Hablar del físico del psicólogo Sergi Rufi sería un cliché, pero sí es cierto que su imagen nos hace intuir que poco le importa lo que opinen de él. O al menos, eso nos hace creer.
Sin embargo, esta idea cobra más fuerza cuando en las primeras páginas de su libro nos dice: “Desde niño, he preferido estar inquieto en mitad del océano que cómodo en una pecera”. Ahora sí lo tenemos claro: ni él ni su trabajo pretende ser convencional. Y cuando mezclas experiencia, formación e inconformismo el resultado es una psicología REAL (Rebelde+Espiritual+Auténtico+Libre).
Y tú, ¿te atreves a ser tú mismo? Te invito a que leas esta entrevista y su libro Una psicología REAL (Libros Cúpula) para que descubras que la respuesta a esta pregunta tan recurrente no la has leído antes.
–Te veo y no diría que eres psicólogo. ¿Es lo mismo que te dicen tus clientes cuando te ven por primera vez?
–Eso fue más al principio. Ahora saben quién soy y sino les digo que antes miren mi página web. Lo prefiero. No me identifico con un psicólogo tradicional o 1.0. Y sí, me han dicho que parezco artista, músico, diseñador, tatuador…
–Si tu aspecto no es convencional, me atrevo a decir que tu metodología tampoco. ¿En qué se basa la psicología REAL a la que le has dedicado tu libro?
–Para mi segundo libro creé un acrónimo, REAL, que significaba Rebelde+Espiritual+Auténtico+Libre. Todos estos conceptos giran en torno a ser auténtico, a decir lo que piensas, a mostrar lo que sientes, a exponer tus necesidades, pero siempre cuidando el vínculo, cuidando al otro, no soltándolo todo sin más. Para mí eso no es autenticidad sino mala educación.
Y en cuanto al método, es el Rufismo (risas). Ahora en serio, consiste en desaprender esos mensajes culturales de la psicología 1.0 que nos va culpabilizando silenciosamente: “Si no eres feliz, es porque no piensas bien”, “relájate”, “no te rayes”. Todos esos imperativos condescendientes. Y al mismo tiempo, se basa en reaprender a conocerse un poquito desde nuestra propia originalidad.
Es decir, darnos cuenta de que quizá no estamos tan mal como nos dicen, y que igual nuestro dolor tiene más que ver con que no nos relacionamos con nuestra mente de forma humana o no comprendemos cómo funcionamos. Tiene que ver con cómo nos han dicho que somos (y en realidad, no somos), lo cual parte de una interpretación demasiado superficial, sesgada, hiperracional, básica y 1.0… Es importante reaprender a relacionarnos para convivir mejor con nosotros mismos.
–Dices ser un rebelde con causa. ¿Nos explicas cuál es?
–Significa señalar un poquito esa corrupción de la Máquina como sistema en el que vivimos. Y con la Máquina me refiero al sistema oficial, a los mensajes tan típicos de 'los que saben', a los clichés. Y en el caso de la psicología oficial y la espiritualidad Disney, a los mensajes del "puedes y debes controlar tu mente", “todo es genial”, “hay que ser feliz”, “que no pase un día sin sonreír”…
Todos esos rollos están presentando una meta-solución-alivio, que a medio plazo va a ser otro problema que vamos a tener que resolver porque no se pueden lograr o mantener.
No podemos estar todo el día estupendamente.
La vida incluye momentos complicados, dificultades en la convivencia con la gente, con los amigos, con nuestros padres… Así que diría que es una revolución contra el mapa de carreteras que nos han vendido. El de “tienes que hacer esto y lo otro”, “tienes que ser así”, “tienes que y tienes que” ¡No!, en general eres como eres, y punto.
–Ese espíritu crítico que parece caracterizarte después de leer tu trabajo, ¿es justo lo que le falta a nuestra sociedad?
