¿Resistencia al cambio? ¡Véncela!

A menudo nos aferramos a viejas creencias y conductas, por inconsciencia, soberbia, desidia o tristeza. Revertir estas actitudes nos permitirá evolucionar.

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Con frecuencia, las personas tienen dificultades para promover su desarrollo personal y afrontar con una solvencia creciente lo que ocurre en su entorno. A eso nos referimos con “resistencias al cambio” o de “cambiar sin cambiar nada”.

Los pequeños cambios o las grandes transformaciones son nuestra forma de evolucionar y desarrollarnos. Es una readaptación necesaria y natural al entorno cambiante.

Numerosos estudios consideran esta actitud de rebeldía ante el cambio un efecto de la rigidez e intransigencia humanas. Sin embargo, también la podemos evaluar en términos de la capacidad de un sistema para proteger su identidad e integridad y, por lo tanto, su estabilidad.

Sea como fuere, el cambio y el desarrollo son intrínsecos a la naturaleza humana. Vivimos en un mundo cambiante, en constante progreso, que exige una transformación permanente por nuestra parte como estrategia adaptativa al medio.

Grandes y pequeños cambios

Si miramos atrás con la intención de observar nuestro proceso de desarrollo, veremos un itinerario de crecimiento paulatino sostenido en el tiempo, pero también constataremos notorios puntos de inflexión en nuestra trayectoria vital, momentos tras los cuales no hemos vuelto a ser los mismos.

A estas transformaciones las denominamos cambios de primer y de segundo grado.

  • Los primeros –también llamados cuantitativos– son pequeñas y sutiles mutaciones, a simple vista imperceptibles e inconscientes, que vamos experimentando a diario.
  • Los de segundo grado, o cualitativos, son los que se producen en virtud de experiencias drásticas provocadoras de crisis, que se resuelven finalmente por medio de alguna metamorfosis en nuestra forma de actuar o pensar.

Imaginemos un avión en la pista de despegue. En primer lugar, tras ponerse en marcha, aumenta su velocidad progresivamente manteniendo el contacto con el suelo. Las modificaciones nimias y aparentemente insignificantes que experimentamos en el día a día, en su conjunto, significan una maduración personal ininterrumpida.

En el momento idóneo, el avión despega y se mantiene en el aire, de modo que el estado del movimiento se modifica aunque la finalidad sigue siendo el aumento de velocidad. En ciertas épocas vivimos situaciones difíciles que, bien administradas, se convierten en momentos de incalculable valor por ser enormemente propicios para el aprendizaje y, por lo tanto, para efectuar un salto cualitativo: el despegue.

¿Quién no ha vivido algún acontecimiento límite cuya superación no le haya supuesto un antes y un después? Nuestras experiencias son, si sabemos descifrarlas, auténticas lecciones de vida que nos hacen más fuertes.

Para convertir un acontecimiento doloroso en crecimiento se requiere consciencia, reflexión y esfuerzo. Analizar lo que ocurrió, la forma en que reaccionamos ante ello, lo que hicimos bien, lo que no salió según nuestras expectativas y la forma adecuada en que se tenía que haber superado.

Las resistencias ante el cambio

Este proceso va acompañado de no pocos obstáculos que ponen a prueba nuestra capacidad de metamorfosis y disposición a la transformación:

  • La adicción, entendida en su sentido más amplio: la dependencia de cualquier práctica externa a ti. La sociedad actual promueve numerosas formas de entretenimiento para afrontar por la vía espuria, engañosa, los sentimientos de malestar. Son recreaciones que nos ayudan a evadirnos de nuestros pensamientos, emociones y estados de ánimo indeseados, obstaculizando cualquier transformación positiva.
  • El temor a perder el equilibrio y la estabilidad que habíamos alcanzado, a abandonar el statu quo de lo conocido. Los dichos populares reflejan este tipo de resistencias con expresiones como “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.

