El día en el que cumplió 60 años, Pilar decidió buscar una terapia psicológica que le ayudara a superar los problemas emocionales y de baja autoestima que llevaba años arrastrando. Pilar no quería pasar un día más dejando que los demás se aprovechasen de ella. Todas sus parejas habían sido unos maltratadores (físicos y emocionales) y en el trabajo veía cómo compañeras mucho más jóvenes progresaban, mientras que ella no se atrevía a luchar por lo que consideraba su merecido ascenso.
Ya en terapia, trabajando para hallar y sanar el origen de su baja autoestima, Pilar recordó, en una de sus sesiones, una situación impactante y enormemente traumática que vivió en el colegio.
–Cuéntame, Pilar, ¿qué es lo que recuerdas?
–No es una sola escena, son diferentes situaciones que viví con un profesor. Todavía hoy lo recuerdo con miedo. Imagino su cara mirándome y se me acelera el corazón. Parece mentira, después de tantos años, cómo me afecta, cómo me pongo en situación, casi como si lo estuviera viviendo.
–No te preocupes, Pilar, precisamente, estamos aquí para trabajar esto y evitar que las palabras y acciones de este hombre sigan perjudicándote en tu presente. Dime cuál es la escena de la que te acuerdas con más claridad.
–Es un momento en el que me está ridiculizando delante de toda la clase. Me saca a la pizarra para hacer un ejercicio de fracciones. Yo no sé solucionarlo del todo. Hago una parte, pero me quedo bloqueada a mitad del problema.
–¿Cómo reacciona el profesor?
–Se burla de mí. Siempre hacía bromitas tontas, pero ese día es especialmente cruel. Empieza a insultarme, dice que soy una vaga y una tonta. Además, habla dirigiéndose a toda la clase y veo que algunos compañeros se están riendo.
–¿Qué pasa, entonces, contigo? ¿Cómo te sientes?
–Noto que todo el cuerpo se me paraliza e incluso no veo bien, empiezo a ver borroso. Me pregunto por qué hace esto. ¿Por qué es tan cruel conmigo? Me siento bloqueada. Donde más fuerte siento el bloqueo es en la garganta. Parece como si se me cerrara. Me gustaría protestar pero me quedo callada, no consigo decir nada. (En el sillón, su cuerpo se tensa, tiene rígidos los brazos y el cuello).
–¿Y el profesor sigue burlándose?
Sí, no para. Tiene su mirada fija en mí. Parece que está disfrutando de lo que hace. Al final termino llorando de impotencia. Me vuelvo a mi sitio y me quedo callada, con la mirada clavada en la mesa hasta que termina la clase.
–Sigue contándome... (Hay un momento de silencio y cae una lágrima por su mejilla).
–Sentada en aquella mesa, mirando hacia abajo, me siento avergonzada, sola y gris. Gris, así he estado yo durante toda mi vida, gris.
(Llora al percatarse del impacto que ese profesor ha tenido en su vida).
–¿Qué te queda de esta situación, Pilar? ¿Hay momentos en tu vida que te sigan recordando esta escena?
–Sí, muchos, me pasa continuamente. Hay momentos en los que me siento igual de bloqueada, sobre todo con personas así de prepotentes. Cuando me miran fijamente, soy incapaz de responder y bajo la mirada. Casi todos mis novios han sido así. Creo que por eso nunca he llegado a casarme. No quería a alguien así en mi vida, pero cada uno que conocía era igual o peor.
–¿Y en el trabajo como enfermera?
–También en el trabajo, con mi jefe. Él tiene esa misma mirada. Parece que me va a regañar en cualquier momento por algún fallo que haya cometido. No soy capaz de hablar con él para pedirle el puesto que me corresponde por antigüedad y veo a otras compañeras más jóvenes pasar por delante de mí. Pero es que me intimida y me bloqueo solo de pensar en tener que hablarle.
–No te preocupes, Pilar, poco a poco vamos a ir trabajando para desprogramar tu bloqueo ante este tipo de personas. Vamos a volver al pasado para seguir analizando ese momento. Mirándola con tus ojos actuales, ¿qué te parece la escena de la niña?
