"La solución no está en la manipulación genética, sino en la biodiversidad"

La red Slow Food defiende la biodiversidad y a los pequeños ecoagricultores, sus mejores guardianes. Serena Milano nos explica cómo protegen alimentos en peligro de extinción.

Entrevista a Serena Milano

La ONU declaró 2020 el Año Internacional de la Biodiversidad y es que salvaguardar la biodiversidad es esencial para mantener vivo nuestro planeta. Este año también se ha puesto en evidencia que la variedad y la salud de los ecosistemas es nuestro mejor escudo frente a futuras pandemias.

La red Slow Food lleva 30 años defendiendo la biodiversidad, a los pequeños agricultores, los métodos ecológicos y los productos tradicionales y se ha extendido ya por 160 países. Serena Milano es responsable de contenidos y proyectos de Slow Food a nivel internacional y centra sus esfuerzos en el proyecto Baluartes Slow Food para apoyar a los pequeños agricultores.

—En qué consiste el catálogo de alimentos en peligro de extinción que estáis realizando?
—Slow Food creó el proyecto internacional del Arca del Gusto para detener la pérdida de biodiversidad, que está avanzando a un ritmo rapidísimo, y para reunir y catalogar tanto la materia prima de la agricultura como también los alimentos transformados que juegan un papel clave en la cultura, historia y tradiciones del mundo.

La biodiversidad agrícola incluye una increíble herencia de frutas, hortalizas, razas animales, quesos, panes, carnes curadas y dulces... perdida y olvidada durante años por la industria alimentaria, que ha elegido y utilizado solo una reducida variedad de las especies disponibles, dañando ecosistemas y mermando la elección del consumidor.

—¿Es como un arca de Noé para alimentos?
—El Arca del Gusto es un poco la gramática básica de la comida slow, necesaria, pero no suficiente. Después de la cartografía, comienza el trabajo en los territorios, con las comunidades, para salvar los productos en peligro: con el proyecto de los Baluartes, con la red de los Mercados de la Tierra, con la Alianza Slow Food de los Cocineros, con eventos como Terra Madre, que ponen de relieve el papel de los pequeños productores.

—¿Cuántos alimentos habéis catalogado hasta ahora?
—Son 5.144, cuya descripción se puede ver en fondazioneslowfood.com, pero el contador se actualiza en tiempo real: recibimos informes de la red constantemente y se van examinando.


—¿Por qué perdemos diversidad alimentaria?
—En general, las principales causas de la pérdida de la diversidad biológica son el crecimiento demográfico, que afecta sobre todo a las zonas del planeta más ricas en diversidad biológica (como las zonas tropicales), la destrucción y fragmentación de los hábitats naturales (deforestación, urbanización, consolidación del paisaje), la agricultura intensiva, la contaminación, el cambio climático y la introducción de especies invasoras.

El modelo de agricultura industrial (basado en la producción intensiva, los monocultivos, un número limitado de especies vegetales y animales, el uso de fertilizantes y plaguicidas sintéticos, y el cultivo de organismos genéticamente modificados) margina progresivamente los sistemas agrícolas tradicionales y a pequeña escala, basados por el contrario en una gran variedad de especies, cultivos y razas seleccionadas por su capacidad de adaptación a diferentes entornos.

—¿Afecta más en algunos lugares?
—La investigación muestra de manera concluyente que la biodiversidad disminuye menos rápidamente en tierras gestionadas por pueblos indígenas que en otras zonas. Las tasas de deforestación en Colombia, Brasil y Bolivia son considerablemente más bajas en lugares donde los pueblos indígenas poseen tierras en condiciones de seguridad, según un informe de la Plataforma intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y servicios de los ecosistemas (IPBES).

—¿Quiénes son los guardianes de la biodiversidad?
—Existe un modelo de agricultura basado en el conocimiento que, a lo largo del tiempo, ha dado lugar a miles de variedades vegetales y razas animales, que expresan –en forma, color, olor y sabores– la historia de los territorios donde viven. Se trata de un modelo que favorece la agricultura familiar en pequeña escala, basada en métodos agroecológicos.

La agroecología invierte el sistema de la agroindustria, cuida los recursos naturales, mejora la diversidad, armoniza la ciencia oficial con los conocimientos tradicionales y lanza un desafío: alimentar al mundo con la agricultura en pequeña escala en una era dominada por el cambio climático. Y me gustaría recordar a los pueblos indígenas de nuevo. Conocidos universalmente como poseedores de ricas tradiciones orales y guardianes de la biodiversidad, corren el riesgo diario de perder sus tierras y estilos de vida.

Slow Food apoya a los pueblos indígenas para que mantengan sus tradiciones culinarias y transmitan sus conocimientos. Sería un disparate defender la biodiversidad sin defender también las identidades culturales de los pueblos y el derecho a preservar su tierra. El derecho de los pueblos a controlar su tierra es inalienable.


—¿Cómo nos afecta a las personas que haya menos variedades de alimentos?
—El episodio más famoso al respecto es la hambruna irlandesa de mitad del siglo XIX (la hambruna de las patatas): a partir de 1845 un hongo comenzó a atacar las patatas, destruyendo todas las cosechas durante varios años y provocando la muerte o la emigración hacia Estados Unidos de millones de personas.

