Contar historias es una actividad que se remonta a los albores de la humanidad.

Desde los antiguos mitos y leyendas propios de cada cultura transmitidos oralmente de generación en generación, hasta los cuentos modernos y en los formatos más contemporáneos han transcurrido muchos siglos y, sin embargo, se trata de una de las pocas tradiciones que se han mantenido con pleno vigor.

Evidentemente, las historias han evolucionado pero siempre han tenido un punto en común. Ese punto es el dejar fluir a través de cada una de las narraciones una moraleja, una explicación o una forma de mensaje subyacente que plantee y dé respuesta a los interrogantes propios de cada generación.

Los cuentos infantiles cambian en función de la sociedad y de las preocupaciones del momento en que se crean, pero eso no impide que actualmente convivan unas historias consideradas clásicas con otras acordes con las necesidades actuales, como puede ser explicarles a los niños el nacimiento de un hermanito, la muerte de un familiar o la importancia de respetar la naturaleza.

Los cuentos ayudan al desarrollo psíquico: la fantasía como vehículo

Más allá del contenido de cada uno de estos relatos, el hecho de contar un cuento tiene también una especie de magia ya que permite al niño, inducido por la voz del adulto, sumergirse en un mundo imaginario, identificarse con los protagonistas de la narración y sentir los mismos sentimientos y sensaciones que esos personajes.

A su vez, esa posibilidad de trasladarse con la fantasía estimula la creatividad infantil y el deseo de ir conociendo nuevas historias, lo que abre la posibilidad de que comiencen a apreciar el valor de la lectura y más adelante la busquen por sí mismos.

Cuando los padres cuentan un cuento a sus hijos no solamente les ayudan a relajarse, sino que también establecen una vía de comunicación y diálogo con ellos.

Los niños suelen preguntar cosas acerca de lo que escuchan y a través de esas preguntas es factible descubrir su mundo interior, sus fantasías y sus temores. No suelen hablar de todas esas cuestiones directamente, pero por la influencia del relato pueden aflorar de forma espontánea.

Los cuentos, por lo tanto, además de aportar entretenimiento constituyen una fuente de beneficios para el desarrollo psicológico y emocional de los niños, entre los que destacan:

  • Mientras escucha un cuento, el niño mejora su capacidad de atención, de concentración y de reflexión, ya que arrullado por la voz de los padres aprende a seguir el relato desentendiéndose de cualquier otro estímulo.
  • Los relatos fomentan la riqueza de vocabulario y de expresión en general, así como su capacidad de memorización.
  • Aumenta su capacidad de comprensión y de imaginación, lo que redunda en su desarrollo intelectual.
  • Potencian la relación padres-hijos, ya que mejoran la comunicación, el afecto y la confianza dentro de la familia. El momento de oír un relato es especial para el niño, ya que se siente importante para sus padres, tanto que estos postergan sus ocupaciones y les dedican una parte de su tiempo.
  • Enseñan la riqueza de los sentimientos. A través de los personajes conocerán la bondad y la maldad, el amor y el odio, la ternura, el aprecio, la justicia, el aburrimiento y la diversión... Asimismo, apreciarán los matices y la ambivalencia de todos estos sentimientos, lo fácil que es pasar de uno a otro.
  • Al identificarse con lo que les ocurre a los protagonistas y ver cómo resuelven los problemas que les van apareciendo, el niño descubre que estos tienen temores semejantes a los suyos y logran encontrar recursos para superarlos. Por eso es posible escucharles decir "Eso también me pasa a mí" mientras escuchan un cuento.

