Biografía humana: una metodología para explorar tu vida

La terapeuta Laura Gutman nos introduce este valioso sistema para investigar nuestra infancia y deshacer el discurso materno que hemos integrado

bigrafia humana

Como un iceberg que apenas muestra una pequeña parte de su tamaño real. Así somos las personas. Y si estamos dispuestos a entender nuestros conflictos, tendremos que adentrarnos en esa parte sumergida en busca de lo que nos sucedió. Según nuestro punto de vista, no el de nuestra madre o el de quien nos crió.

Solo revisando nuestra biografía humana dejaremos de estar aprisionados en nuestras infancias olvidadas

Durante muchos años me dediqué a atender a madres. Un lugar de escucha, un té caliente, unos abrazos, un pensamiento dedicado y la invitación para que acudieran con los bebés se convertía en un verdadero paraíso para cientos de madres aisladas y al borde del colapso que venían felices a mis encuentros.

Formé los “grupos de crianza” a finales de los 80 y principios de los 90. Simplemente era un espacio abierto para que las madres vinieran con sus bebés e hijos pequeños con el propósito de pensar entre todas qué es lo que les estaba pasando. Ahí empecé a confirmar eso que me resultaba obvio:

Los universos de las madres y los bebés eran los mismos. A ese fenómeno lo llamé “fusión emocional”

Si el universo era el mismo, no importaba tanto qué es lo que nos preocupaba del bebé, sino que era imprescindible adentrarnos en ese universo propio. En el “sí mismo”. Más aún, en el “sí mismo desconocido”, es decir, en las partes del sí mismo que no admitíamos. La célebre sombra. Y hacia allí emprendí mis investigaciones.

Biografía humana: la infancia nos marca para siempre

En pocos años me di cuenta de que los supuestos problemas de los niños –que solían ser los motivos de consulta de los padres– me tenían sin cuidado.

Casi nunca abordábamos aquello que les preocupaba a los padres, porque abriendo el foco y mirando sus propias infancias y las realidades emocionales construidas a partir de esas experiencias... había tanto para desentrañar y comprender, que el problema puntual de un niño que se portara mal o que mordía a sus compañeros solía ser una nimiedad.

Por otra parte, si la madre o el padre se disponían a revisar sus propios escenarios... después serían capaces de tomar sus propias decisiones respecto al niño. Podrían comprenderse. Cambiar. Hacer nuevos acuerdos. Ser más generosos. Dejar de tener miedo. Tener acercamientos afectivos genuinos.

La relación con los hijos luego podría mejorar como consecuencia de la profundidad y la honestidad con las que cada individuo adulto podría revisar su propia biografía humana. Su infancia. La relación con sus propios padres, depredadores, salvadores, abusadores, entregadores, ladrones del alma infantil o quienes habían sido partícipes del tejido físico y emocional.

Nuestra responsabilidad como padres y madres

Si los adultos en cuestión no miraban toda la trama, ¿para qué íbamos a hablar del niño? ¿Quién era yo para decirle a otro adulto lo que le convenía hacer con su hijo? ¿Cómo íbamos a contar la historia empezando por el final? Eso era imposible.

Una historia contada al revés es una historia inventada. Resulta que pretendíamos hablar de la totalidad de nuestras vidas. Para abordarlas, solo teníamos que mirarlas de frente, aceptando la realidad completa. Sabiendo que la realidad siempre es soberana, que la verdad manda.

Infancias tuvimos todos: hombres y mujeres. Sufrir, todos hemos sufrido en diferentes grados

Mientras intuitivamente buscaba maneras de escuchar y de mirar panoramas completos –funcionando como abogado del diablo–, resulta que las personas que estaban ávidas por comprenderse más eran a quienes más me entusiasmaba atender.

A veces esas personas eran madres de niños. Otras veces eran madres de adolescentes o jóvenes adultos. Otras veces eran mujeres que no habían tenido hijos. Otras eran hombres. A veces eran hombres sin hijos, abuelos, hombres casados por tercera vez, familias ensambladas.

