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3.Transformar nuestra competitividad en cooperación
A medida que se ha ido desarrollando la sociedad industrial, hemos ido cayendo en el individualismo y la competencia. La vida social ha pasado a convertirse en una lucha por la supervivencia en la que nos han hecho creer que el que triunfa es el más fuerte, el más dotado. En el trabajo, en las aulas, en los equipos deportivos, en demasiados ámbitos de la vida social, nuestros compañeros se han convertido en nuestros competidores, transformando la franqueza y la aceptación en desconfianza y envidia.
Los trabajos y las actividades humanas, en general, se han llenado de rutinas mecánicas y normas rígidas que impiden ver al otro en su singularidad. La incorporación masiva de la tecnología en la sociedad ha contribuido a aislarnos y a convertir nuestra relación con el otro en algo maquinal y frío.
Debemos y podemos tomar cartas en el asunto y transformar esta forma de vivir nuestras vidas que nos lleva a la infelicidad y el vacío existencial.
No somos animales competitivos, egoístas y sanguinarios, sino animales sociales: buscamos la relación, la comunicación y la cooperación. Algunos etólogos han concluido que somos animales “parlanchines” que buscan el contacto por el placer de hablar y estar entre nuestros congéneres. Cuando nos sentimos mal o inquietos, nos encanta que nos escuchen, eso nos relaja y suaviza el malestar. También nos gusta enseñar lo que sabemos, compartir conocimientos y sentirnos acompañados en nuestra forma de ver el mundo. Los niños pequeños, y la mayoría de las personas a lo largo de la vida, buscamos amoldarnos al grupo para sentirnos cómodos.
La antropología ha demostrado que las hazañas más importantes de nuestra especie son producto de empresas cooperativas o grupos humanos que interactúan para la consecución de un fin determinado: como la caza, la división social del trabajo o la organización familiar. Por algo, los griegos definieron al ser humano como un ser social por naturaleza. O como dicen los antropólogos modernos: el homo sapiens está adaptado para actuar y pensar cooperativamente. El psicobiólogo Michael Tomasello ha demostrado que los niños pequeños tienden a cooperar y a ayudar en muchas situaciones. Esta inclinación no surge porque los padres refuercen ciertos comportamientos cooperativos.
En sus experimentos ha demostrado que los niños tienden a comprender la situación de quien se encuentra en dificultades y por eso le prestan ayuda. A medida que ganan independencia, se vuelven selectivos y ofrecen su cooperación a personas que no se aprovechen de ellos y tiendan a devolverles el favor.
Tomasello deriva esta cooperación de la idea de “mutualismo”: todos nos beneficiamos de la cooperación pero solo si trabajamos juntos, si colaboramos.
En los seres humanos, lo más eficaz como sociedad no es la rigidez de las funciones sociales, sino la cooperación y la capacidad de llevar a cabo proyectos juntos que generen expectativas mutuas. Reinventarnos no pasa por crear un ser humano mitad hombre y mitad máquina, sino por corregir las derivas que nos impiden conectar con nuestra naturaleza humana y vivir nuestra vida individual y colectivamente de manera más placentera y completa. Pasa también por recobrar el sentido de nuestra existencia recuperando los valores propiamente humanos, la capacidad de placer, la cooperación y la comunicación con nuestros semejantes.