–Carece tanto de espíritu crítico como de comprensión y cariño. La parte femenina y masculina (yin y yang). Ahora está de moda la idea de que “falta crítica, pensamiento crítico”… Y acaba siendo todo muy teórico-filosófico, y lo filosófico me encanta pero la verdad es que no nos desbloquea emocionalmente, lo siento. Esto lo digo en el libro, le meto un poco de caña a la filosofía como terapia psicológica.
Estoy hasta las narices de la racionalización-reconstrucción emocional, la psicología 1.0, la convencional, la que señala que yo estoy bien y tú estás mal, la del “esto es lo que tienes que hacer” hace daño a la gente. Nos separan más los unos de los otros, y todo lo que sea separación es replicar constantemente la herida de la humanidad.
–Me ha sorprendido que digas que es bueno para el cliente conocer aspectos del camino interior del terapeuta.
–En el mundo más humanizado, en la psicología más REAL, se usa el acompañamiento al otro. A mí me lo hizo un terapeuta, uno de mis grandes maestros, hace 10 años. Compartía cosas personales conmigo y yo pensaba: “Qué útil me resulta eso. No estoy tan lejos de él, de mi meta de sentirme bien, porque en verdad no estoy tan mal, es más normal de lo que pensaba”.
Y es que, si ese hombre al que admiraba y veía tan bien, también tropezaba con la misma piedra que yo, pues era que yo no estaba tan mal. Y en realidad no se aplica tanto porque no hay agallas, les da miedo que de esa manera los vean como alguien común, que no les idolatren y que no vuelvan.
–Los medios de comunicación nos dicen cómo pensar, las canciones cómo sentir… ¿Vivimos inmersos en una gran mentira donde creemos ser dueños de nuestra vida y tan solo somos títeres de una sociedad, una cultura…?
–Sí, pero a la vez es un proceso lógico, no se puede socializar, educar, sin vendernos un modelo estándar. La humanidad es así, y la mitología ha sido siempre así, nos han vendido historias que confundimos con hechos para hacernos comprender la última realidad: de dónde venimos, a dónde vamos… Pero son historias, no es la verdad, no son los hechos concretos. Entonces, vivimos apretados en una poesía, en un mapa.
El tema es poder afirmarlo: “Esto es una opción, hay otras más”.
–¿Son las redes sociales las reinas de esta farsa?
–Empieza como un reflejo, una consecuencia de la farsa, y acaban siendo el propio martillo que genera la farsa. Además, con la cultura del selfie, que promociona otra vez la herida de separación; yo me pongo por encima, tú estás por debajo, tú me necesitas, pero a la vez yo dependo a la vez de ti y de tus likes; y la moneda de una sola cara: me muestro siempre alegre y feliz y creo la falsa expectativa de que es posible vivir así… Otra vez estamos vertiendo comparación, envidia, vergüenza y culpa a los demás.
–Teniendo en cuenta este contexto, ¿es posible ser uno mismo?
–Dentro de lo posible sí, pero no podemos olvidar que somos un producto sociocultural. Las música, las canciones, el cine, los anuncios, y por lo tanto los deseos, las expectativas, los miedos… son comunes en todos. Además, tenemos un fondo en el que necesitamos lo mismo: empatía, comprensión, cariño, vínculo, apoyo… Sin embargo, sí que puedo ser yo mismo desde el atreverme a hacer lo que siento que debo hacer y decidir mostrarme desde lo que siento, desde el compartir mis preferencias, mis gustos personales diferentes a los de mi grupo... Esa parte nuestra que nos distingue se puede activar más. Por ejemplo, si a mí no me gusta el tiramisú no lo voy a comer porque el restaurante entero lo esté comiendo o esté de moda.
Eso significa ejercer el derecho a ser uno mismo. Poder distanciarme de la opinión de la mayoría y posicionarme amablemente.