También hombres o mujeres jóvenes, sin hijos y alejados de la idea de tenerlos. Homosexuales con o sin hijos. Artistas. Extranjeros. Jóvenes desesperados de amor. Individuos con ganas de comprenderse más. De todo un poco.

Acompañar, observar, cuidar...

Acompañar a otros en la tarea de observar la propia sombra es complejo e ingrato. Se requiere contar con una estructura emocional sólida, bastante experiencia de vida y un enorme deseo de hacer el bien. Para ello fui sistematizando un “método” de trabajo.

No me gusta la palabra método porque no se trata de encasillar una forma de trabajar, aunque no encuentro otra manera de decirlo. Lo que quiero transmitir es cierto espíritu para ser evocado en el trabajo.

Así fui sistematizando un sistema de indagación personal al que denominé la “biografía humana”, repleto de obstáculos y errores, pero basado en la casuística de las vivencias reales y concretas de miles de individuos adultos, aprisionados en sus propias infancias olvidadas.

Las personas somos como los icebergs: manifestamos visiblemente una muy pequeña porción de nuestro escenario, que está compuesto por muchos planos análogos de los que podemos vislumbrar apenas una punta.

Es más, cada uno de nosotros encarnamos la historia de nuestros antepasados que –al no haber sido resuelta por ellos– luego nos toca hacernos cargo de un modo u otro. Alguien tiene que ser responsable en algún momento de las acciones de todos los personajes del pasado.

En caso contrario, estamos delegando en nuestra descendencia un cúmulo de violencia, abuso, desesperación y locura que enfermará y confundirá a las próximas generaciones.

Lidiando con la complejidad de nuestro pasado

Aunque es difícil tomar en cuenta tantos planos simultáneamente, es importante saber que allí están. Al observar la complejidad de la biografía humana de cada individuo, comprendemos que eso que aparece como problema, enfermedad, conflicto o sufrimiento está inmerso en algo más grande que lo que aparece a simple vista.

Tenemos que observar desde el cielo. Registrar todo aquello que acontece tomando en cuenta la espiritualidad que hace funcionar esa vida. Es nuestra obligación entender el propósito de esa vida. Es más, tenemos que detectar el propósito supremo.

Quiero decir que estamos frente a una inmensidad. Aunque entendemos nuestras limitaciones y sabemos que no podremos abordar la grandeza de una vida que lleva dentro de sí la vida del universo, es indispensable que siempre tengamos en cuenta que abordaremos solo una pequeña porción de la realidad física, emocional y espiritual de un individuo.

Y que luego, una vez que ordenemos una parte, tendremos acceso a otra más profunda, y así hasta el infinito en una espiral de conocimiento.

La cuestión es que tenemos que empezar por algún lugar. Un recorte posible es comenzar evocando la infancia del consultante. El problema es que aquello que el individuo relata va a estar constituido por una sobredosis de discursos engañados.

Nuestra organización psíquica, es decir, la totalidad de recuerdos, vivencias, experiencias e interpretaciones de esas vivencias, se establecieron en base a lo que alguien muy importante nos ha dicho. Ese “alguien” en la mayoría de los casos ha sido nuestra madre.

Madre no hay más que una

Es obvio que fue la persona más importante con quien nos vinculamos durante la infancia, si es que ella nos crió. Incluso si la recordamos cruel, borracha o enferma... si dependíamos de ella, obligatoriamente luego tuvimos que defenderla y organizar nuestras ideas y la visión del mundo desde la lente que ella nos prestó.

No tenemos conciencia del grado de coincidencia emocional que establecemos con nuestras madres o con la persona que nos ha criado. Esa “lealtad emocional” es la que tendremos que detectar para desactivarla.

Es preciso desactivar el discurso, porque eso que nuestra madre dijo no corresponde con la realidad

Ni siquiera con los hechos que nos han acontecido. Recordemos que los hechos son soberanos. Lo demás es interpretación materna. Y solo nos interesan los hechos reales –que no recordamos–.

