"Ahora que parece haber pasado lo más duro de la pandemia, necesitamos recuperar el equilibrio perdido cambiando de mentalidad para convertir nuestra vida en más satisfactoria y adquirir habilidades que nos permitan afrontar el futuro con mayor confianza y optimismo", nos cuenta el doctor Nicolás Romero Lara, médico experto en nutrición, alimentación y salud pública.

El doctor Romero –que ha centrado su labor profesional en el coaching nutricional, el tratamiento de la obesidad y el estudio de la psicología evolutiva aplicada a la salud– acaba de publicar Empieza a vivir (Grijalbo), un libro que propone recuperar el equilibrio emocional tras la pandemia poniendo el foco en los autocuidados.

–¿Por qué es el momento de los autocuidados?
–Por que la crisis del coronavirus ha impactado de manera abrupta sobre nuestra salud mental y ha disparado la incidencia en todo el mundo de estrés, ansiedad, depresión y trastornos de la alimentación, en especial comer de manera emocional.

Con el correcto autocuidado atenderemos de forma adecuada nuestras necesidades básicas. El deseo de descansar, la alimentación necesaria, el sueño reparador, la actividad física estimulante y el desarrollo de buenos hábitos es vital para no exponernos el estrés crónico y proteger así la salud emocional.

–¿Y cómo empezar a cuidarnos para recuperar el equilibrio emocional perdido?
–Mi propuesta desde la ciencia para proteger la salud física y mental es empezar a vivir con más verdad y aprender a transformar nuestra mentalidad con el Método de los cuatro autos: autocuidado para cuidar de las joyas de la corona del organismo, que son el cerebro y el sistema inmunitario; autoconocimiento para conocernos mejor e identificar el talento potencial desarrollando habilidades y formando hábitos; autoestima para reconocer quiénes nos refuerzan o nos minan en las relaciones personales; y autoconfianza para ganar seguridad en las decisiones y sentir que tenemos el control de nuestra vida.

–Dices que el cerebro y el sistema inmunitario son las joyas de la corona del organismo... ¿Están relacionados?
–Sí. La solución que ha encontrado la naturaleza para asegurar la protección del cerebro ha sido no escatimar recursos e invertir en un sistema inmunológico también colosal. Se crean conexiones entre las esferas neuropsicológica e inmune que hoy apenas comenzamos a descifrar. Es probable que ambos sistemas compartan algunas sustancias con efectos fisiológicos importantes, cuyo agotamiento en uno de ellos afecta al otro.

Sabemos que las infecciones tienen un impacto negativo notable sobre la capacidad de aprendizaje. Lo confirma el hecho de que la alta incidencia de infecciones en un país se correlaciona con medias nacionales más bajas de desarrollo intelectual.

Este resultado podría deberse a que cuando se activa el sistema inmunitario por la infección, sustrae al cerebro mensajeros biológicos que intervienen en el aprendizaje al tiempo que se genera una disminución del sueño, que es un proceso fundamental en la consolidación de la memoria.

Además, sabemos que una función inmune robusta, completa y coordinada asegura una mayor supervivencia en los centenarios, y además los protege contra la pérdida prematura de capacidades mentales.

–¿Influye nuestra salud mental en esa inmunidad que protege el cerebro?
–Precisamente el factor determinante para alcanzar esa inmunidad poderosa que blinda el cerebro contra el deterioro es aprender a construirnos una mentalidad diferente, a centrarnos en atenuar los efectos de las preocupaciones provocadas por la adversidad, el engaño y el autoengaño.

Esa constitución psicológica especial va conformándose con la experiencia personal y dependerá de rasgos como disponer de una identidad flexible que mejore nuestra adaptación a circunstancias cambiantes, de la formación de buenos hábitos con el desarrollo de habilidades, del neuroticismo que caracterice la personalidad, de la resistencia a expresar los conflictos internos ocultados y reprimidos, del nivel de conciencia del autoengaño y del grado de coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y las acciones que llevamos a cabo.

–En tu libro también hablas sobre la relación entre la dieta y la inmunidad...
–Claro. Cada vez tenemos más evidencia científica de que las sustancias contenidas en los alimentos que comemos van configurando nuestro sistema inmunitario a lo largo de la vida. Muchos de estos nutrientes y moléculas orgánicas son inmunomoduladores, y precisamente la inmunonutrición se dedica a estudiar su impacto en la función y competencia de nuestras defensas. Un buen sistema inmune necesita tener una excelente dieta.

–¿Y cuáles son los pilares de esa dieta inmune de la que hablas?
–La dieta inmune se basa en un aporte de energía constante, macronutrientes, micronutrientes, fibra y fitoquímicos bioactivos. El zinc y las vitaminas D y C han demostrado efectos inmunoestimuladores. La desnutrición nos generará inmunodeficiencia. La obesidad producirá un estado de inflamación crónica que nos hará más vulnerables a las infecciones. Cuando estamos enfermos necesitamos tomar proteínas que tienen un alto valor biológico, y las vegetales de las legumbres y la soja.

Algunos aminoácidos poseen una función inmunomoduladora como la arginina y la glutamina. Los ácidos grasos omega-3, como el docosahexaenoico (DHA) y el eicosapentaenoico (EPA) de los pescados y frutos secos, y también el ácido oleico del aceite de oliva ofrecen protección contra las infecciones y muestran efectos antiinflamatorios. Un aporte adecuado de fibra favorece la microbiota intestinal que aumenta la cantidad disponible de butirato con efecto antiinflamatorio en la luz intestinal y disminuye la producción de citoquinas proinflamatorias.

La dieta inmune deberá complementarse con actividad física regular porque posee efectos antiinflamatorios, regula la actividad de las defensas y retrasa la pérdida de capacidad en la protección inmunitaria que va apareciendo con la edad.