Y me gustaría que esto no se confundiera con eso de “hay que vivir desde el corazón” y esas cosas que se escuchan tanto, porque son palabras muy bonitas, pero ¿qué significan? Las emociones aparecen y se marchan. Además, nunca le diré a un cliente que tiene un conflicto grave con el jefe: “Haz eso…”. No, le pediré que me explique el contexto, que me dé detalles, necesitaré conocer su forma de ser, sus conflictos previos en esa área, su momento vital, etc. Si puedo inspirar, inspiro, pero no voy a empujar a nadie a vivir mi vida. Te invito a que seas tú mismo y vivas tu propia vida, a que ejerzas tus gustos, respetes tus dones y limitaciones. Y sobre todo, sin añadir lucha, poquito a poco.
–Pero entonces, ¿hacemos lo que nos dice la mente? Porque para mí es la mente la que nos miente, la que está dominada por los mensajes de la Máquina que tú dices…
–Dependiendo del contexto, vamos a vivir más desde la mente o desde el corazón. Es verdad que al principio la mente tiende a ser la voz del sistema, la que nos repite lo que tenemos que hacer, y que el corazón popularmente representa lo que nos apetece, pero, por ejemplo, en el trabajo igual tendremos que usar más la mente, mientras que en el ocio podremos dejarnos llevar más por el corazón.
De todas maneras, hay algo más potente, algo más estable –ya que las ideas y sensaciones vienen y se van–, que podemos llamarle vida, valores, verdad personal, que no cambia tanto. Por ejemplo, habrá veces que nos toque hablar de forma directa, y lo haremos, pero si para nosotros la empatía o la compasión, son importantes, lo haremos en un grado lo más conectados que podamos a esos valores. Trataremos de no ser demasiado bruscos con la otra persona, porque la sentimos también a ella. En el fondo, somos cosas más estables que un mero pensamiento o una emoción.
–Hablando de brusquedad, ¿la verdad está sobrevalorada?
–Totalmente. Para empezar, aún no sé qué es la verdad. A veces sé qué es mi verdad, y otras veces me doy cuenta de que es una opinión más. Lo mismo pasa con el bien y el mal, no tengo claro del todo qué está bien y qué está mal a nivel psicológico. Hay actos objetivamente destructivos con los que, de repente, se recolocan cosas y uno avanza hacia algo edificante.
–¿Por qué las personas siempre necesitamos encajar?
–Porque somos seres humanos, parte del reino animal y para sobrevivir necesitamos pertenencia, conexión, grupo, seguridad… Lo necesitamos para poder disolver, aunque sea puntualmente, esa línea de separación entre tú y yo. Solo prosperamos en conjunto.
–En el libro explicas cómo de niño te sentías diferente. ¿Recuerdas algún pensamiento que tuvieras entonces mientras observabas tu entorno o te relacionabas con los demás?
–Muchos, y todos de la misma onda: “¿por qué?”, “no lo entiendo”, “no estoy de acuerdo”, “vaya incoherencia”, “siempre me castigan a mí”, “no he hecho nada”… Me veía como la diana.
–¿Hubo alguna palabra o algún gesto que recibieras por parte de un adulto en aquellos primeros años que te marcara especialmente?
–Tantos que podría hacer un libro de eso. Desde mi padre hasta profesores, sobre todo, profesores. En las notas del parvulario ya decían que abusaba de la confianza. ¿Dirías eso de un niño de cuatro años?
También recuerdo, a los nueve años la figura de Don Juan, un profesor sádico y psicópata. Me marcó la vida. Me machacó muchísimo. “¡¡No seáis como él!! ¡¡No le sigáis!! No hagáis lo que él hace”, decía delante de toda la clase cogiéndome de la oreja, del pelo, ridiculizándome, golpeándome…
Eso me hizo mucho daño a nivel psicológico. Muchos complejos, mucha inseguridad, mucha pérdida de confianza en mí nació ahí. Si ser como era no era una opción para sobrevivir y no podía ser quién era, ¿quién era yo? El abuso de poder genera eso.