Las personas no toleramos que nadie cuestione a nuestra madre, quien, a pesar de haber tenido una vida difícil, hizo todo lo que estaba a su alcance para amarnos. ¿Es verdad? Sí, claro.

Todas las madres lo hacemos lo mejor que podemos. Esto es válido desde el punto de vista de la madre. Pero nos falta el punto de vista del niño, quien adopta –como única mirada disponible– la de su madre.

Por eso la construcción de pensamiento es engañosa. Nos falta percibir qué es lo que el niño pequeño –dependiente de la sustancia nutritiva materna– necesita. Eso va a parar a la sombra. Dicho de otro modo:

Las frustraciones, la soledad, el desarraigo emocional, el miedo, el abismo afectivo, la inseguridad y los deseos no atendidos –al no ser nombrados– no se pueden organizar en la conciencia.

Si no están ordenados, no es posible registrarlos. Si no los podemos registrar, creemos que no existen. De ese modo, solo hay lugar para la existencia consciente de las necesidades, discursos o puntos de vista de nuestra madre.

Por eso, cuando relatamos nuestras infancias, las contamos desde el punto de vista de nuestra madre

No tenemos acceso a nuestro propio punto de vista infantil. Justamente, eso es lo que vamos a buscar.

Rescatar los recuerdos de la infancia

¿Cómo encontrar en los recuerdos infantiles aquello que –paradójicamente– no recordamos? Ese es el desafío. Por eso digo que este trabajo se asemeja a las investigaciones de los detectives más que a los tratamientos psicológicos.

Tenemos que buscar y encontrar algo que no es nada evidente para el individuo. Buscar sombra

Construir la biografía humana es abordar las propias experiencias infantiles desde la realidad interna como consecuencia de los acontecimientos vividos, en lugar de evocarla desde el punto de vista de quien ha nombrado la realidad cuando fuimos niños.
El orden de la verdad

Intentamos llegar a la verdad de una trama en particular. Solo nos importa la verdad y deseamos descubrirla. El consultante será una ayuda siempre y cuando no nos deslicemos en los relatos engañados.

Los profesionales tenemos que ir montando el rompecabezas del escenario e ir constatando si el consultante se siente representado o no. Ahí se organiza su primer gran descubrimiento, porque ve con ojos nuevos su realidad emocional, y la sensación de alivio suele ser enorme.

Todo descubrimiento respecto a la infancia tiene que quedar asentado entre profesional y consultante. Ubicados los lugares reales de la madre, el padre –si lo hubiere–, hermanos, abuelos, tíos, vecinos, maestros, pobreza, riqueza, antepasados, vecindario, cultura, enfermedades, creencias, moral, mentiras, secretos, abusos, soledades, terrores, expectativas, deseos, violencias, adicciones, amores y desamores.

Todas las dinámicas deben estar detalladamente ubicadas hasta que el consultante asegure que es efectivamente así, que su realidad interna está descrita tal cual.

Insisto en que los profesionales no imponemos una visión sobre la realidad. No interpretamos. Solo buscamos pistas

Construimos un escenario hipotético y lo vamos afinando a medida que el consultante (el “dueño” de esa biografía humana) va asintiendo porque ve que encaja en su vivencia interna.

Una vez que hemos abordado esa infancia en su real dimensión, ya tendremos algunas hipótesis sobre el transcurso de la adolescencia y juventud. Formular hipótesis es indispensable. Recordemos que somos detectives. ¿Dónde hemos visto un detective que salga a buscar al asesino sin tener ninguna pista? Sería una pérdida de tiempo.

Del mismo modo, el profesional no puede recibir a su consultante sin trazar una hipótesis. No se trata de recibirlo y preguntarle qué tal su semana. No. Eso no es buscar sombra. Eso sería pasar un rato agradable entre dos personas fenomenales.

Establecido el escenario, podremos imaginar qué mecanismos ha utilizado esa persona para sobrevivir, en términos emocionales. Luego habrá mucho más para investigar.

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