En nuestra cultura de raíces judeocristianas hemos sido educados para dar. Las religiones enseñan a servir al prójimo y, cuando entramos en el mundo laboral, somos medidos según aquello que podemos aportar. Tal como decía un médico al que escuché en una conferencia reciente, “somos lo que entregamos”.
Damos nuestro tiempo a nuestra familia y amigos, a nuestros clientes o empleadores. Damos nuestro dinero para tener un lugar donde vivir, para pagar facturas, para mantener un determinado estilo de vida. Damos, en suma, nuestra energía vital según lo que se espera de nosotros y lo asumimos como algo natural y necesario.
Cuando se trata de pedir, en cambio, nos asaltan toda clase de dudas y temores. Si necesitamos algo que no tenemos, nos cuesta pedirlo o incluso no llegamos nunca a hacerlo. También en el ámbito personal, muchas parejas y amigos rompen porque no supieron pedir en su momento, de manera adecuada y respetuosa, aquello que necesitaban. A menudo lo expresan cuando ya es demasiado tarde y la relación se ha convertido en un intercambio de reproches. ¿A qué se debe esta disfunción? ¿Por qué nos resulta tan difícil pedir?
La mejor manera de solicitar ayuda
Como cualquier otro arte, solicitar ayuda es algo que necesita de práctica y buen criterio. Veamos algunos aspectos a tener en cuenta:
- Elige bien la ocasión de pedir. Es cierto que a casi todo el mundo le gusta dar, pero una persona que pide ayuda repetidamente acaba resultando cargante y será percibida como aprovechada o dependiente. Por eso hay que escoger bien lo que pedimos y por qué lo pedimos. Tiene que ser una ayuda puntual y no un hábito. Por eso la razón debe ser de peso.
- Asegúrate de que no es algo que puedes hacer tú. Para que la ayuda que recibimos tenga un valor que dignifique al otro, no puede ser algo al alcance de uno mismo que no se ha hecho por falta de tiempo, por desorganización o por comodidad. La verdadera colaboración se da entre personas que tienen talentos distintos.
- Escoge bien al donante. Tan importante como escoger la ocasión es determinar la persona que puede prestarte ayuda. Es desaconsejable recurrir a quien nos hará el favor con una sinfonía de quejas o reproches, con lo cual lo que ganamos por una parte lo pagamos en serenidad.
Tampoco debemos recurrir a quien pedirá antes o después una contrapartida, ya que puede utilizar su acto generoso para comprometerte más adelante en algo que no deseas hacer.
- No debe sonar como una imposición. Es agresivo e injusto que el otro se vea obligado a hacer lo que le pedimos, sea porque lo estamos poniendo contra la pared o porque se lo reclamamos a cambio de favores pasados. La elegancia en el arte de pedir es dejar la decisión en manos de la otra persona, sin consecuencia alguna si finalmente no accede. Debemos poner en claro la libertad del otro, antes incluso de formular nuestra petición.
- Evita caer en un círculo vicioso: que no sea una costumbre. Como decía Paracelso, “el veneno está en la dosis”. Pedir ayuda una vez es un acto de confianza entre dos personas, pero si se convierte en algo repetitivo y endémico, provocaremos un desequilibrio que no favorecerá a ninguna de las partes. No olvides que alguien que siempre está pidiendo dinero o que solo sabe contar problemas acaba cansando incluso a su círculo más íntimo.
- Compensa la balanza. Si no puedes devolver el favor a la misma persona, la mejor manera de equilibrar tu pequeño universo es hacer tu propia aportación a alguien que te necesite. No hay ninguna ley que diga que dar y recibir se tenga que dar entre los mismos actores.
Puedes recibir una ayuda muy valiosa de alguien y compensarlo con un gesto hacia alguien distinto que, en este momento, necesita de tu asistencia.
- Agradece de corazón, pero sin abrumar. Si la ayuda que nos prestan es justa y adecuada, la otra persona se sentirá ya muy satisfecha de ser útil a alguien que aprecia. Dar las gracias de forma breve y sencilla es el colofón perfecto, no es necesario exagerar nuestra gratitud, ya que con ello podemos acabar generando incomodidad.