–¿Cómo nos afectan las etiquetas? Las de nuestros padres, profesores…
–Nos afectan mucho. Esos eres: “eres un vago”, “eres tonto”, “eres un desastre”… Eres, eres, eres… Toda esa recriminación nos crea una identidad enfermiza.
No hay nada más tóxico que un ERES. No me digas eso, soy más que esos ERES.
–¿Nadie escapa de un niño interior herido?
–En realidad no, es parte del ser humano. Para desactivar nuestro impulso animal de hacer lo que nos apetece y así poder convivir en sociedad, nos apartan de nuestra impulso individual y nuestro movimiento propio, nos ponen normas y nos van haciendo sentir vergüenza de nuestro impulso, de nuestra motivación personal… Así nos convertimos en adolescentes separados, avergonzados, y en adultos separados y en seres humanos heridos.
–¿Cuáles son las claves para curarlo?
–Desaprender los mensajes culturales 1.0 de la Máquina, intentar disolver la vergüenza y la culpa biográficas, reaprendernos desde una información más profunda y REAL, trabajar la aceptación de quien soy y el fluir un poco más con la vida y practicar el cariño hacia nosotros mismos y hacia la gente.
–¿Qué se siente cuando ya se está curado?
–Uso esta frase en mi libro pero, a medida que reflexiono más, no me acaba de convencer del todo porque me re-patologiza (¿hay algo que curar?). Sé lo es que es estar mejor conmigo mismo, no tener culpa ni vergüenza por el pasado, convivir mejor conmigo, sentir más sentido y más cariño hacia mí. Y eso es increíble, porque para mí es todo lo que podemos llegar a hacer como seres humanos que somos.
–¿Alguna vez se acaba este proceso de sanación?
–El proceso de desaprender y reaprender dura mientras sigamos vivos, ya que vamos a tener conflictos, así que durará toda la vida pero, obviamente, sí se puede mejorar el grado de sufrimiento que añadimos. La vida está hecha para aprender a vivirnos de una manera más amable, a manejarnos de forma menos reactiva y más orgánica.
–¿Dirías que sentir es de valientes?
–Debería ser que no pero parece ser que sí debido a la moda de la militarización social de la que hablo en el libro. Toda esa americanización (mecanización del ser humano) del “¡corre!”, “¡haz!”, “¡eres un guerrero!”, “¡esfuérzate más!”, "¡la mente es tu enemigo!"…
Todo ese rollo bélico que nos van metiendo hace que el sentimiento se vea como algo débil, cuando en realidad sentir es lo más valiente que hay, significa abrirnos a lo agradable y a lo que no lo es tanto. Requiere agallas.
–¿Por qué la sensibilidad se asocia culturalmente a la fragilidad?
–Tú lo has dicho, es el mensaje cultural, el himno de la militarización social. Todos debemos ser hacedores compulsivos y estar en pie de guerra contra nuestra emotividad.
Esto genera más ansiedad y para liberarnos de esa tensión, más necesidad de hacer y lograr… Esa huida hacia delante mediante la productividad cortoplacista nos hace sentir más dependientes materialmente y frágiles a medio plazo.
–La rabia, el miedo, la tristeza… son consideradas emociones negativas. ¿Realmente lo son?
–Negativo es un valor moral que nace de una preferencia cultural, y en el plano psicológico la moralidad nos hiere. Estamos separándonos de algo interno sobre lo que no tenemos apenas control y, así avergonzándonos, y, por lo tanto, creando más herida de separación: “No molo porque siento tristeza”.
Ciertamente, hay emociones que no nos gusta tanto sentir porque las experimentamos desagradables, incómodas, porque duelen… pero no hay maldad ni negatividad inherente en ellas. Basta de moralizarnos.
–Pedimos perdón por llorar, hay quienes aseguran no saber hacerlo… ¿Estamos obligados a ser felices?
