6 pasos para quererte tal y como eres

Deja que surjan las emociones reprimidas de tu infancia. Así aprendes a amar profundamente al niño que fuiste, a darte amor sin exigirlo a los demás.

Mujer saltando en la playa

Al hacernos adultos, vamos dejando por el camino aquellos aspectos que creemos que no nos van a permitir conseguir lo que queremos y los relegamos al olvido, con la consiguiente pérdida de recursos personales.

¿Cómo darse amor a uno mismo?

Para recuperar estas partes escondidas y volver a descubrir cuánto vales, te proponemos el siguiente ejercicio, con 6 puntos que pueden ayudarte a reforzar tu autoconcepto.

1. Rememora tu niñez

¿Qué partes dejaste por el camino? Intenta que afloren las actitudes que te fueron censuradas, las emociones que te hicieron reprimir, el tipo de comportamiento que te castigaron. Deja que emerjan las frustraciones de tu niñez. Escribe unos cuantos recuerdos para descubrir cómo es tu niño herido.

Es posible que al principio te cueste conectar con tu herida; no es fácil. Simplemente, permítete sentir qué cosas te dolieron cuando eras pequeño. Si a pesar de todo te sigue costando realizar este viaje al pasado, pasa al siguiente ejercicio.

2. Escribe una carta al niño que fuiste

Escribe a este niño herido que fuiste desde el adulto que eres ahora. Cuéntale desde la emoción lo que sientes por él. Para poder realizar este trabajo, busca un lugar tranquilo donde te puedas relajar. Regresa mentalmente al lugar donde viviste a los cinco o seis años, recrea el ambiente que había y busca recuerdos de esa edad.

Obsérvate desde fuera y, como el adulto que eres ahora, escribe una carta a ese niño. Intenta expresar especialmente la emoción que sientes hacia él, las emociones que te provoca, qué cosas le dirías desde lo que sabes ahora. Te ayudará empezar diciendo: “Hola, te estoy viendo y me gustaría decirte que... Sé que te sientes...”.

3. Tu yo adulto mira a tu niño interior

Cuando le hayas escrito, coloca ante ti dos objetos (dos cojines, dos sillas...). Escoge cuál de ellos va a ser tu yo adulto y cuál va a ser tu niño herido. Colócate en el lugar que corresponde al yo adulto y desde allí visualiza a tu niño herido.

Ahora, contemplando a la criatura que tienes ante ti, léele la carta que has escrito en voz alta. Deja que la emoción aflore. No corras, ve despacio. Mira la cara de tu niño.

4. Tu niño interior habla con tu yo adulto

Cambia de lugar y siéntate en el lugar del niño herido. Recibe todo lo que está diciendo el adulto. Al escucharlo, ¿cómo reaccionas? ¿Cuál es tu emoción ante esas palabras? ¿Te sientes incluido, aceptado? Mira si quieres compartir algo con él o, sencillamente, agradecer lo que te está diciendo.

5. Tu yo adulto abraza a tu niño interior

Vuelve a colocarte en tu yo adulto, escucha lo que ha dicho tu niño interior, déjate impregnar por su mensaje y míralo como si fuera simplemente un niño. Deja que surja todo tu amor y compasión hacia él, actúa como actuarías con un hijo tuyo.

Acógelo y siéntelo cerca de ti. ¿Puedes verlo con amor y abrazarlo? ¿Puedes darle ese amor que no recibiste de niño? ¿Puedes atender sus demandas y darle lo que necesita?

6. Coloca al niño dentro de ti

Una vez que hayas sentido el contacto con este niño, puedes imaginar que lo colocas en una parte de tu cuerpo, ya sea en el pecho, sobre la barriga, bajo tu brazo... Incorpóralo en tu cuerpo convirtiéndolo en una parte de ti.

Cuando quieras conectar con él, puedes tocar esa parte de tu cuerpo de forma afectuosa para volver a sentir su fuerza.

¿Cómo aceptar todo lo que somos?

¿Sientes que te falta algo?¿La insatisfacción está a menudo presente en tu vida? A muchas personas les asalta con frecuencia la sensación de que les falta algo y lo buscan y exigen en sus relaciones.

Esperamos que una pareja colme el vacío amoroso que tenemos. O pedimos a los hijos que nos llenen del cariño que no recibimos de pequeños

Sin embargo, en la mayoría de los casos este comportamiento no llega a calmar nuestro malestar interno. Podemos seguir pensando que son los demás quienes no saben amar y culparlos por ello, o podemos preguntarnos –sobre todo cuando una y otra vez tropezamos con lo mismo– si es verdad que la respuesta está fuera.

