Leí hace unos años que “el siglo XXI sería el siglo de la medicina de la luz y el sonido”. Una cita que, en un principio, podría parecer una afirmación esotérica pero, si reflexionamos un instante, nos daremos cuenta de su veracidad.
Una reciente disciplina, la optogenética, investiga cómo puede ser capaz la luz de controlar y dirigir eventos específicos en las células o los tejidos. Una de sus aplicaciones, ya experimentada en ratones, sería la de “desconectar” o inhibir determinadas zonas cerebrales, por ejemplo, aquellas que se sobreexcitan ante un ataque epiléptico. Y, desde hace décadas, la luz en forma de láser es habitual en muchas aplicaciones médicas.
El simple acto de escuchar música origina cambios bioquímicos en el cerebro que afectan a los neurotransmisores y a la interconectividad entre diversas áreas cerebrales.
También la música, ya sea como una simple intervención musical o gestionada en directo por un musicoterapeuta profesional, ha dejado de ser una falacia y se ha introducido en los centros hospitalarios respaldada por la evidencia científica que constata sus beneficios en una diversidad de ámbitos, desde neonatología hasta geriatría, con multitud de aplicaciones que facilitan y mejoran la calidad de vida.
Cómo escucha el cerebro
El sonido es el resultado de la percepción cerebral de cambios de la presión atmosférica del aire, dentro de unos márgenes teóricos de ritmo de variación de 20 Hz a 20.000 Hz. Los ultrasonidos son vibraciones de la misma naturaleza pero de frecuencias superiores a las audibles. No las podemos oír porque el tímpano es incapaz de vibrar a dicha velocidad.
Son ampliamente utilizadas en medicina: disolución de cálculos, ecografías, rehabilitación, etc. Las más recientes, basadas en la tecnología High Intensity Focal Ultrasound (HIFU), incluyen, con buenos resultados, el tratamiento de tumores.
Produce cambios bioquímicos
El simple acto de escuchar música ya origina unos cambios bioquímicos en el cerebro que afectan a niveles de neurotransmisores y a la interconectividad entre las diferentes áreas del cerebro.
Aunque parezca lo contrario, no estamos inventando nada. En todo caso reinventando, a la vez que desterramos ciertos mitos gracias a las posibilidades que ofrecen los avances en las técnicas de exploración cerebral que permiten observar qué ocurre y cómo responde el cerebro ante estímulos musicales.
Pero no hay que olvidar que el remedio milagroso no existe. La música es una alternativa, una opción más, con enormes ventajas pero, como cualquier otra terapia o fármaco, también con sus limitaciones.
Como suelo decir, “la música no es mágica pero tiene magia, y la neurociencia nos ayuda a descubrirla”.
Ayuda a centrar la atención
Hay quien considera que es imposible concentrarse con música y, por otro lado, muchos padres hemos observado que nuestros hijos adolescentes no pueden concentrarse sin la música a tope en sus auriculares. ¿Es posible?
En principio, con menos estímulos externos, el cerebro podrá dedicar más energía y concentración en la tarea que esté realizando. Pero, ¿y si no estamos motivados para iniciar dicha tarea? La música, preferiblemente instrumental para que involucre a menos áreas cerebrales, puede proporcionar esa motivación para iniciar algo que requiere esfuerzo.
Sigamos nuestra intuición. Quizás un blues o jazz me estimule para comenzar, y al cabo de unos minutos prefiera la banda sonora de mi película favorita, alguna obra de Mozart u otro autor clásico. Aunque, ¿por qué no unos minutos de silencio?
Según nuestro estado cognitivo, una u otra música (o silencio) podrá ser la más adecuada. Recuerdo la respuesta de un físico investigador de mecánica cuántica, Maciej Lewenwstein, cuando le preguntaron: “¿Cómo se concentra en sus investigaciones?”, a lo cual respondió, “Música. Puedo concentrarme perfectamente escuchando free jazz o rock”.
Relaja y baja el ritmo respiratorio
Podemos acompañarnos con música para desconectar del estrés cotidiano o alcanzar otros estados de consciencia.
- Una opción es reproducir ambientes sonoros naturales, como el atardecer de un bosque o el fluir de un río.
- Si elijo una obra musical, es preferible que sea instrumental, armónica y predecible, que no suponga ningún esfuerzo intelectual, con un ritmo sencillo y un tempo inferior al de mi tasa cardiaca. Con ello, disminuye el ritmo respiratorio y ayuda a relajarse.
Reduce la ansiedad y el estrés
En el uso médico de la música, debemos diferenciar entre una intervención musical (una simple escucha, grabada) y la que es ejecutada en directo por un musicoterapeuta profesional. A través de técnicas específicas es posible actuar sobre determinadas disfunciones, ya sean de movilidad, cognitivas (memoria, atención), de lenguaje (afasias de Broca principalmente), además de reducir la ansiedad, el estrés, mejorar la depresión (especialmente a través del canto) e incluso aportar la paz espiritual necesaria durante los últimos instantes de vida (en paliativos).
Los estudios sobre los efectos de la música apuntan su influencia en los genes relacionados con la producción de dopamina, la neurotransmisión y la plasticidad.
Las principales ventajas del uso de la música, correctamente aplicada, es que apenas hay efectos secundarios y facilita la relación social cuando se trabaja en grupo, lo cual es de gran importancia en las demencias. Las personas que siguen esta terapia suelen reducir la medicación prescrita, siempre de acuerdo con su médico, e incluso los días de estancia clínica.
Circunstancia que ya se comprobó a principios del siglo XX cuando el Dr. Kane observó la mejoría que experimentaban los heridos de la Primera Guerra Mundial, en el hospital de campaña, cuando eran amenizados por la música reproducida en los antiguos fonógrafos.
Efectividad avalada por la ciencia
Los beneficios positivos de la musicoterapia son reconocidos por las revisiones internacionales Cochrane. Estos estudios consisten en revisiones sistemáticas con metaanálisis, efectuados por grupos de investigadores, personal sanitario y usuarios de más de 100 países, que identifican, evalúan y sintetizan la evidencia basada en la investigación.
Los resultados otorgan a la musicoterapia su utilidad en lesiones cerebrales, insomnio, ansiedad, dolor y depresión, entre otras. Este reconocimiento científico facilita su implantación como opción terapéutica no invasiva y sin efectos secundarios en los hospitales.
Modifica la expresión de los genes
En un estudio llevado a cabo por un equipo de medicina genética de la Universidad de Helsinki, se eligió un concierto para violín de Mozart para que fuera escuchado, íntegramente (22 min) por 3 grupos: uno de músicos profesionales, otro grupo que mostró aptitudes musicales, y un tercero, sin aptitudes musicales. Los resultados mostraron cambios en especial en los grupos de músicos y de aquellos con aptitudes musicales.
Se observó una regulación positiva de genes relacionados con la producción de dopamina, con la neurotransmisión y la plasticidad. A su vez, se detectó una regulación negativa en aquellos genes relacionados con la muerte celular. El equipo de científicos continúa profundizando en la investigación para conocer la durabilidad de estos efectos.
El estudio realizado en la Universidad de Kyoto por el equipo del Dr. Kumeta también ha mostrado cómo el sonido afecta a la expresión de los genes en cultivos celulares de ratón, mediante distintas frecuencias, potencias y formas de onda. Los resultados han indicado una modificación de la expresión de determinados genes durante un tiempo mínimo de 4 horas. Queda aún por ver cómo se extrapolan estos resultados en el caso de los seres humanos.