La alegría, la ilusión de vernos en un futuro mejor, la esperanza de llegar a ser quienes por naturaleza podemos ser, son, ciertamente, las fuentes primigenias de energía para acometer modificaciones positivas.

  • Tan erradas estrategias de afrontamiento nos crean la necesidad de desarrollar mecanismos de defensa como la soberbia: al sentirnos cuestionados por la forma de proceder de otros, que personifican la transformación que nosotros no estamos siendo capaces de originar, reaccionamos mostrándonos convencidos de no necesitar ningún cambio.
  • Cuando esta falta de sentido y de propósito se mantiene en el tiempo, aparece la impotencia, que nosotros mismos generamos al no adoptar con valentía estrategias adecuadas.
  • Y cuando por pereza seguimos plegándonos a la inercia, desarrollamos la desidia, una actitud pasiva de convertirnos en víctimas de nuestras propias vidas.
  • Por último, pero no menos importante, está la tristeza de creernos imperfectibles, de que no podemos mejorar.

5 pasos para despegar hacia una transformación completa

Un investigador colocó en un acuario una barrera de vidrio que lo dividía en dos. En una parte puso un pez grande y en la otra un pez pequeño. El pez pequeño era lo único que podía comer el pez grande, así que, lógicamente, trató de traspasar la barrera en reiteradas ocasiones para alcanzar su alimento.

Tras pegarse una y otra vez contra el obstáculo invisible, aprendió que era una tarea imposible y dejó de intentarlo. Entonces el investigador retiró el vidrio y le dejó vía libre, pero el pez grande tenía tan asumida su existencia que nunca volvió a atacar en dirección al pez pequeño.

El vidrio había desaparecido del acuario pero el pez había acabado creando una barrera de cristal en su instinto que le impedía actuar.

Si escarbamos en nuestras mentes, hallaremos que nosotros también tenemos nuestras barreras de vidrio; los obstáculos más difíciles de sortear se hallan en nuestras creencias y pensamientos. Y a menudo tales resistencias son las que ralentizan o impiden nuestro crecimiento y bienestar.

Con estas cinco acciones podrás vencer sobre ellas.

1. Sé modesto y medita sobre ti

Busca espacios de reflexión sobre los episodios recurrentes que tienen lugar en tu vida y que, si los observaras en otras personas, no te gustarían. Trata de poner tu mente en blanco para, luego, poder contemplar desde fuera tus formas de proceder o los rasgos de carácter que te gustaría superar o mejorar.

Pero, al mismo tiempo, identifica tus fortalezas y los recursos con los que cuentas para generar esas modificaciones que tanto deseas.

2. Imagina el camino

Busca la alegría en el cambio, visualiza con entusiasmo los hábitos nuevos que te gustaría adquirir. Sé concreto y selecciona uno o dos de los aspectos que consideres prioritarios o urgentes.

Proponte objetivos sencillos, específicos y realistas. Las abstracciones no ayudan a evaluar con objetividad si has conseguido una mejoría o no.

3. Ejercítate en el cambio

Practica las conductas que te has propuesto hacer como generadoras de cambio. Este es quizá el paso más decisivo, puesto que de nada servirán tus elucubraciones respecto a tu proceso de transformación personal si no van acompañadas de su traducción en acción.

Solo a través de pequeños actos reiterados irás adquiriendo nuevos hábitos de comportamiento y actitudes.

4. Identifica tus éxitos

Cada cierto tiempo evalúa con detalle tu forma de reaccionar ante las situaciones que te habías propuesto modificar, centrando tu atención en aquellos casos que consideres que has administrado correctamente y cuyo modo de resolución se debe, por lo tanto, mantener y consolidar en el futuro. Pondera, asimismo, los aspectos que crees no haber controlado.

5. Sé persistente y repetitivo

Otra de las claves del cambio es la reiteración. Solo insistiendo en tus actitudes adecuadas podrás consolidarlas y enraizarlas. Como en tantas cosas de la vida, si una acción o proceso no se repite en el tiempo, no pasará a formar parte de tu carácter y forma de proceder.

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