El miedo se considera una uno de los principales instintos humanos porque nos permite asegurar nuestra supervivencia. Pero además, psicológicamente hablando, nuestros miedos son señales muy valiosas que no debemos desatender.
El miedo a morir, a estar enfermos o a que nos abandonen nos dicen cosas que van más allá del mero sentimiento. Repasémoslos.
Cómo actuar ante los 6 miedos más habituales
Es necesario detectar y explorar lo que nos asusta. Mirando nuestros miedos podemos descubrir primero a dónde nos apuntan, qué nos cuestan de nosotros mismos. Después podremos saber cómo actuar.
1. Miedo al rechazo
¿Qué significa ser rechazado? Significa, claro está, no ser elegido. A partir de esta definición ya podemos entrever lo que de absurdo hay en este miedo. Porque, entonces, temer ser rechazado implica pretender ser elegido siempre. Y esto es, por supuesto, una expectativa desmedida.
La clave está en comprender que el rechazo del otro no habla de mí, sino de él. Habla de sus gustos y preferencias, no de mi capacidad para ocupar ese lugar.
Que alguien sufra un rechazo romántico, por ejemplo, nada dice sobre lo deseable o no de esa persona, no es un indicador de que ha hecho algo mal o de que es insuficiente en algún sentido. En todo caso, lo que dice es que las expectativas del otro iban en sentido diferente.
Pero no podemos ni debemos adaptarnos a las expectativas de los demás para ser aceptados
2. Miedo a la pobreza
Este miedo apunta, inequívocamente, hacia la gran importancia que tienen las posesiones para nosotros. Son dos los movimientos que se imponen frente a este miedo:
- Aprender a vivir con menos. Si nos detenemos a pensar, veremos que las cosas materiales realmente indispensables son pocas, y es importante discriminar estas cosas fundamentales de las accesorias. Vale la pena hacer el ejercicio de ir perdiendo mentalmente nuestras cosas una a una, para, hacia el final, encontrar aquellas que sería más importante retener.
- Desarrollar nuestra capacidad de generar. Si lo único que puedo hacer es tener, siempre temeré que el azar me dé un mal golpe y me haga perderlo todo. En cambio, si confío en mi capacidad de producir, no tendré miedo a los vaivenes porque contaré conmigo mismo para generar lo que necesito.
3. Miedo al fracaso
El miedo al fracaso es un tanto tramposo, ya que en realidad no se trata del temor de no conseguir lo que deseamos. Cuando alguien teme al fracaso, la imagen que viene a su mente es la de la vergüenza frente a los otros.
Es la mirada reprobatoria de los otros, unidos en un tribunal impiadoso, frente a lo que el temeroso del fracaso huye.
“Fracasar”, se convierte rápidamente en “ser un fracasado” y esta es una de las principales creencias que debemos desandar para perder este miedo.
Debemos comprender que “fracasar” (en el sentido de fallar, de errar, de no conseguir lo que esperábamos) es absolutamente inevitable, pero que eso no nos convierte en personas despreciables o indignas.
El fracaso es una parte esencial e ineludible del aprendizaje, una oportunidad de crecimiento
4. Miedo a la enfermedad
Este miedo nos remite a un temor más amplio y arcaico: el miedo a la incapacidad. La perspectiva de una enfermedad nos enfrenta al “no poder”. Nos imaginamos no pudiendo caminar o ver y ello nos aterroriza.
Incluso restricciones menores pueden producir un efecto similar: no poder practicar el deporte que nos gusta, no poder comer lo que se nos antoje...
¿Acaso no tenemos, aun en salud, restricciones? ¿Podemos comer lo que nos apetece a todas horas? ¿Puede alguien, incluso un deportista, hacer esfuerzo físico sin límite? Por supuesto que no.
El miedo a la enfermedad nos habla de una dificultad en soportar la impotencia y, como antídoto, nos invita a trabajar sobre nuestra omnipotencia.
Hemos de reconciliarnos con nuestras limitaciones.
5. Miedo al abandono
Si la imagen ser abandonados nos atemoriza o nos persigue como una fantasía, es evidente que se debe a que la ausencia de esa persona implica una gran amenaza para nosotros.
Entrevemos que no sabríamos cómo vivir sin él o ella. Es de suponer que hemos ido depositando la satisfacción de muchas de nuestras necesidades en esa persona.
Dicho de otro modo: nos hemos vuelto dependientes. Pero al mismo tiempo –lo que es más relevante–, este miedo señala un deseo de salir de esa situación. ¿Y cómo se sale de la dependencia?
Diversificando las personas o lugares en los que buscamos la satisfacción de nuestras necesidades, incluyéndonos entre ellos.
Así, la perspectiva de que alguien nos deje no será tan devastadora, porque todavía contaremos con otros en los que podremos encontrar lo que nos hace falta: cobijo, reconocimiento, aliento...
6. Miedo a la muerte
Este es, posiblemente, el más arquetípico de todos los miedos. La muerte, el enemigo invencible ante el que todos habremos de sucumbir. Paradójicamente, esto tendría que redundar en que le tuviésemos menos miedo.
La incertidumbre no está en el hecho de morir sino en cuándo sucederá. Lo que podría producir un justificado temor es que nos llegara demasiado pronto. ¿Y qué sería demasiado pronto?: antes de haber vivido lo que queremos vivir.
Este es, creo, el aprendizaje al que nos lleva este miedo universal: empeñarnos en vivir como queremos y experimentar lo que anhelamos.
El miedo a la muerte se conjura viviendo, y su aparición de modo punzante puede alertarnos de que no lo estamos haciendo del modo o con la intensidad que querríamos.