En la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos), los investigadores han desafiado la creencia de que los seres humanos estamos genéticamente programados para ser egoístas. En realidad, hay evidencias de que hemos evolucionado para volvernos más compasivos y colaborativos en nuestra búsqueda por sobrevivir y prosperar, asegura el investigador Dacher Keltner.

Además, el amor y la cooperación también existen en el mundo natural. En el estudio realizado en Berkeley, los científicos observaron mediante escáneres cerebrales que recibir un dinero o donarlo a una entidad benéfica era igualmente satisfactorio. Y cuando se anteponen los intereses de los demás a los propios, se activa una parte primitiva del cerebro que suele «encenderse» en respuesta a la comida o el sexo. Practicar la generosidad es, por tanto, una necesidad básica.

Cuidar a los demás nos ayuda a sobrevivir como especie

"Debido a que nuestra descendencia es muy vulnerable, la tarea fundamental para la supervivencia humana y la replicación de genes es cuidar de los demás", afirma Keltner, codirector del Centro de Ciencias Greater Good en la Universidad de California en Berkeley. "Los seres humanos hemos sobrevivido como especie porque hemos desarrollado las capacidades para cuidar a los necesitados y cooperar", añade.

Estas ideas suenan muy contradictorias con la teoría darwiniana de la "supervivencia del más apto". Sin embargo, lo cierto es que el propio Charles Darwin menciona 99 veces el concepto "benevolencia" en su obra El origen del hombre y la selección en relación al sexo. Concluyó que el amor, la simpatía y la cooperación también existen en el mundo natural. Pueden encontrarse ejemplos increíbles, como el pelícano que proporciona pescado al compañero ciego. "Como supuso Darwin hace mucho tiempo, la simpatía es nuestro instinto más fuerte", dijo Keltner.

La generosidad actúa sobre los centros del placer

Según el estudio, la práctica de la donación afecta dos sistemas de "recompensa" del cerebro que trabajan juntos: el área tegmental ventral del cerebro medio, que también es estimulado por la comida, el sexo, las drogas y el dinero; así como el área subgenual, que se estimula cuando los humanos ven bebés y parejas románticas.

Al ser generosos con los demás, sentimos una emoción positiva, una alegría, que tiene una base biológica en el cerebro. Por lo tanto, el altruismo no tiene que luchar contra el egoísmo para imponerse, no es un comportamiento ético que tenga que sobreponerse a unos condicionantes genéticos. El altruismo está programado en el cerebro y resulta placentero.

El experto en voluntariado Allan Luks ya habló hace 20 años del "subidón del ayudante", para referirse al sentimiento de euforia que experimentamos cuando ayudamos a otras personas. En un artículo de 1988 para Psychology Today, Luks analizó los efectos físicos experimentados por más de 1700 mujeres que trabajaban como voluntarias con regularidad. Los estudios demostraron que un 50 por ciento de los que ayudaron informaron sentirse "elevados" cuando ayudaron a otros, mientras que el 43 por ciento se sintió más fuerte y con más energía.

En otras palabras, el subidón que experimenta la persona que ayuda es un ejemplo clásico del sistema de recompensas incorporado por la naturaleza para aquellos que ayudan a otros.

Un político podría preguntarse si pagar impuestos también debería resultar tan satisfactorio. Los economistas Bill Harbaugh y Daniel Burghart, y el psicólogo Ulrich Mayr, todos de la Universidad de Oregón, exploraron las diferencias en la actividad cerebral cuando las donaciones eran voluntarias u obligatorias. Se confirmó que una donación voluntaria producía el "brillo cálido" de la química cerebral de la recompensa, pero este "brillo" era menor cuando la aportación al banco de alimentos era descontaba sin permiso de la cuenta corriente.

Ser generoso reduce el dolor y la depresión

Otra investigación quiso comprobar si la generosidad produce efectos físicos beneficiosos en el cuerpo. Para ello, se capacitó a personas con esclerosis múltiple para brindar apoyo por teléfono durante 15 minutos al mes a una persona con esclerosis múltiple. Estas personas ayudantes demostraron sentirse más seguras de sí mismas, tener mejor autoestima y menos depresión que otros pacientes con esclerosis múltiple. En un estudio similar, las personas con dolor crónico que asesoraron a personas con condiciones similares experimentaron una disminución en sus propios síntomas de dolor y depresión. Los expertos llaman a esto el principio del "sanador herido": ayudar tiene un tremendo beneficio para quienes lo necesitan y para los propios ayudantes.