Cómo elegir un buen cuento infantil

Por tipos

En la actualidad existe una gran variedad de cuentos infantiles, lo que permite escoger la historia idónea para cada ocasión o necesidad. Esta clasificación puede ayudar a elegir:

  • Cuentos tradicionales. Acostumbran a ser narraciones de aventuras maravillosas situadas en lugares inconcretos (en un país muy lejano) y en épocas indeterminadas (érase una vez).
  • Fábulas. Son relatos cuyos protagonistas suelen ser siempre animales que se comportan y tienen características humanas, y cuya función es la de transmitir una enseñanza o moraleja.
  • Cuentos fantásticos. Son historias situadas en un marco real y cotidiano en las que se introduce en algún momento lo imaginario o inexplicable para impresionar al lector (hombres-lobos, vampiros, aparecidos, cambios de tiempo y espacio...). El carácter inexplicable y paranormal de la historia, que suele llevar aparejado cierto grado de tensión y algo de miedo, los hace aconsejables para niños mayores.
  • Cuentos didácticos o educativos. Sirven como apoyo en determinadas circunstancias de la vida de un niño, como pueden ser la muerte de un ser querido, la separación de los padres, una enfermedad... Una segunda vertiente de este tipo de cuentos es la que sirve para transmitir valores como la amistad, el respeto a la naturaleza o la diversidad cultural, etc.
  • Novelas juveniles. Se acercan al género adulto pero con temáticas adecuadas a la problemática adolescente.

A través de historias con las que el niño o niña puede identificarse asimila mejor las distintas situaciones que puede estar viviendo.

Por edades

De entrada podemos decir que un cuento no conoce edades, y esa es precisamente una de sus grandezas: un buen cuento puede resultar atractivo incluso para un adulto.

Sin embargo, es cierto que actualmente la gran cantidad de cuentos y la variedad de formatos en que se editan permiten elegir de forma adecuada, tanto por su estructura como por su contenido, un cuento para cada edad.

De todos modos esa elección debe también tener en cuenta los intereses del niño, su capacidad de comprensión y su desarrollo psicológico, ya que al final lo que interesa es que el niño se sienta atraído por la historia y pueda gozar de ella sin apenas aclaraciones.

  • Hasta los tres años, y atendiendo a la evolución global del niño, puede decirse que tiene más importancia la voz de los padres, su ritmo, su gesticulación y su interpretación que la historia propiamente dicha. En estas edades se les puede cantar una canción improvisada o comentar los diferentes dibujos y colores que desfilan ante sus ojos, pero lo importante es que los padres se conviertan en actores para sus hijos.
  • A partir de los tres años conviene escoger historias cortas, con un desarrollo lineal, pocos personajes y un lenguaje sencillo comprensible para ellos. De ahí en adelante se entra en una edad en la que los niños comienzan a conocer e interesarse por el mundo real; sin embargo, les resulta más fácil acercarse a ese mundo de sensaciones y sentimientos que están descubriendo a través de historias fantásticas, con personajes que tienen poderes y objetos que hablan y adquieren vida propia.
  • A partir de los cinco o seis años las preferencias del niño se inclinan por situaciones y personajes reales con los que puede identificarse y en los que puede proyectar sus sentimientos.
  • Hacia los siete u ocho años los niños comienzan a desarrollar su conciencia moral, a distinguir lo bueno de lo malo, los amigos y los enemigos, lo que hace que aunque sigan gustándoles las historias fantásticas se vayan decantando cada vez más por historias y personajes de aventuras. Ayudados por esas aventuras podemos tratar con ellos valores como la empatía, la solidaridad, el amor...
  • Alrededor de los doce años los niños se rigen por un pensamiento más abstracto y simbólico, donde el misterio y lo sobrenatural les fascina. En las librerías abundan las colecciones de novelas centradas en esa temática.
    Pero también es la edad en que surgen los conflictos emocionales, los problemas de relación con los compañeros, los primeros amores... Pueden encontrarse todas estas situaciones acordes a la preadolescencia en libros más realistas que describen situaciones semejantes a las del entorno social del niño.

Aunque lean por sí mismos, es conveniente seguir sus lecturas procurando que nos hablen de ellas, de lo que va sucediendo en el desarrollo de la historia y del devenir de sus diferentes personajes.

¿Cómo contar bien un cuento?

Cualquier persona es capaz de contar un cuento y atraer la atención de un niño; los ingredientes esenciales para una buena lectura son: una dosis de cariño, otra de tiempo y la disposición a dejarse llevar por la historia que leemos o, incluso, por la que nos podamos inventar.

