reacia, pero aquejada ahora por enfermedades que les afectan mucho, está empezando a cuestionarse sus hábitos de vida y su alimentación. En las últimas décadas se han incrementado la obesidad, las alergias alimentarias, las dolencias como la enfermedad de Crohn y el colon irritable, enfermedades asociadas al consumo de alimentos refinados, al uso de conservantes, a los antibióticos, a la no regeneración de la flora bacteriana. El problema es que hemos llegado al punto en el que el sufrimiento nos confronta con las actitudes de despreocupación respecto a la salud o a la alimentación.

La visión integral

—¿Que cada vez más personas se interesen por el cultivo de un huerto urbano y los alimentos ecológicos no es entonces una moda más?
—Los seres humanos evolucionamos, sobrevivimos, ya sea por comprensión o por sufrimiento. Si entiendes que cuando el semáforo está en rojo no debes cruzar, evitas los accidentes. Si no entiendes el funcionamiento de los procesos o las estructuras, sufres.

Los alimentos son complejos, sus nutrientes no son solo NPK (nitrógeno, fósforo, potasio), como determinó Liebig en el siglo XIX, algo en lo que todavía se basa la agricultura industrial. El cuerpo humano no funciona como una caldera de vapor y el alimento no solo proporciona calorías para que se muevan las bielas humanas. Esa concepción arranca en la época de la Ilustración, en el momento en que se intenta comprender la mecánica de la vida, y como resultaba muy compleja se empezó a separar la realidad en partes aisladas del conjunto.

Esa visión llevó a los procesos industriales, al refinado y al descarte de todo lo que se consideraba inútil, inferior o secundario. Pero ahora muchos estudios demuestran, por ejemplo, las ventajas del pan integral frente al pan blanco, la relación del arroz blanco con la diabetes o la influencia en la obesidad de la falta de flora bacteriana en el intestino.

Aunque tomes probióticos, que tienen lactobacilos, solo estás regenerando dos o tres de los cientos de tipos de bacterias necesarias. En varios experimentos se ha descubierto que las bacterias que componen la compleja flora bacteriana extraen elementos de la fibra, de los alimentos integrales, y que los efectos alteradores de la salud de una dieta centrada en alimentos refinados no se notan en la primera generación. Es la segunda generación la que empieza a tener algunos problemas y en la tercera las enfermedades graves y degenerativas ya se manifiestan visiblemente. Y aunque hace muchas décadas que se sabía que los alimentos refinados dañan no veíamos sus efectos de forma tan tangible.

Nosotros luchamos por hacer comprender a la gente que lo integral era más saludable, y el tiempo ha pasado. En todo este proceso ha habido un cambio por sufrimiento, la cantidad de gente, la masa crítica, ya existe. Ahora escuchas en la calle hablar de los males que provoca la empresa Monsanto con una información y un convencimiento…

Vocación temprana

—Sí, a mí me sorprende cuando un joven me explica cosas sobre las que escribí hace décadas. Lo hacen muy bien.
—Todo en la vida, en los procesos de cambio, requiere que el contexto lo permita. La mayoría de los temas que veíamos claramente y planteábamos eran como bacterias de una nueva fermentación, aunque todavía el gluten del contexto social de esa época no era muy sensible; posiblemente no había suficiente "masa crítica".

—¿Cuándo decidiste hacerte agricultor?
—A los trece años dije: "Jo vull ser llaurador" ("Quiero ser labrador") y dejé el instituto, para gran disgusto de mis padres. Reconozco que la horticultura intensiva es compleja, ya que realizas siete u ocho cultivos a la vez, pero lo bueno es que, si un año no iban bien los tomates, ganabas de los pepinos. Y para mi mente hiperactiva, aparte de que también tenías que saber mecánica o albañilería, cualquier actividad que me obligara a cambiar continuamente de tarea era genial, muy creativa.

—¿Y qué te llevó a la agricultura ecológica?
—A la cuarentena de chavales, de entre 14 y 16 años, que dejamos los estudios para dedicarnos al campo, el Ministerio de Agricultura de la época decidió adoctrinarnos en las prácticas de la agricultura "moderna". Trabajábamos con nuestros padres y, de 6 a 8, nos daban clase de fitopatología vegetal, de insumos de abonos químicos, de amortización de la maquinaria… Y la primera frase (se me quedó la imagen del aula aquella tarde) fue: "Vosotros no sois agricultores, sois empresarios agrícolas que tenéis una explotación que tenéis que rentabilizar". Yo había decidido ser agricultor y me dicen que no soy agricultor sino un industrial que fabrica tomates…

Pero a la vez tuve la gran suerte de tener un profesor atípico, que era Cristóbal Colón de Carvajal y Pérez de San Millán, Marqués de Benicarló, que era perito agrícola y tenía influencia de edafólogos franceses. En una clase sobre productos agroquímicos habló de equilibrio biológico en los cultivos y dijo que cuando echamos un insecticida para combatir una plaga, también eliminamos la fauna auxiliar y creamos desequilibrios, con lo que vienen más plagas y los insectos desarrollan resistencia. Estamos hablando del año 1974, en que un marqués me está explicando: "Cuando llegó el DDT, bastaba gritar ‘¡DDT!’ en una finca infestada de escarabajos de la patata y se morían solos. A los tres o cuatro años de utilizar este tratamiento, cuando echabas DDT, incluso al doble de concentración, los escarabajos sacaban el cepillo de ducha y se te reían a la cara".