Un suceso de tal calibre fue posible al haberse cultivado una única variedad de patata en toda Irlanda, que resultó vulnerable a la enfermedad. Sin biodiversidad las patatas no serían hoy uno de los principales cultivos del mundo. Este episodio fue la primera advertencia de la naturaleza a los seres humanos sobre los peligros de la uniformidad genética.

—¿Y en cuanto a la salud?
—Según la OMS, la pérdida de biodiversidad afecta a la salud directamente. La microbiota humana (las comunidades microbianas simbióticas presentes en intestino, piel, vías respiratorias y sistema urinario) contribuye a nuestra nutrición y puede ayudar a regular al sistema inmunitario y a prevenir infecciones.

En los países donde la comida basada en productos locales ha sido sustituida por productos industriales hay mayor incidencia de enfermedades (por ejemplo, diabetes y obesidad en las poblaciones insulares del Pacífico...). También en los países occidentales, donde los niños en lugar de frutas frescas toman bebidas y zumos de fruta industriales azucarados.

—En Slow Food estáis radicalmente en contra de los alimentos transgénicos, ¿por qué?
—Hasta el momento no han demostrado que puedan ofrecer ninguna solución real al problema del hambre. De hecho, su desarrollo y su producción satisfacen los intereses económicos de las multinacionales, no la necesidad de alimentar a la población en expansión.

Hasta ahora, a nivel comercial han mostrado un elevado consumo de agua y energía, y no son asequibles o adecuados como cultivos para el suministro alimentario en los países en desarrollo. Las especies que no tienen un vínculo histórico, cultural o gastronómico con el territorio y con las personas que viven en él representan una amenaza para la supervivencia de las semillas tradicionales e incluso de las comunidades rurales.

—Un grupo de científicos está exigiendo a la Unión Europea que permita modificaciones genéticas para crear frutas y verduras resistentes al cambio climático. ¿Qué piensas de esta petición?
—En cuanto a las tecnologías de cisgénesis y modificación genética, es necesario seguir tratándolas de manera similar a los organismos genéticamente modificados (OGM) y, por lo tanto, no deben ser excluidas de la legislación que rige los OGM. Su exclusión llevaría a la desaparición de los requisitos de trazabilidad y etiquetado de estos productos, reduciendo así la libertad de elección de los consumidores.

No podemos descartar que los OGM tengan efectos indeseables e impredecibles con posibles implicaciones para los alimentos, los piensos y el medio ambiente.

El riesgo de pérdida de biodiversidad resultante de la aplicación de estas técnicas, en nuestra opinión, es el mismo y los problemas socioeconómicos también permanecen inalterados.

—Esos científicos aseguran que estas técnicas genéticas evitarían la pérdida de cosechas de trigo, maíz y otros cultivos en países en desarrollo ocasionadas por las sequías gracias a cambios puntuales en su genoma...
—La solución no está en la manipulación genética, sino en la biodiversidad. La historia lo ha demostrado y sigue demostrándolo. Antes de aventurarnos en una dirección que presenta riesgos que aún no se conocen del todo, deberíamos avanzar hacia opciones que han demostrado su eficacia para la resistencia de los ecosistemas, incluso con respecto a la crisis climática. Sobre esto la nueva Política Agrícola Común Europea que se está debatiendo debería indicar el camino de manera decisiva.

Por otro lado, el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI) ha publicado recientemente la investigación "Diez años de agroecología", que muestra cómo sería posible que la agricultura europea pasara por completo a la agricultura orgánica. Además, hace ya diez años Olivier De Schutter (Relator Especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación en esa época) examinó 286 proyectos agroecológicos en 57 países de África y el sudeste asiático, en un total de 37 millones de hectáreas, y encontró resultados que no se pueden ignorar: producción duplicada, impacto ambiental reducido, empleo aumentado y calidad de vida mejorada.


—¿Cómo defendemos una alimentación "buena, limpia y justa", que es el lema del fundador de Slow Food? Los lobbies de transgénicos y de agroquímicos son muy fuertes y tienen mucho dinero...
—Cada uno de nosotros, a su manera, tiene el poder de crear el cambio. Podemos ayudar a los demás a que dejen de ser consumidores pasivos para pasar a ser los protagonistas de sus vidas. No desesperemos y recordemos: ellos son gigantes, pero nosotros somos multitud.

A lo largo de estos 30 años, nuestra red se ha extendido a 160 países. Slow Food está presente en casi todo el mundo. Aunque nuestro sistema puede parecer débil frente a las dimensiones del modelo agroindustrial, en realidad no lo es: cuando las crisis se multiplican y se vuelven cada vez más graves, nuestro sistema sobrevive porque es más resistente.

Sin embargo, las emergencias de nuestra época nos obligan a entrar en contacto con el resto del mundo a través del compromiso, de acciones y proyectos para cumplir estos tres objetivos importantes: defender la biodiversidad, educar al mundo que nos rodea e influir en las instituciones públicas y el sector privado.

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