La experiencia de contar un cuento debe incluir tanto la lectura del texto como su interpretación no verbal en forma de expresividad corporal. Para ello se recurre a movimientos de las manos y del cuerpo y a modulaciones de la voz, dando a cada escena el tono adecuado: intriga, sorpresa, alegría, pena...

Gracias a eso el niño ve que el adulto está plenamente implicado en el cuento y este logra cautivarlo con el relato. Si percibe que leemos de forma rutinaria, como si estuviéramos distraídos con un periódico y no nota interés por nuestra parte, el niño también se desinteresará y se aburrirá.

Es conveniente estar atento a las reacciones del niño, ver si sigue la historia con atención o bien se desentiende de ella. Se le puede hacer participar del desarrollo con alguna pregunta ocasional para de este modo ir adecuando el relato a su grado de atención.

El momento idóneo para contar un cuento es la hora de acostarse ya que el relato actuará como un tranquilizante, romperá el ritmo ajetreado de todo el día y ayudará al niño a conciliar el sueño con más facilidad.

De todos modos, no conviene limitarse únicamente a ese periodo del día para narrar una historia: puede hacerse mientras se efectúa un viaje en automóvil, cuando se anda de excursión por la montaña, tumbados en la arena de la playa, sentados bajo un árbol... Con el relato, esas actividades resultarán mucho más agradables.

Cualquier momento puede ser aprovechado con la única prevención de cuidar la temática. Por la noche es mejor contar cuentos relajantes y tranquilos para facilitarles el sueño; durante el día puede recurrirse a historias más excitantes que atraigan su atención y les diviertan.

Se trata, en suma, de dar rienda suelta al actor y al niño que cada uno lleva dentro, sumergirse en la historia, dejarse llevar por ella y disfrutarla como pretendemos que disfrute nuestro público.

Aprovechar los cuentos para conocer mejor a los hijos

Después del cuento, conversar con los niños acerca de la historia que hemos compartido permite entablar un diálogo constructivo con ellos.

La charla posterior al cuento no tiene como objetivo mostrar la visión que tiene el adulto de la historia, sino dejar que el niño desarrolle su imaginación y con sus explicaciones pueda proyectar sus sentimientos. De ese modo podremos conocer mejor su mundo interno.

Para ayudarles a hablar sobre el cuento no conviene hacer preguntas muy generales del estilo: ¿Qué te ha parecido el cuento? o ¿Te ha gustado? Es preferible formularles preguntas más directas y concretas acerca del relato, como por ejemplo:

  • ¿Qué personaje te ha parecido más simpático? ¿Por qué?
  • ¿Te esperabas ese final?
  • ¿Cómo te gustaría que hubiera acabado la historia?
  • Si tú fueras este o aquel personaje, ¿qué hubieras hecho?
  • ¿Hay alguna parte del cuento que te ha gustado más? ¿Por qué?
  • ¿Qué te ha parecido el título? ¿Tú lo hubieras titulado de otra forma?
  • ¿Por qué crees que este personaje hizo eso?

Cuando se trata de cuentos didácticos que se hayan utilizado para algo concreto, como explicar una muerte, una enfermedad, etc., conviene aprovechar este diálogo para que el niño hable de sus sentimientos concretos al respecto a través de su identificación con los protagonistas.

En el caso de niños mayores podemos preguntarles también por el mensaje que creen que transmite el cuento, si lo han entendido, si les ha gustado el modo en que se desarrolla e, incluso, animarles, a partir de ese mismo mensaje, a que escriban ellos también un relato.

"Cuéntamelo otra vez"

Algunos padres se sorprenden por el hecho de que sus hijos les pidan una y otra vez el mismo cuento, y no entienden cómo no se cansan o aburren de escuchar siempre la misma trama.

El motivo de esta repetición no es tanto el gusto de la historia en sí, sino que, por un lado, mediante esa repetición los niños van comprendiendo e interiorizando poco a poco su significado y, por otro, que ante el nuevo relato, como ya van conociendo el progresivo desenlace que tanto les ha gustado, se van anticipando a ese desenlace y disfrutan sabiendo de antemano lo que va a ocurrir.

Por eso muchas veces interrumpen el relato diciendo que ahora va a pasar tal o cual cosa, como si fueran ellos mismos quienes lo han escrito.