Un camino personal

—¿Entonces un profesor te puede cambiar la vida?
—Solo fue un dato más de los que explicó para cuarenta chavales y a uno se le quedó la copla. Son casualidades que se van enlazando unas con otras. Por ejemplo, en la misma época yo tenía graves problemas de salud —pesaba 90 kilos, con estreñimiento crónico y otros problemas— y mi padre nos regala para Reyes una caja sorpresa de libros. Allí encuentro un libro de una editorial naturista sobre el estreñimiento escrito por Sintes Pros. Y leo que mis problemas de salud son por harinas blancas, por alimentos refinados, por mala postura al evacuar… y que lo ideal para disfrutar de buena salud era la alimentación vegetariana. Fue una revelación, sentí que eso era lo que yo tenía que ser: vegetariano. Y claro, nuevo drama para mis padres.

Buscando alternativas de alimentación y cultivos más saludables, y por inquietud espiritual, en el año 1980-81 acabé en Francia, en una comunidad rosacruz, que hacía agricultura biológica. Yo iba por lo espiritual, pero pedí poder vivir allí y trabajar en el huerto. Y así fue como los dos años que tendría que haber estado haciendo servicio militar (fui el primer objetor de conciencia de Castellón), los pasé yendo y viniendo de tanto en tanto a ayudar a mis padres.

—Pensaba que fuiste a Francia a estudiar geobiología...
—Eso fue parte del proceso. En 1981, en la revista Integral —le estoy muy agradecido al Integral de aquella época— se publicó el primer artículo sobre geobiología y bioconstrucción, traducido por Serafín Sanjuan y Álvaro Altés. Y de repente allí leo que en tal fecha de junio hay un curso de geobiología en Chamarande, en la Universidad Verde de París… Y para allá me fui en autoestop. Ese curso de geobiología me abrió a nuevas realidades, resonó con los momentos de mi infancia en que acompañaba a mi tío a buscar pozos con el péndulo… En los años siguientes, estudié en Francia y en Suiza, al tiempo que empecé a "prospectar" casas de familiares y amigos, a cambiar sus camas de sitio y a comprobar la estrecha relación con la salud. Hasta tuve que escoger entre la tranquilidad de mi huerto y la vorágine que vendría al escribir el libro Vivir en casa sana, en 1988. Acepté el reto de implicarme en divulgar esos temas, ya que nadie lo estaba haciendo en aquella época.

«La planta cultivada al aire libre de forma natural tiene más sabor y sustancias que nos protegen.»

El huerto es tu mesa

—Volvamos al presente. ¿Cuáles son las principales novedades de la nueva edición, y van quince, de El huerto familiar ecológico?
—Ha supuesto una revisión y actualización a fondo. Tiene unas 20 páginas más, y ahora se explica paso a paso la elaboración del compost en composteros domésticos, en montones o del lombricompost. Y aparecen algunas plantas más, como el cultivo de la rúcula o la estevia.

Otra novedad es el té de compost aireado, que tradicionalmente se elabora mediante fermentación anaeróbica, pero que si se hace aireando 48 horas con un pequeño compresor, como las bombas de pecera, el burbujeo hace que se multipliquen por millones las bacterias aeróbicas. Ese caldo negro que sale, una vez filtrado, aparte de no oler mal, aporta de forma equilibrada todos los nutrientes que necesitan las plantas que están en plena producción, incrementando la vitalidad y las cosechas.

En lo que sí creo haber hecho una aportación interesante es en la parte de tratamientos. El libro recogía todas las opciones ecológicas que había hasta el momento. Pero me he dado cuenta de que en la práctica no las usamos todas. Mi filosofía es utilizar el mínimo de remedios posible. Brinda mejores resultados dar prioridad a un buen compost, una tierra fértil, las plantas sanas, el suelo equilibrado... Si hay algún problema es que se ha producido un desequilibrioy tienes que estudiar el origen. Soy contrario a utilizar cobre o azufre en las plantas, aunque estén autorizados en agricultura ecológica. La filosofía de base es: no les pongas nada que tú no te comerías. Es decir, lo que no pondrías en la ensalada, no lo pongas en tus plantas del huerto, porque terminará en tu ensalada.