–Para empezar, no saber llorar es como no saber pensar o no saber hablar, es una incapacidad. Pero a lo que vamos, sí, la Máquina nos presiona para ser felices, no quejarnos e ir sonriendo al matadero. El matadero es el atrapamiento cultural: trabajo-casa, casa-trabajo… Todo bien empaquetado y rápido. ¿Y por qué matadero? Porque nos acaba matando la creatividad, la ilusión, la espontaneidad, la vida…
–Sin embargo, tú no hablas de felicidad sino de bienestar…
–No hablo de felicidad porque se ha prostituido mucho ese término, se ha hecho demasiado comercio con él y, en el fondo, acaban siendo títulos, titulares, hashtags, palabras, lenguaje… Y por lo tanto detrás hay la ideología de los trending topics, intereses y corrupción para controlarnos: “Sé feliz en cinco minutos”, “no te olvides de sonreír siete veces al día”… Otra vez la falsa moneda de una sola cara. Yo no sé qué es la felicidad, el bienestar sí. Ahora mismo me siento bien. Eso sí que lo puedo medir, aunque sé que pasará.
–¿Es imposible disociar bienestar de sufrimiento?
–Creo que una cosa incluye la otra, después de uno viene el otro en mayor o menor grado. Todo forma parte del ser humano, lo de estar bien todo el día es una utopía. Sí que hay un dolor primario: “Esto me duele”. Y un dolor secundario: “No quiero que esto me duela”. Cuando no quiero que algo me duela y ya me está doliendo, ahí ya se ha generado algo psicológico de intentar controlar no sentir eso, y se añade más sufrimiento.
Ese sufrimiento que la cultura 1.0 y la Máquina promociona constantemente desde los “No deberías estar sintiendo eso”. Es cierto que intentar controlar es un gesto natural, es el hipercontrol o la voluntad de controlarlo todo, lo que se convierte en dañino.
–¿El secreto de la felicidad es aceptarse?
–Aceptación es otro término que se usa con tanta facilidad…: “Acéptalo”, “suéltalo”, “déjalo ir”… ¿Qué es eso? Si exige prisa no puede ser verdad. Aceptarse es un camino que dura toda la vida. Quizá en 5 o 10 años estaremos más en modo aceptación que ahora, pero aceptarlo todo…, no lo tengo claro. Mi sistema nervioso, no lo acepta todo de igual grado, tiene preferencias. Por eso hay que ver cómo se simplifica con la palabra aceptación.
Hay cosas que no puedo aceptar a día de hoy. Aceptar es un proceso de darme cuenta que la única manera sostenible a medio plazo es la convivencia y la cooperación con lo que no estoy de acuerdo o no me gusta. Ocurre tanto a nivel psicológico con uno mismo, como a nivel macrológico como por ejemplo en geopolítica. El camino es idéntico, toca pactar y encontrar acuerdos conmigo y con el otro para una mejor convivencia común. Es lo mismo y lo único que funciona a medio plazo.
–¿Qué crees que pasaría si todas las personas complacieran las necesidades del niño interior?
–No es posible eso, para ser un ser civilizado debemos aprender a frenar el impulso y acabamos reprimiendo (hiriéndonos). Además, se sabe que la tendencia del ser humano a la manipulación es innata. Entonces, no existe la isla perfecta, el Edén, el el Dorado… Mientras estemos vivos entraremos en conflicto.
El tema es: ¿voy a tratar de vivir el conflicto lo más amable y cariñosamente posible conmigo y con el otro? ¿voy a montarme en ese conflicto y liarla más? o ¿voy a intentar que no haya conflicto y evitarlo todo el rato? Esas son las opciones. En la primera hay más calma y profundidad a medio y largo plazo. Aunque las tres van a ir conviviendo, somos humanos. Ojalá un día nos lo permitamos, ser quien somos de verdad y nos dejemos en paz. No somos robots.
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