Hace mucho tiempo que me encuentro, y cada vez más, con mujeres que se sienten solas, que sienten que no tienen apoyo cuando están en un momento duro, que apenas nadie les pregunta cómo están o si necesitan algo.
Mujeres cansadas de tirar del carro, de proponer, de dar ideas. Suelen ser mujeres con empuje, fuertes, líderes en su profesión, en entidades, en su propia familia o su propio hogar. Mujeres empáticas, cuidadoras. Su entorno, ya sea profesional o personal o ambos, está acostumbrado a su iniciativa, a sus ideas, a que sean ellas quienes hacen y deshacen.
Hay mujeres que tiran del carro en todos los ámbitos de su vida. Y como son fuertes, nadie les pregunta cómo están.
Han tirado hacia adelante a pesar de las dificultades o las situaciones duras, son las que sacan las castañas del fuego, las que emprenden luchas eternas, aunque el resto las vea unas exageradas, unas sobreprotectoras, unas idealistas. Pero, ay, cuando pasan un mal momento, cuando no pueden tirar del carro por una enfermedad o situación, o simplemente cuando se sientan por fin y se dan cuenta de que están agotadas.
A veces se quejan del resto, que no responden como ellas, que no se dan cuenta de cómo están, que no reaccionan. Han cultivado un rol en las mentes de todos, hasta de ellas mismas, de que pueden, pueden con todo. Y es verdad. Quizá simplemente porque, como dice esa frase que corre por ahí, no han tenido otro remedio que serlo.
Pero las cuidadoras necesitan ser cuidadas, para cuidar hay que cuidarse. Y de tanto tirar y tirar hacia adelante nos olvidamos de ese espacio de cuidado.
El “síndrome de la guerrera”
Las mujeres guerreras se centran en los demás y a menudo se olvidan de algo importante: de cuidarse ellas.
El “síndrome de la guerrera” no es en sí ningún trastorno ni ninguna enfermedad, quizá la consecuencia negativa es que si las mujeres no reciben cuidado por parte de ellas mismas o de la sociedad, puedan acabar con algún trastorno asociado de estrés o ansiedad, o síndrome de burn out en su trabajo o asociación.
Ya sabemos que las mujeres sufren el doble de estrés que los hombres, pero las que sufren este síndrome son normalmente cuidadoras tanto en el ámbito de su hogar o familia como profesionales, especialmente en carreras como Medicina, Enfermería, Auxiliares, Fisioterapia, Trabajo social, Educación Social, Psicología, Magisterio, como voluntarias en asociaciones sin ánimo de lucro. A menudo son las innovadoras, las rompedoras, las críticas. Son líderes sin pretenderlo.
No es fácil para las guerreras encontrar momentos para cuidarse, para dedicarse en exclusiva a ellas mismas.
En una sociedad donde se nos empuja a rendir, a trabajar durante jornadas interminables, a no conectar con nuestras emociones y sensaciones, es fácil que se ayude a promover más este perfil de mujeres todoterreno que llegan a todo. Excepto a ellas mismas, claro está.
No está bien visto el tema del ocio porque lo relacionamos con la suerte, con vaguear, con no tener responsabilidades… cuando el ocio es una de las formas de autocuidado más importantes.
Desde las mismas carreras se enfatiza poco el tema del autocuidado, no hay apenas espacios destinados a ello en los lugares de trabajo, a no ser que la persona se los busque de forma individual. Su objetivo ha sido siempre el otro. Ellas se dejan en último lugar. Les suele costar encontrar espacio para sí mismas o saber por dónde empezar.
Pero una vez empiezan a cuidarse a conciencia se reponen fácil y rápidamente y acaban incorporando los cuidados de una manera estable, encontrando el equilibrio entre ser guerrera y ser cuidada.
El descanso de la guerrera: automimos para reparar cuerpo y mente
Es hora de prestar atención a aquella niña que tuvo que tirar adelante, que cuidó de sus padres cuando no tocaba, que fue más madura que el resto. Es hora de mirar a la niña. De cuidarla, de abrazarla.
Primero, aprendamos a darnos prioridad
Sabiendo que quizá nos cueste encontrar un tiempo para nosotras mismas, tratemos al menos de dedicarnos un rato al día.
Vale la pena reservar en la agenda una hora de no hacer nada, de pasear, de hacer deporte, de ir a la naturaleza, de un masaje, de tomar un café en una terraza sin prisas.
Pensemos en lo que nos brinda felicidad
Muchas veces el espacio de terapia es nuestro espacio, donde nos encontramos con nosotras mismas, donde estamos en paz y nos sentimos cuidadas.
Para una madre, volver al trabajo remunerado o tener un espacio de formación, si estos son enriquecedores y gratificantes, puede ser liberador. Para otras, lo es un rato para bailar o cantar y volver a ser niñas.
Escojamos lo que nos libere.
Aprendamos a apoyarnos en los demás
Familia, amigos, comunidad... Quizá requiera un trabajo intenso pero el objetivo es aprender a pedir ayuda.
Y también a decir “no”, a no estar siempre disponibles.