—Ya, ya, ¿pero qué hago si tengo pulgón en las habas?
—Puede que, por ejemplo, si ha habido unas tormentas fuera de lo habitual, se precipite mucho nitrógeno y las habas se llenen de pulgones; el pulgón es el drenador de ese exceso de nitrógeno. Haz un preparado con dos guindillas y tres dientes de ajo, tritúralos en un litro de agua y pulverízalo sobre las plantas.

—¿Y en la parra? Muchos años la uva se me pudre...
—Facilísimo: yogur. El ácido láctico del yogur o del chucrut, o el ácido láctico de farmacia, al 5%, tiene efectos antifúngicos similares a los productos fungicidas de síntesis: cambia el pH y no permite que los hongos se desarrollen. Un yogur diluido en un litro de agua y a pulverizar. Además, es un excelente abono foliar.

Curalotodo vegetal

—¿Nada para casos extremos?
—Insisto en que si haces las cosas bien casi no hay problemas, y si los hubiera son fáciles de resolver. Aunque, por si acaso, en el libro he incluido la receta del "extracto reforzante y regenerador vegetal", el "curalotodo", que es la síntesis de darle vueltas y de observar todas las sustancias aromáticas que las plantas sintetizan para protegerse. De hecho, cuando las plantas se han cultivado al aire libre y no han sido forzadas ni excesivamente mimadas, tienen más sabor y más sustancias que las protegen... y nos protegen. Compara, por ejemplo, una guindilla y un pimiento dulce. Son primas hermanas, pero el pimiento dulce no tiene armamento de defensa. Porque el picante —la capsicina— es lo que ha creado esa familia de plantas para defenderse. ¿Qué es lo primero que ves al mirar las dos plantas? Las guindillas son pequeñas y los pimientos son grandes. La razón es que la primera gasta buena parte de su energía en protegerse.

Ese extracto reforzante que describo está hecho a base de una amalgama de sustancias defensivas elaboradas por la naturaleza, como la tintura de propóleo, los aceites esenciales de tomillo, orégano y ajedrea, o la trementina, protectora del pino. Se mezcla para emulsionar con lecitina de soja y aceite de oliva. Basta una cucharada sopera por litro de agua, diluida con una cucharada sopera de jabón potásico y el líquido resultante se pulveriza sobre las plantas que lo precisen. Hemos comprobado que tiene efectos curativos en casos de ataques de pulgones, tuta de los tomates, royas, oídios e incluso virosis.

El origen del sabor

—¿Los tomates de invernadero crecen con menos estrés?
—Son el polo opuesto al cultivo biológico. Se los atiborra con abundancia de abonos sintéticos, tienen la temperatura y la humedad controladas, más los insecticidas y fungicidas que convenga para que nada los ataque. No necesitan gastar energía en generar sustancias defensivas, con lo que la planta se dedica exclusivamente a engordar. Engorda, se vuelve obesa, pero carece de sabor y de sustancias aromáticas y protectoras. Y cuando ya rizas el rizo de la incoherencia humana es cuando coges un tomate de la variedad marmande y lo sometes a estrés hídrico para venderlo como si fuera tomate raff, más sabroso. El tomate raff que la gente compra suele ser tomate marmande al que le han hecho pasar mucha sed, de modo que, aunque sea más pequeño, tiene más sabor.

"En un huerto bien cultivado las bacterias del suelo son similares a las de nuestra flora intestinal."

Cuestión de flora

—¿Tener un huerto cambia la forma en que te alimentas?
—A la gente que viene a mis huertos la sorprendo comiéndome las zanahorias recién sacadas, con algo de tierra. La epigenética enseña que en un huerto bien cultivado las bacterias del suelo son similares a las de nuestra flora intestinal. ¡Nuestras bacterias intestinales vienen de la tierra y del polvo que nos rodea! Cuando éramos pequeños jugábamos a comer tierra, los bebés lo hacen instintivamente; ahora nuestros niños se crían con un exceso de asepsia, los alimentos nos llegan pulcramente desinfectados... Quizás ahí esté el secreto, ya que está más que comprobado que el exceso de higiene enla infancia propicia las alergias del niño y del futuro adulto, mientras que los niños de granja tienen un sistema inmunitario fortísimo. Si no te enfrentas a enemigos no generas defensas.

Uno de los señores que cultiva en "L’hort de les flors", un huerto social ecológico que llevamos en Benicarló, había estado casi cuarenta años trabajando en la Seat, y cuando se jubiló volvió al pueblo y le tocó una parcelita. Llegó bastante obeso, comía mucha carney apenas verdura y ha ido cambiando. Ahora está delgado, sin colesterol ni presión alta. Dice: "Es que antes no comía verduras, pero ahora, como las cultivo, disfruto comiéndolas".

