Menos egocentrismo y más florecer todos juntos

No importa a quién le brindamos una sonrisa, le ofrecemos una palabra cariñosa que le reconforte o le tendemos una mano: lo verdaderamente esencial es hacerlo.

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Entregarse a los otros, sintiendo que su dicha reverbera de algún modo en nosotros y nos hace sentir bien y en armonía con la vida, parece que está muy relacionado con nuestra capacidad de dar y recibir amor de forma equilibrada.

Nadie puede dar lo que no tiene ni disfrutar lo que no cree merecer. Por eso, para conseguir hacer felices a los demás, es preciso primero amarse a uno mismo de verdad, desde el corazón, y eso a veces no resulta tan fácil como nos imaginamos.

Algunas personas, por ejemplo, siempre están dispuestas a hacer mil y un favores pero se sienten incómodas en el papel contrario; no les resulta fácil aceptar de buen grado las muestras de afecto o las atenciones que les brindan los demás, incluso cuando están enfermas y realmente las necesitan.

Probablemente ignoran que si aceptan, sin reservas, lo que se les regala de buen grado permite que los otros experimenten la extraordinaria felicidad de dar.

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Si llevamos la cuenta y nos empeñamos en devolver favor por favor no embellecemos nuestra alma, ni florecemos, ni engrandecemos ninguna relación; quizá reafirmemos nuestro orgullo o apacigüemos el miedo a parecer débiles o vulnerables. Sea lo que sea lo que nos mueva a actuar de ese modo, seguramente tiene que ver con cierta desconfianza ancestral a aceptar el bien sin más.

En cambio, si nos sentimos plenamente merecedores de todo lo buenoque nos sucede, agradecemos lo que a veces nos ofrecen personas que se cruzan en nuestro camino y, al mismo tiempo, practicamos la generosidad sin esperar nada a cambio, afianzamos nuestra confianza en la vida y sentimos esa agradable sensación de unidad que podríamos llamar felicidad.

Para conseguir ese amoroso equilibrio interno, ese estado que permite estimular nuestro bienestar y apertura emocional y los de las personas que nos rodean, es imprescindible despojarse, con cariño, de muchos prejuicios y creencias erróneas que hemos ido acumulando desde pequeños y que nos vamos pasando de padres a hijos sin apenas darnos cuenta.

Retirar las malas hierbas

Aunque a veces no somos conscientes de ello, la inmensa mayoría de los seres humanos llevamos dentro un juez severo que gobierna nuestra existencia y a menudo nos suele crear sentimientos de vergüenza, culpa y frustración, en vez de jugar a nuestro favor y ayudarnos a ver el lado amoroso y positivo de la vida.

"Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo y a todos, especialmente a nosotros mismos", dice Miguel Ruiz, autor de Los cuatro acuerdos. A menudo, las creencias que conforman el particular "Libro de la Ley" de este juez interior resultan perjudiciales pero están arraigadas en nuestro inconsciente porque nos proporcionan seguridad y se han convertido en nuestra "zona de confort".

Salir de allí, aunque es absolutamente necesario para crecer y amar, suele generar una gran inseguridad y mucho miedo. Pero si no vamos más allá de lo conocido, si no trascendemos con amabilidad las normas de ese juez resentido, difícilmente conseguiremos valorarnos a nosotros mismos. Seguiremos más bien juzgando y criticando a los demás en vez de contribuir a su bienestar y al nuestro.

"Si no damos el paso –afirma Miguel Ruiz–, continuaremos percibiendo el mundo como un lugar inhóspito y la vida como un ‘valle de lágrimas’, y nos perderemos la posibilidad de considerarla una aventura interesante, con frecuencia fascinante, llena de oportunidades de conocer a personas maravillosas, de unir nuestras voces y conectar con la belleza en los lugares más insospechados ".

Es decir, perderemos la posibilidad de sentir el estado de gracia que produce la entrega y el servicio a los demás. ¿Pero cómo se elimina ese sentimiento desagradable que produce, por ejemplo, la envidia y se llega al puro gozo de compartir situaciones de plenitud con los demás?

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Para aplacar a ese juez que nos transforma en víctimas y verdugos a su antojo es necesario plantar en nuestro interior creencias menos dramáticas, más luminosas que, una vez enraizadas, nos permitan tener una mayor capacidad de ponernos en el lugar del otro y sintonizar con sus sentimientos.

Las semillas de empatía, cuando florecen, despliegan multitud de nuevas y extraordinarias perspectivas. Por ejemplo, nos es más fácil escuchar, incluso nos complace más que hablar de nosotros mismos. Cuando en vez de oír uno escucha sin la más mínima intención de emitir juicios, hacer suposiciones o exponer sus creencias, automáticamente el otro se tranquiliza y, de esta manera, se crea una comunicación afectuosa que resulta un verdadero bálsamo para ambas partes.