–Pues que fue injusto y desproporcionado. Es cierto que yo no sabía sumar fracciones, pero no explicaba nada bien en clase, nadie se enteraba. Otras amigas iban a clases de refuerzo de matemáticas por las tardes, pero mis padres no podían pagarlas. Si quería que sumásemos fracciones, que las hubiera explicado bien. ¿Cómo voy a aprender si estoy atemorizada en clase, más pendiente de que me asuste y me pregunte por sorpresa que de sus puñeteras fracciones? No sé si me tenía manía o se aprovechaba de mí porque sabía que no me iba a defender, pero fue una pesadilla.
–Entiendo, Pilar. Ahora coge toda esta energía y esa lucidez que tienes en este momento al ver esta situación y llévatelas atrás en el tiempo. Imagina que vuelves a la escena del colegio para poder acercarte a la niña y, así, poder explicárselo. ¿Qué le dices?
–Me acerco a ella en la mesa, cuando mira hacia abajo. Le digo que ese tipo no tenía derecho a tratarla mal. Me da pena verla así y también siento rabia de ver cómo le perjudica todo esto y de saber cómo le va a afectar para toda la vida.
–Compártelo con ella. Eso es también lo que ella está sintiendo. Háblale de ello para que se sienta escuchada y comprendida.
–Realmente, está rabiosa. Sabes que el profesor es injusto y que no lo hizo bien, pero ella tuvo que callar. Tuvo que tragarse toda su rabia. Ahora tiene derecho a reconocer esa rabia. Déjale sentirla y transformarla en energía para actuar, para no quedarse parada y para poder expresarse. Acompáñala. Ahora no está sola y, entre las dos, podéis sacar todo aquello que lleváis dentro, aquello que en su día tuvo que guardar.
–¿Qué le dices?
–Le miro a la cara y le señalo con el dedo. Le digo que es un estúpido y un prepotente, que ella es solo una niña y que no tenía derecho a tratarla así. Le pregunto si se cree muy hombre haciendo sufrir así a una niña, le digo que le debería dar vergüenza. En el fondo, es un mindundi, un inseguro que necesita sentirse por encima de los demás.
–¿Y qué hace el profesor? ¿Cómo reacciona?
–Al principio, se queda callado y con la boca abierta. Parece que, cuando alguien le dice las verdades, no sabe qué responder. Al rato, empieza a balbucear, que lo hacía por mi bien, que solo quería motivarme para que estudiara. Le digo que humillar no es una manera de motivar, que no lo puede utilizar como excusa para justificar el maltrato.
–¿Cómo te sientes ahora? ¿Deseas decirle o hacer algo más?
–Siento calor por todo el cuerpo, pero un calor agradable, como cuando acabas de hacer ejercicio. Necesitaba soltar todo eso y poner las cosas en su sitio. Ahora quiero irme de allí. Le digo que, si va a seguir tratándome así, yo no quiero seguir ahí. Le dejo con los ojos como platos. Me voy de la clase y cierro dando un portazo.
–Ya no tiene que aguantar esto que le puede traer graves consecuencias en el futuro. Pilar, has ayudado a la niña a liberarse de todo el peso que tenía. Ahora ella te puede ayudar a ti, en tu presente. ¿Dónde quieres ir ahora?
–Salgo al jardín. Respiro el aire limpio. Antes no me daba cuenta, pero el aire del colegio estaba muy cargado, como si fuera humo, y costaba respirar. Me tumbo en la hierba y miro al cielo. Me siento más libre, incluso respiro mucho mejor y siento que el bloqueo que solía acompañarme se ha desvanecido.
–¿Qué puedes aprender de lo que ha sucedido en clase? ¿Qué idea es la que quieres traerte a tu vida actual?
–Lo más importante es que ya puedo hablar, puedo opinar. Se acabó quedarse callada. Sé lo que quiero y lo que es bueno para mí. En realidad, lo he sabido siempre, pero antes me lo quedaba dentro. A partir de ahora no voy a permitir que nadie más me humille como hacía aquel profesor.
–¿Cómo crees que podrías resumir todo lo que has hecho hoy en una palabra o una frase para recordarla cada día?
–Se me ha ocurrido sin pensar... “Ahora hablo yo”. Me gusta, me parece un estupendo resumen. Me lo voy a anotar y, sobre todo, voy a empezar a ponerlo en práctica desde este mismo momento. Me siento mucho mejor. De verdad.
Esa misma semana, Pilar pidió una entrevista con su jefe para pedirle una mejora de sus condiciones laborales. Ya no quería permitir que otros le arrebataran sus derechos.