—¿Los beneficios de los huertos urbanos van más allá de lo estrictamente económico?
—Los huertos municipales no se pueden abordar en términos de dinero o de cuánto se sacaría construyendo pisos en su lugar. Mira por ejemplo esta acacia (señala uno de los árboles en la acera de la calle). ¿Cuánto cuesta cada una de esas vainas con semillas? ¿Para qué sirven? ¡Y se ha de pagar a los jardineros y al barrendero para que recojan cada día las hojas secas! ¿Mejor la cortamos entonces? No, los huertos urbanos permiten el contacto con la naturaleza y sus ritmos a todo el vecindario, con unos "jardineros" que no solo no cobran sino que, gracias a su actividad, ahorran a la comunidad en cuidados médicos y se integran más en ella. A varios hortelanos mayores les he oído decir: "Para estar en casa, viendo la tele, perdiendo el tiempo... aquí al menos te entretienes y hablas con la gente".

Gran parte de las patologías modernas son debidas a la falta de contacto con lo verde, con la tierra, al desenraizamiento y a una alimentación deficiente. El huerto permite volver atocar la tierra, respirar y alimentarse mejor.

—Pero a muchas personas les da reparo que los tomates de ciudad crezcan en un ambiente contaminado…
—Sí, el polvillo que hay sobre ese coche también se deposita sobre el tomate. Pero las plantas hacen su filtrado y hay que ser consciente de que además esa contaminación también entra en nuestros pulmones. Los recientes estudios en epigenética muestran que las plantas que crecen en el mismo entorno en el que nosotros sintetizan sustancias que les permiten adaptarse y protegerse de los agresores ambientales. De modo que cuando comemos plantas que han crecido en el balcón o en la terraza, esas plantas, aparte de nutrientes de calidad, nos aportan sustancias específicas, como antioxidantes y bioflavonoides, que protegen nuestro organismo o que, en cierta manera, actúan como vacunas que nos ayudan a hacer frente a las agresiones de ese entorno, por lo que resulta una práctica saludable, sobre todo para las personas que viven en entornos urbanos contaminados.

Cultivar salud en tres ámbitos

—En tu página web titulas: "Salud, Hábitat, Conciencia". Lo de salud y hábitat ya lo hemos hablado. Lo de la conciencia, ¿cómo lo encajas?
—Como trabajo personal y de cara a la sociedad abordo tres áreas: la tierra (la materia, el cuerpo físico, lo que trabajamos en el huerto), el cuerpo energético (la electricidad, las energías que nos rodean y mueven la vida, es lo que trabajo con la geobiología) y la conciencia, que nos descubrió la razón de existir y de lo que hemos venido a hacer aquí.

Tuve una experiencia de muerte clínica a los seis años, cuando contraje paperas y el pediatra recetó el medicamento equivocado. He sufrido tuberculosis y otras enfermedades graves, varios accidentes de coche... me ha pasado de todo. Pero haber estado clínicamente muerto hace que no le tenga miedo a la muerte o al dolor. Ello me llevó a escribir un libro, La Muerte, el nacimiento a una nueva vida, en el que intenté sintetizar toda la información disponible, como en el libro del huerto. Me interesan trabajos como el de Pim van Lommel, el científico que ha estudiado a pacientes en muerte clínica por paro cardiaco y que luego recuerdan la experiencia. Su investigación fue publicada en la revista The Lancet con el título: "La conciencia pervive a la muerte del cuerpo físico".

Cada cuerpo es una oportunidad, con el bagaje que hemos ido acumulando en las experiencias vida tras vida, para seguir trabajando, experimentando, ampliando la conciencia…

Para mí lo importante es que las personas sean conscientes de que tienen un cuerpo físico, tienen un cuerpo energético y tienen una "conciencia lúcida" que también quiere ser despertada y expresarse. Lo que quedará de nuestras vidas cuando el cuerpo se convierta en cenizas o en compost son las experiencias, nada más. No te vas a llevar nada salvo ese bagaje. Muchas veces he pensado que los libros que he publicado y con los que me he dado a conocer a la sociedad solo son los eslabones para que un día pueda hablar también de la conciencia y me presten algo de atención. Quizá tenía que haber un personaje para que un día alguien le escuche.

Pero estoy muy tranquilo, sé que es solo el traje que llevo y el papel que interpreto para seguir el camino. Me gustaría irme con la sensación de haber vivido plenamente cada presente, realizando la labor personal y social que quizá mi conciencia lúcida se planteó para esta existencia —eligiendo expresarse como Mariano Bueno— y habiendo hecho lo posible por animar a quienes lean los libros o me escuchen a que "cultiven salud" en todas las áreas de su vida: materia, energía y conciencia.