Si tú me dejaras.
No habría reproches.
Ni diría nunca la palabra morir.
Lloraría con cosas tan sencillas.
Como con un niño que pone un dedo
encima del cordón de sus zapatos para poder atarlo.
O tan estúpidas.
Como con la última natilla intacta en la nevera.
Pero sería un llanto muy mío.
Que me haría reventar.
Como el terciopelo bajo la lengua.
Si yo te dejara.
Lo haría con la delicadeza con la que una madre quita el confeti del pelo de su hija después de un cumpleaños.
Me aseguraría de que siguieras bien.
De que no te faltara agua.
Ni calor.
Ni Netflix.
Si nos dejáramos.
No habría juicios ni chantajes.
Haríamos una fiesta del copón.
A la que vendrían todos y todas los que participaron de nuestro amor.
Una celebración de lo que hemos vivido.
De lo que hasta aquí, fue.
Para poder darle las gracias a tus padres.
Para susurrarle algo al oído de tu yaya.
Para que bailes con mi hermana.
Para que los hijos que tuvimos vieran cómo nos queremos.
Para que las hijas que nunca llegaron recibieran un beso en la frente.
Para recordar caricias y gritos.
Silencios y claveles.
Y al acabar.
Cuando el sol lamiera a todos los invitados que duermen en el suelo y los dientes de la yaya descansaran fuera de su boca.
Nos escaparíamos.
Y en el mostrador le diríamos al de los billetes:
Adonde quieras.
Y una vez allí, lejos de todo lo que nos unió.
Como si fuera un sueño.
En un sitio con tantas orillas como viento.
En el que no entendiéramos a nadie ni nada.
Allí.
Como abejas extraterrestres.
Haríamos miel de la luna.
Despidiéndonos de todo lo que fuimos.
De todo lo que no pudo ser.
Play.
Y con Amy de fondo.
I love you much
it´s not enough
Nos follaríamos con tantas ganas como si fuera la última vez.
Porque lo sería.
Y al volver te vería girar la esquina.
Desaparecer, dejándome el paisaje.
Y yo tendría que sonreír y temblar.
Porque existió un lugar.
Un espacio que fue tuyo y mío.
Nuestro.
En ese tiempo que hicimos familia.
De la nada.
Y ese eco.
De nuestras espaldas abrazadas en la oscuridad.
Nunca nos dejará.