Si escuchamos con una actitud amorosa, la alegría hará acto de presencia. Porque la alegría y el amor van de la mano.

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Hablar desde el corazón

Otra semilla que nos predispone a sentirnos dichosos y a contagiar nuestro radiante estado a los demás es utilizar con cariño y coherencia las palabras. "Es tan fácil hablar que no nos damos cuenta del milagro que representa y del enorme poder que tienen las palabras" –dice Mercè Castro Puig en Palabras que consuelan–.

"Cuando nos expresamos con nuestra lengua materna los sonidos brotan sin pensar, como por arte de magia, y cada palabra encierra nuestra forma de ver la vida. El lenguaje nos define y nos ayuda a compartir sentimiento".

"Hablar de nuestras emociones cura y establece buenos vínculos, siempre y cuando hablemos desde el corazón, desde el centro de nuestro ser, desde nuestro yo más sagrado. Si no es así, las palabras no sirven para estrechar lazos porque están vacías. Cuando decimos una cosa y sentimos otra, desperdiciamos el poder inmenso de las palabras".

Según esta autora, las palabras de amor construyen puentes que ayudan a pasar de la oscuridad a la luz, porque crean armonía y paz. Al verbalizar una cualidad o algo bonito de alguien que tal vez no esté pasando por su mejor momento, activamos en nuestro interior el interruptor que nos une a la creación, al universo entero, y eso le brinda al otro el impulso para sentirse mejor.

Cada palabra de amor supone así una victoria de la vida.

Dos formas de crear armonía

En el día a día tenemos muchas oportunidades de limar asperezas, acortar distancias y sentirnos más unidos con quienes nos rodean, en ocasiones, hasta el punto de vivir juntos momentos sublimes. Ciertos hábitos pueden favorecerlo:

  • Bendecir. Esta palabra significa literalmente bien decir, es decir, hablar bien de los demás, resaltar sus cualidades, alegrarse de sus logros... si bendecimos en vez de envidiar o criticar, no solo facilitamos que llegue a nuestras vidas todo lo bueno que somos capaces de ver en los otros, sino que contribuimos al florecer de los demás.
  • Apreciar. Valorar lo que tenemos y a las personas que nos rodean abre la puerta a agradables y compartidas sensaciones de serenidad y bienestar.

Todos somos uno

"Darle a alguien todo tu amor no asegura que te ame, no esperes que te ame por el mero hecho de amarle; solo espera que el amor crezca en el corazón de la otra persona. Y si no crece, sé feliz porque creció en el tuyo. Hay cosas que te encantaría oír, que nunca escucharás de quien te gustaría que las dijera; pero no seas tan sordo para no oírlas de aquel que las dice desde su corazón", asegura la Madre Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a servir y amar a los demás.

Ella, como los grandes maestros, afirmaba que todos somos uno y que lo que le ocurre a alguien en cualquier parte del mundo repercute de alguna manera en el resto de la humanidad. El "efecto mariposa" lo llamarían los científicos, cuando afirman que el batir de alas de una mariposa en un confín del planeta podría sumarse al conjunto de factores que desencadenan un tornado en una zona lejana.

Si queremos que nuestro aleteo, nuestro paso por la vida, vaya creando momentos de aceptación, apertura y fecundidad tendremos que adquirir flexibilidad para adaptarnos a los cambios, tenacidad para recorrer el camino, con el corazón abierto a pesar de los obstáculos, y la paciencia necesaria para seguir amando hasta nuestro último suspiro.

Si cada uno aporta a la vida su particular granito de amor, entre todos conseguiremos que el mundo sea un lugar mejor.

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Síntomas de egocentrismo

El egocentrismo y la insatisfacción que conlleva suele ser el principal obstáculo para gozar de la vida en comunión con los demás.

Las siguientes pautas permiten detectar si el ego anda subido de tono:

  • Intentamos atraer la atención hablando de nuestros problemas.
  • Damos nuestra opinión cuando no es necesaria.
  • Nos ofendemos con facilidad.
  • Estamos muy pendientes de caer bien a los demás.
  • Nos molesta no obtener reconocimiento por lo que hacemos.
  • Intentamos impresionar a los demás con nuestras posesiones, conocimientos, aspecto físico, etc.
  • Creemos, a menudo, que los otros están equivocados. Cuando eso sucede conviene variar la perspectiva vital, si es preciso con ayuda de un terapeuta.

Bibliografía

  • Miguel Ruiz, Los cuatro acuerdos. Ed. Urano
  • Mª Carmen Martínez Tomás, El espíritu de aloha. Ed. Océano
  • Eckhart Tolle, Todos los seres vivos somos uno. Ed. Debolsillo
  • Marianne Williamson, Volver al amor. Ed. Urano

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