Un gran destructor de la alegría que llevamos “de fábrica” es el hábito nocivo de hablar mal de los otros, ya que nuestra mente se tiñe de la misma negatividad que estamos señalando, y nos pone en evidencia ante los demás, pues como dice la sabiduría popular “quien crítica, se confiesa”.
Del mismo modo, tratar de alcanzar lo que tienen otros y buscar nuestra satisfacción en ello es un seguro de infelicidad. Uno de los secretos de la alegría es que surge de forma espontánea dentro de uno mismo, sin pasar cuentas con el mundo, aunque cuando la tenemos se multiplica al compartirla.