El otro día, mi mujer pidió a nuestra hija pequeña, Céleste, de 11 años, que ordenara su habitación y se deshiciera de algunas cosas: “Está llena de juguetes que no usas. ¿No quieres que regalemos algunos? Así tendrías más sitio”.
Céleste empezó a elegir. Pero una hora más tarde, cuando fui a ver cómo iba, ¡no había avanzado apenas!
“Vaya, papá, ahora que he cogido estos viejos juguetes, me he acordado de un montón de cosas de antes. Y me he puesto un poco triste: me doy cuenta de que me he hecho mayor y de que todo era muy divertido cuando era pequeña…”
Céleste estaba pasando por la experiencia de la nostalgia. Me retiré de puntillas, dejándola con sus muñecas, los ositos de peluche, las cajas de juguetes… y su estado de ánimo.
¿En qué consiste la nostalgia?
La nostalgia es la mezcla en nuestro interior de la dulzura y el dolor de los recuerdos. Es así un estado de ánimo típico: discreto, tenaz, sutil.
Mezcla lo agradable (nos acordamos de los buenos momentos) y lo desagradable (nos encontramos tristes, a veces desesperados, porque esos buenos momentos forman parte del pasado).
La nostalgia es como una proyección íntima y melancólica de una película con instantes de nuestra vida pasada: nos acordamos, sonreímos, pero sufrimos un poco también por el hecho de que ya solo sean imágenes y recuerdos.
La nostalgia tiene una cara positiva, la que nos motiva a pasar a la acción y nos impulsa a llenar el presente de buenos momentos.
El estado de ánimo de la nostalgia es muy antiguo, acaso eterno: aparece, por ejemplo, en la Biblia, en el salmo 137, el cual inspiró la famosa canción rasta Rivers of Babylon, que narraba la nostalgia de los hebreos deportados en Mesopotamia. Y contaba también lo importante que era para ellos y para su sentimiento de identidad el hábito de cultivar el recuerdo del pasado, aunque este fuera doloroso y melancólico.
Hoy, la palabra nostalgia se usa igualmente para describir ese vínculo sutil con el pasado, no solo en relación con lugares (la casa o el colegio de nuestra infancia) sino también respecto a momentos más o menos precisos (las comidas familiares del domingo) o a ciertas relaciones (amistosas o amorosas).
Naturalmente, la nostalgia reúne a menudo todos esos elementos: al recordar nuestra infancia, nos vienen a la memoria tanto los lugares como los momentos.
¿Cómo nos ayuda la nostalgia a ser más felices?
Durante mucho tiempo, se han acentuado sobre todo los aspectos negativos y sombríos de la nostalgia: la tristeza, el repliegue, la dificultad para aceptar y vivir el presente… Pero hoy existe un interés por sus dimensiones positivas, pues, al menos en sus formas normales, conlleva numerosos beneficios:
- Permite el uso y el refuerzo de la memoria a través de los recuerdos felices.
- Puede incitarnos a emprender acciones que reactiven esos recuerdos. Por ejemplo, tras haber pensado en mi infancia, puedo llamar a los amigos del colegio, visitar mi región natal, retomar los cursos de piano…
- Nos ayuda a saber mejor quiénes somos, a centrarnos en nosotros, a reconectarnos con esos momentos importantes del pasado que nos han formado.
- Nos enseña a aceptar la dimensión calmadamente trágica de la vida: el tiempo que pasa y no vuelve (o que no vuelve como era antes).
Por todo ello, la nostalgia puede aumentar nuestra comprensión de la felicidad: la vida discurre deprisa y la desaparición de los momentos felices pasados no debe incitarnos a lamentarnos (nostalgia negativa) sino a saborear aún más el presente (nostalgia positiva).
La nostalgia en la investigación psicológica
Un interesante y conmovedor estudio demostró cómo el registro de la nostalgia puede ayudarnos a acrecentar nuestra comprensión de la vida.
Los investigadores pidieron a varias personas que habían enviudado hacía seis meses que evocaran al cónyuge desaparecido. A unas cuantas esto solamente les provocó tristeza. Pero a otras les desencadenó también la nostalgia: llegaban a sonreír sinceramente durante la exposición, recordando los buenos momentos pasados en su compañía.
Hablar de los buenos recuerdos no los hacía felices, puesto que se hallaban en duelo, pero les permitía sentir un poco de felicidad en su tristeza, lo que caracteriza los recuerdos nostálgicos.
La investigación no acabó en eso; al cabo de dos años pudo comprobarse que a quienes les iba mejor era, precisamente, a aquellas personas que habían podido sonreír evocando al cónyuge fallecido: dicho de otro modo, a aquellas en que la tristeza se había coloreado de nostalgia.
Cuando la nostalgia es inútil
A pesar de estas ventajas, la nostalgia, como todos los estados de ánimo, puede conllevar ciertos peligros.
Las nostalgias que aparecen, por ejemplo, en el marco de tendencias depresivas suele desembocar en una continua reflexión sobre el pasado tan estéril como dolorosa.
Así, si pedimos a pacientes aquejados de depresión que piensen en los buenos momentos de su pasado, solo lograremos agravar su tristeza, pues se concentrarán en la dimensión negativa de la nostalgia: en el hecho de que esos momentos felices sean ya pasado y que –en su lógica depresiva– no volverán.
Para las personas con un temperamento triste y melancólico, la nostalgia puede alentar una idealización del pasado, provocando su sufrimiento en el presente: es el registro del “antes todo era mejor”, clásico en las personas mayores, nostálgicas de su juventud y de los “buenos viejos tiempos”.
El camino para salir de la nostalgia – deliciosa si es transitoria, pero peligrosa si se eterniza– es reflexionar un poco sobre ella y clarificarla.
Si se queda en el “deseo de algo que no sabemos bien qué es”, como la definía Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, caminaremos a tientas a la hora de tomar decisiones.
Pero si comprendemos su mensaje de que “lo que cuenta en nuestra vida es la alegría” y, gracias al impulso y a la energía de la nostalgia, nos volvemos hacia el presente (nuestra vida es aquí y ahora) y hacia la acción (vivir de nuevo momentos felices), entonces la nostalgia nos habrá ayudado profundamente.