¿No será que tampoco nos damos permiso para recibir? En nuestra cultura, se nos enseña a ser críticos, a culpabilizar y a enjuiciar. No aprendemos a mirar hacia dentro para determinar cuáles son nuestras carencias. Más bien se trata de mantener constantemente la atención en el afuera para conquistar y poseer, ya sea logros, ya sea propiedades y personas que, supuestamente, nos colmarán.

Se prioriza más el “tener” que el “dejarse ser”. Pero ¿qué es “dejarnos ser”?

¿Cómo podemos dejar de juzgarnos, criticarnos o culparnos, y aceptar todo lo que somos?

¿En qué consistiría satisfacernos a nosotros mismos en lugar de buscar esa validación fuera? Este es un proceso que empieza con un cambio de creencias culturales, las que nos han convencido de que la solución vendrá a través de poseer. Porque en pro de esta conquista interminable de objetivos, hemos tenido que renunciar ya desde muy temprana edad a nuestro niño interior.

Hemos abandonado, tapado, escondido esas partes emocionales que nos conforman, pero que vemos como un obstáculo para avanzar en esa carrera de logros.

Imitamos al héroe que lucha contra el mundo sin hacerse cargo de esas partes que no se adaptan a nuestro modelo de “perfección”.

El autoconcepto: dónde nace nuestra represión

Nuestra familia, a través de sus creencias y mitos, nos lleva a reprimirnos. Desde niños nos vamos recortando y modelando en función de lo que se nos dice que está bien, con la intención de seguir perteneciendo al sistema familiar y social cuyas reglas y valores hacemos nuestros. Se imprimen en nosotros como el hierro candente en la piel...

A la historia familiar y a los valores que nos transmite la cultura, se añaden los hechos que han marcado nuestra infancia. Con todos estos elementos construimos un autoconcepto que excluye muchas capacidades y emociones que también poseemos.

El autoconcepto es aquella idea que tenemos de nosotros mismos con la cual nos identificamos y nos relacionamos con el mundo

Pero esta idea siempre es parcial y no se corresponde a la totalidad de lo que somos. Para sostener ese autoconcepto, tenemos que hacer mucha fuerza para controlarnos y lograr que no aparezcan las partes que no aceptamos.

Nos comportamos como héroes que luchan contra dragones para así aniquilar emociones como la agresividad, la tristeza, el miedo...

Eliminamos todas las partes más instintivas que nos asustan y las contemplamos como monstruos que deben desaparecer. Rehuimos lo que es espontáneo porque se aleja de nuestro autoconcepto. Relegamos cada necesidad, cada impulso, a lo más hondo, intentando reprimirlos.

Recuperar nuestro niño interior

Cualquier niño se muestra tal cual es sin pensar en lo que se dirá de él ni en los juicios que desencadenará su reacción. El niño deja que su instinto y emoción afloren de forma abierta. Ese niño es el que hemos ido escondiendo para que no salga, para que nadie lo vea.

Sin embargo, ese niño es también nuestro poder, porque está conectado profundamente con la naturaleza, sus ritmos, con el tiempo menos acelerado, con el disfrute, se vincula con su cuerpo y sus necesidades más básicas. Mientras que nosotros, adultos, cada vez confiamos menos en la veracidad de la información que nos proporcionan nuestro cuerpo y nuestras emociones, hasta el punto de invalidarlas por mucho que ellas se empeñen en florecer.

No confiamos en la capacidad natural de nuestro cuerpo para autorregularse. Las emociones que no aprobamos nos ayudan:

  • El enfado nos ayuda a resolver situaciones y proporcionan la fuerza física que requiere el hecho de poner límites.
  • La tristeza nos permite aceptar todas aquellas situaciones que no podemos cambiar, nos lleva hacia adentro y a desconectar del exterior dejándonos descansar emocionalmente.
  • La ternura nos vincula a los demás y sacia nuestra necesidad de relación, nos ofrece un refugio recordándonos que necesitamos ser acogidos.

Aceptarnos antes de querernos

Seguir empeñados en vivir solo en lo racional y social dificulta esta conexión con lo más primario, cuando eso nos alerta de lo que realmente nos nutre, por mucho que nos empeñemos en obviarlo.

El primer paso para la aceptación de uno mismo es reconocer que estas partes que hemos negado también somos nosotros y nos pertenecen

Darnos cuenta de que están ahí y no van a desaparecer, aunque nos empeñemos en contenerlas o esconderlas. Necesitamos ser queridos, pertenecer, descansar, nutrirnos adecuadamente, divertirnos, disfrutar, jugar, tener contacto con los demás, ser validados y respetados...

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