Si mi directora-jefa supiera que escribir 21 líneas de este artículo me han tomado 35 minutos de reloj, una vez ya tenía pensado el contenido y solo me quedaba sentarme a teclear, pensaría que quizás... algo me pasa, que mi “productividad” se encuentra mermada por algún motivo.
Lo que ha ocurrido es que en estos 35 minutos “me han entrado” tres whats, un correo electrónico y una llamada, de los que mi dispositivo móvil ha dado cuenta puntualmente. De los tuits ni hablo (en el ordenador que uso para “trabajar” van directamente a la bandeja spam; en el móvil los borro de vez en cuando, la mayoría sin leer).
De los tres whats, he leído dos y contestado uno. El otro lo he descartado para leerlo más tarde. Lo mismo he hecho con el correo electrónico, al ver el asunto y el remitente, y la llamada simplemente no la he atendido.
Las interrupciones han existido, pero les he dedicado un tiempo “de mínimos”. ¡Puedo darme por satisfecho! Quería avanzar en la redacción del artículo y por eso “casi” no les he hecho caso. Por supuesto, no he abierto ninguna otra aplicación; no he buscado nada en Google (ni siquiera cómo se escribe alguna palabra que me produjo alguna duda), ni mucho menos he abierto mi Facebook; no tengo Facebook, creo.
Sin embargo... me ha costado retomar la idea central, de modo que el “algoritmo” neuronal que tenía “en el coco” ha tenido que ser revisado cada vez partiendo casi del inicio. Ha sido imposible retomar “la idea” en el punto exacto en que se encontraba cuando fue interrumpida.
¿Cuántos de estos 35 minutos he consumido en este ejercicio de reelaboración de lo que ya tenía pensado? No lo sé. Casi mejor. Solo sé que he tardado 35 minutos en total.
Obesidad y tecnología
Recuerdo un artículo –largo– de Jon Gabriel que trataba, desde una aproximación original, el tema de la obesidad. En algún momento decía algo parecido a lo siguiente (sin pretensión de ser literal): “Hace miles de años engordábamos o acumulábamos grasa porque, cuando llegase la carencia de alimentos, teníamos que tirar de esa reserva para disponer de calorías y poder correr para huir de un peligro o un depredador. Es ahora, miles de años después, que teniendo a mano todo tipo de alimentos todo el tiempo no tiene sentido acumular grasa y, sin embargo, aquella habilidad se nos ha convertido en epidemia: la obesidad”.
Me quedó esto: Ahora resulta que tenemos que enfrentarnos al problema de la obesidad porque hemos hecho de la virtud (o habilidad) el vicio (o defecto): aprendimos y ahora acumulamos sin necesidad. Es lo que constato cada vez que tengo que mudarme: ¿No acumulamos demasiados objetos, ropa, electrónica... que no vamos a usar, pero ocupa espacio y cajas?
Vuelvo al tema tras una interrupción tecnológica que me distrajo (tengo la aplicación Spotify puesta –la versión gratuita– y un anuncio me interesó): Me parece que hemos llegado al punto crítico de la obesidad en lo tecnológico o en la capacidad de procesamiento de información social. Que la información social se sume a la tarea por la que nos pagan da incluso un toque de modernidad a lo "Google enterprises" que dinamiza y hace confiable y más amable el trabajo y el trato con los compañeros.
Acabamos de inventar el “tecnoestrés” y, lo que es peor, ya hay quien se aventura a decir que uno de cada tres españoles está afectado o lo estará pronto por el estrés inducido desde la multitarea.
¿Que de qué hablo? ¿Te ha ocurrido alguna vez que teniendo prevista una tarea prioritaria o en medio de ella, sea trabajo o no, remunerada o no, ante la pantalla has tenido la necesidad de abrir una aplicación diferente a la que tenías pensada? No digo Facebook necesariamente. Hablo de “rechequear” compulsivamente el correo electrónico, abrir un sitio web cuyo interés es nulo en relación a esa tarea, ya no digo “pasar el antivirus” o abrir el blog sabiendo que estará como lo dejamos la última vez.
Parece que cada vez que “desconectamos”, aunque sea unos segundos, nuestras neuronas, mejor dicho las de la actividad principal, se desconciertan, pierden el oremus, el hilo del discurso. No pueden volver rápidamente al punto donde estaban y tienen que reandar lo que anduvieron... Todo va muy rápido, pero se cansan. Algunas incluso maldicen.
Encadenar interrupciones no tiene ninguna ventaja ni en lo personal ni en lo laboral. Nos hace menos eficientes, nos dispersa y nos confunde. He hablado con mis neuronas y hemos llegado a un pacto: hemos decidido escribir mis artículos por la noche de un tirón, sin interrupciones. Mis neuronas lo agradecen, están más contentas durante el día y descansan mejor por la noche.