La vida es un viaje a través del tiempo y el espacio. Con sus buenos y malos momentos de los que siempre podemos aprender. Ese viaje normalmente supone permanecer en la tierra durante "cuatro estaciones": primavera-infancia, verano-juventud, otoño-madurez, invierno-ancianidad. Tenemos así la ocasión de experimentar el mundo desde diferentes perspectivas.
Nuestro cuerpo es el vehículo que utilizamos en ese viaje y, aunque tiene la capacidad de regenerar sus células y repararse a sí mismo, el paso del tiempo lo va desgastando y, al final, debemos abandonarlo.
¿Pasa el tiempo o pasamos nosotros?
¿Es el tiempo algo real o puramente subjetivo? Estas preguntas han suscitado diversas respuestas por parte de filósofos y científicos. La física lo ha interpretado de distintas maneras: el tiempo absoluto newtoniano, el relativo einsteniano, el cuántico y sus paradojas.
Decía el filósofo Kant que el tiempo y el espacio son "formas a priori de la sensibilidad", es decir, algo previo a las experiencias propiamente dichas, sin lo cual no podrían darse. En realidad, poco sabemos de ambos principios: el tiempo y el espacio son intangibles, no pueden percibirse como objetos, aunque podamos calcular un volumen o medir la duración de un movimento.
En nuestra experiencia corriente, el espacio es el recipiente invisible donde están las cosas y nosotros mismos, mientras el tiempo actúa como una misteriosa energía que nos impulsa siempre hacia delante.
Pero su verdadera naturaleza se nos escapa. Al igual que el espacio geométrico está formado por "puntos" que no ocupan lugar, el tiempo es una sucesión de "instantes" que en sí mismos no tienen duración pero que la mente ensambla creando sensación de continuidad.
El tiempo cualitativo
Solemos creer que tiempo y espacio son algo inerte y mecánico. Es cierto que el tiempo cronológico que marca el reloj –reflejo de los movimientos astronómicos– es constante y puede calcularse con precisión. Pero este aspecto cuantitativo debe completarse con una visión cualitativa de la temporalidad.
Tanto el espacio como el tiempo difieren según sea su "contenido". No es lo mismo permanecer en un jardín soleado que en un sótano sombrío, en la montaña que en el mar. Incluso la orientación de edificios o habitaciones implica diferentes cualidades, positivas o negativas, según las antiguas ciencias del feng-shui, de la China, y del vastu, de la India.
Tampoco la cualidad del tiempo es la misma en nuestra época que, por ejemplo, en la Roma clásica. Ni sentimos que pasa a igual velocidad si estamos tristes que si estamos contentos.
Cuando visitamos una ciudad y pasamos de la agitación de las calles con tráfico a la zona peatonal del barrio antiguo, la vivencia del tiempo cambia sensiblemente. Hay mayor sensación de paz y el tiempo se vuelve más lento, aunque los relojes marquen la misma hora.
Es igualmente cierto que no vivimos el paso del tiempo de la misma manera en todas las épocas de la vida: se siente más lento en la infancia, llena de posibilidades, que en la vejez, cuando el pasado prima sobre el futuro; al igual que tenemos la sensación de que el amanecer es más lento que el atardecer.
Asimismo, la vivencia del tiempo es diferente según los sexos. Lo masculino (solar) tiende a proyectarse en el futuro y calcula en años, mientras que el enfoque femenino (lunar) cuenta los días, atiende más al presente cotidiano y transmite las tradiciones familiares del pasado.
También cada raza o cultura tiene su manera de vivir el tiempo, y en el medio rural se siguen más de cerca los ritmos lentos de la naturaleza que en la ciudad.
Vivir el presente
Realmente solo existe el presente, desde donde podemos recordar el pasado e imaginar el futuro. Más aún, como dijo Gaston Bachelard: "El tiempo no tiene sino una realidad, el instante".
Se habla en consecuencia de vivir el presente, de aprovechar las buenas cosas que se nos van justamente presentando. Pero no resulta tan fácil disfrutar del "aquí y ahora". Tenemos tres posibles maneras de hacerlo, tres grados de profundización cabría decir.
- "Vivir el presente" en el sentido de no hacer planes ni de preocuparse por el mañana. Se trata de ir adaptándose, sin dramatismo, a las vicisitudes que se presentan en el día a día.
- "Vivir en el presente" quizá de una forma más madura, rindiéndose a la evidencia de que solamente tenemos el ahora, pero sin dejar de planificar ni olvidar a los que nos precedieron y a los que nos seguirán.
- "Vivir desde el presente" implica entrar en una dimensión más espiritual del tiempo, un acercamiento al centro inmóvil desde donde se despliega la cambiante realidad exterior.
Conecta con tu ser esencial
Podríamos decir que la vivencia del tiempo varía según nos situemos más próximos o alejados respecto a nuestro ser esencial. Todo va muy deprisa en nuestra sociedad: los medios de comunicación, los transportes, la economía. Sin embargo, la rapidez que conlleva nuestra tecnología actual no solo no logra vencer la barrera del tiempo sino que nos hace más vulnerables a los aspectos negativos de la temporalidad.
Son rasgos típicos de nuestra cultura globalizada: la esclavitud del reloj, la agitación, el atender solamente a lo inmediato, el gusto por la novedad, el cambio por el cambio.
Los marineros respetan el mar sobre el que navegan e incluso sienten cierto temor reverencial hacia sus profundas aguas. Parecido respeto han sentido los diversos pueblos de la humanidad en relación al tiempo.
Sabían que su energía es necesaria para construir el mundo en el que vivimos, pero no ignoraban que también conlleva una posible actividad destructora de la que conviene resguardarse en lo posible. Es conocida la imagen mitológica, pintada por Goya, de Saturno –dios del tiempo– devorando a sus hijos.
