Hace mucho que sé que el gran compromiso y responsabilidad de los que trabajamos a favor de la salud mental es enfrentarnos y vencer al enemigo planteado desde un sinfín de frentes en la sociedad contemporánea, la tendencia al aislamiento y el culto al individualismo excluyente.
El desafío planteado se nos hace no solo importante, sino de alguna manera urgente, ya que contemplamos a nuestro alrededor al hombre y la mujer comunes sometidos a las pautas dictadas por una sociedad centrada en el consumo que parece dirigirlos justo en la dirección opuesta.
Veo a mi alrededor la progresiva desaparición de lugares para encontrarse, espacios y tiempos para debatir ideas, excusas para juntarnos y compartir, momentos para reunir fuerzas y hacer más efectiva nuestra lucha, la personal y la de todos, cualquiera que sea.
En su pronóstico mundial para los próximos años, algunos especialistas han afirmado que la desigualdad, en términos de ingresos y de acceso a la educación, se ha transformado en la mayor amenaza mundial para el futuro inmediato global, poniendo en alerta roja la paz y el desarrollo de todas las comunidades del mundo, aun en los países más desarrollados.
¿Cómo se reparten los recursos?
Aunque en un principio tendemos a identificar lo justo con lo equitativo, a la hora de profundizar en las definiciones de ambos conceptos, aparece claramente la diferencia entre ellos: la justicia tiene que ver con la idea de que cada quien reciba lo que merece, lo que le corresponde, lo que es suyo; la equidad, en cambio, propone darle a todos lo mismo, más allá de su merecimiento, correspondencia o necesidad.
A medida que evolucionamos, individuos y sociedades comprenden que lo equitativo no necesariamente es justo, y vamos aceptando y defendiendo el premio justo que reciben “inequitativamente” aquellos más capaces, más trabajadores, más dotados o más consecuentes y comprometidos con sus objetivos.
Nuestra mente racional avala esa búsqueda de justicia, aunque en el fondo de nuestro corazón, reclamamos, con una frescura irracional, una distribución más equitativa de bienes y males. En la cultura de valores más que materialista, propuesta por la sociedad de mercado en Occidente, encontramos lógico y razonable que las personas con más talento, los que se esfuerzan más en su trabajo y los que movidos por su ambición asumen riesgos económicos sustanciales sean recompensados con mayores ganancias y abundancia de bienes y gran prosperidad.
Esta lógica hace aparecer las diferencias entre los que tienen mucho y los que poco tienen como algo justo, pero ¿lo es?... Y en todo caso, ¿adónde nos conduce ese camino?
La desigualdad sigue creciendo
Los analistas mundiales nos advierten de que la concentración de riqueza y la desigualdad brutal de ingresos amenaza con multiplicar enormemente los problemas sociales, ya que impide la reducción de la pobreza al permitir que los mejor acomodados se apoderen de las políticas de gobierno, favoreciendo sus propios intereses a costa de los de la mayoría.
Se hace necesario comprender que, si bien esta situación puede ser comprendida y justificada según el concepto de premiar el desempeño, el rendimiento y el aporte de cada ciudadano, trabajador o individuo, sigue siendo absolutamente injusto que en nuestra sociedad no haya un equitativo reparto de recursos y una objetiva igualdad de oportunidades.
Dado el nivel de concentración de la riqueza, la monopolización de oportunidades supone una tendencia grave y preocupante (más de la mitad de la riqueza mundial está en manos del 5% de la población, que son al mismo tiempo las personas que tienen acceso al 90% del crédito y al 85% de las oportunidades educativas, laborales y sociales).
La mayoría de nosotros somos testigos partícipes de leyes y normativas que perpetúan la desigualdad de la que venimos hablando. Y en este sentido, aunque nos duela admitirlo, somos un poco responsables del hecho de que, hoy por hoy, siete personas de cada diez en el mundo, vivan (o sobrevivan) sin techo, sin acceso a agua potable o sin tener qué comer más allá del día veinte de cada mes.
No hablamos aquí, bueno sería aclararlo, de defender o atacar un determinado modelo económico y mucho menos de hacer apología de una determinada ideología de izquierda, de centro o de derechas. Hablamos de que debe haber algo que cada uno de nosotros podría y debería hacer.
Se trata en el fondo de un darse cuenta. De tomar definitiva consciencia de que todos nosotros pertenecemos a un mismo grupo: la humanidad; y de que por esa razón es absolutamente justo (y necesario) un equitativo reparto de iguales oportunidades, especialmente en las áreas de educación, salud, alimentación y cuidados primarios. Es decir, una acción inmediata y global congruente con la necesidad de trabajar en equipo.