La "caída en el tiempo", bastante frecuente en la actual sociedad, supone, por ejemplo, confundir lo antiguo con lo viejo, olvidando que hay valores perennes. El culto a la juventud y la falta de respecto hacia los ancianos derivan de tal actitud.
Rozar la eternidad
Hay una relatividad del tiempo, por más que las horas y los días se nos antojen siempre iguales. Afirmaba Platón que "el tiempo es una imagen móvil de la eternidad". Su movimiento cíclico, que se aprecia incluso en la forma esférica de los relojes, así lo deja entrever. Todo final es así un nuevo comienzo.
¿No será que el tiempo forma parte de la eternidad, al igual que las cambiantes olas se mueven en el seno del gran océano? Por eso hay experiencias en la vida que de alguna manera se sitúan fuera del tiempo. Una habitación tranquila en la que una madre da de mamar en silencio a su hijo o le canta una nana para que se duerma, se vuelve un tiempo y espacio sagrados. La imagen de un misterio a la vez humilde y profundo: el de nuestra humanidad.
Raimon Panikkar creó un neologismo, "tempeiternidad", para nombrar esos momentos en los que un destello del espíritu ilumina de repente nuestra vida cotidiana. Porque, siguiendo sus razonamientos, "la eternidad no viene después del tiempo, ni existía antes".
Cultivar momentos sagrados
Así como hay espacios sagrados (templos, santuarios naturales) donde la presencia del espíritu se hace más evidente, en el transcurso del tiempo hay momentos en que ciertas influencias espirituales se manifiestan con mayor intensidad. Puede ser en situaciones astronómicas especiales (solsticios, equinoccios, fases lunares, posiciones planetarias) conocidas por la astrología de las civilizaciones antiguas y que perviven en festividades de nuestro calendario.
El domingo, "Día del Señor", invita al descanso, pues simboliza el centro inmóvil. También pueden ser momentos sacros los dedicados a meditar, orar, peregrinar… Y es posible sentir la presencia de lo inefable en instantes de la vida corriente que parecen situarse fuera del tiempo ordinario.
La quietud interior
En algunos relojes de sol puede leerse una inscripción referida a las horas que dice: "todas hieren, la última mata". Pero el tiempo no solo implica sufrimiento, también permite todas las cosas bellas que podemos contemplar y construir, la posibilidad del amor, la familia y los amigos, la ayuda entre los seres humanos…
Es inevitable que a menudo cueste conciliar los aparentes aspectos positivos y negativos del tiempo. Todo depende del punto de vista en el que nos situemos:
- El cuerpo físico está condicionado por el espacio y el tiempo (ocupa un lugar y tiene una duración preestablecida);
- El alma no está limitada por el espacio (con la imaginación, o en sueños, podemos desplazarnos a lugares remotos en un instante), pero sí por el tiempo (el pensamiento y las emociones suponen un proceso psicológico que implica duración);
- El espíritu trasciende el tiempo y el espacio,situándose en un presente eterno.
Amor y humor, dos actitudes que nos liberan del tiempo
Ciertas actitudes y sentimientos pueden ayudar a vivir más en el presente y a aceptar con gratitud el paso del tiempo.
Hay una secreta etimología latina de la palabra amor: amors, "no muerte" Frente a los cambios físicos y el sufrimiento psicológico que el paso del tiempo puede ocasionar, el amor constituye un bálsamo e incluso una suerte de antídoto.
Cuando amamos, la experiencia de lo vivido adquiere un sentido especial. Como si la entropía física fuera de algún modo vencida y una energía sutil y luminosa guardara esos momentos de forma indeleble. Por eso es bueno sentir amor, en la medida que sea, no solo hacia quienes tenemos afecto natural (familiares y amigos), sino también hacia personas que no conocemos (especialmente niños y ancianos), animales, plantas o incluso lugares y objetos.
No se trata de amor pasional, claro, sino de una mezcla de aprecio, respeto, complicidad y cariño. Primero hay que ejercitarse, pues el ego no está interesado en ello, pero luego puede convertirse en una actitud espontánea que hace la vida curiosamente más placentera. No es tiempo perdido aquel en el que se ama.
El sentido del humor
También el sentido del humor nos libera por así decirlo de las ataduras del tiempo. Con alegría y un poco de sana ironía se alivian las penas, y los problemas parecen menos graves. Reírse a veces de las situaciones absurdas que a menudo suceden –como hacen los chistes o películas cómicas– es una manera de tomar distancia respecto al mundo exterior y el miedo a lo imprevisto, incluso a la muerte.
Reírse, también de uno mismo, es bueno para la salud y alivia del peso del exceso de seriedad, del "sentido trágico de la vida" que a menudo cultivamos.
Reconocer que el paso del tiempo es real y a la vez ilusorio puede añadir algo de sosiego a la angustia existencial que todos padecemos en la medida que sea. No es fácil aceptar sin inquietud las pérdidas materiales que el paso del tiempo puede provocar.
Pero el contento y la calma interior nos devuelven a una posición de equilibrio en la que se atenúa el sufrimiento y se puede vivir en paz con uno mismo y con los cambios que conlleva la vida. No podemos modificar el tiempo exterior, pero sí el interior o psicológico.
Un antiguo poema chino expresa bellamente esa paradoja. Las muchachas de otro tiempo están sentadas en un bosquecillo y dicen: "Creemos que somos viejas, que nuestros cabellos son blancos y que nuestros ojos no tienen el resplandor de la luna nueva. Pero no es así. El único culpable es nuestro espejo, empañado de invierno. Él es quien pone nieve sobre nuestros cabellos y deforma nuestros rasgos. El invierno solo reina en nuestro espejo".