¿Cómo decirle a alguien que está gravemente enfermo?

Nuestro propio miedo puede impedirnos dar a la persona enferma la ayuda que necesita. Ella debe ser quien marque el ritmo: nuestro papel es entender y respetar su propio proceso.

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En la cafetería del hospital, tres hermanos entre los 30 y los 40 años hablaban sobre cómo abordar el devastador diagnóstico que acababan de recibir sobre la enfermedad de su madre.

—Sobre todo ni una palabra a ella –decía Sara, la hermana mayor.
—Pero algo habrá que decirle –afirmó Gabriel, el pequeño–, nos va a preguntar…
Intentemos no hablar del tema –respondió Carmen, la mediana.

Desde la mesa de al lado, sonó una voz:
—¿Y si hablar es lo que quiere y necesita?

Los tres hermanos dirigieron una mirada hostil al hombre mayor que se había entrometido en su conversación.

Él, manteniendo la serenidad, se apresuró a añadir:
—Os lo digo porque es lo que yo elegiría… Me llamo Max, y si tenéis cinco minutos, me gustaría contaros una pequeña historia.

La decisión es de la persona enferma

El comentario, expresado además con absoluto respeto y una tierna sonrisa, los desarmó. Fue Sara la que dirigiéndose a sus hermanos dijo:
—Quizás sea buena idea escuchar lo que este hombre tiene que decirnos…

Invitaron a Max a su mesa, y los tres hermanos se dispusieron a escuchar atentamente. Max comenzó su relato:
—Hace bastantes años a mi hermana le diagnosticaron un cáncer. Nos dieron un pronóstico horrible. No nos daban esperanzas. Yo tomé la responsabilidad de hablar con los médicos y decidir qué le contábamos y qué no. Iniciamos un proceso duro, muy duro, con quimioterapia, radioterapia, y pasamos episodios muy difíciles.

Negar la muerte no es una solución

En un determinado momento, mi hermana quiso hablar de la muerte. De cómo la sentía y cómo la afrontaba. Mi respuesta fue tajante: “No pienses en eso, no te hace ningún bien”. Y no la dejé hablar. Lo intentó otras veces y mis respuestas siempre fueron las mismas: “No te conviene hablar de ello”, o “Deja de pensar en esas cosas”.

Un día, tras una de mis evasivas, mi hermana me dijo: “¿A quién le da más miedo hablar de esas cosas, a mí o a ti?”. Aquel día finalmente hablamos, largo y tendido, y le ayudó. Como las muchas conversaciones que tuvimos posteriormente. Su enfermedad evolucionó mucho mejor de lo que podíamos esperar y pasó unos años fantásticos.

Cuando, desgraciadamente, llegó el momento en que se acercaba el desenlace, me dijo: “Gracias, en este tiempo me has ayudado maravillosamente a prepararme para este viaje”.

Cómo ser un apoyo real para el paciente

Los tres hermanos se quedaron impactados con la historia. Tras un largo y denso silencio, Gabriel le dijo a Max:
—Así que lo que nos sugieres es que hablemos abiertamente con nuestra madre del diagnóstico que nos han dado…

—No necesariamente, porque yo no sé si es lo que quiere. Lo que os sugiero es que hagáis lo que ella quiera y necesite, que interpretéis lo que está necesitando en cada momento y que se lo deis con cariño y con cuidado. Pero que sea siempre ella la que marque el ritmo.

—Pero quizás no siempre esté preparada para recibir las respuestas…
—Muy cierto. Actuad entonces con prudencia. Explorad si realmente está preparada. Podéis dar una respuesta sutil a la primera pregunta, y otra mucho más explícita si insiste.

Los hermanos se miraban con complicidad. Aquello era muy distinto de lo que estaban planeando.

Carmen reconocía que a ella le daba miedo entrar en esos diálogos, y por eso estaba cómoda con evasivas. Le preguntó a Max:
—Max, todo esto es muy sutil, y hay que tener mucha intuición. ¿Cómo podemos hacerlo para no cometer errores?

La escucha activa, la mejor guía

Max, captando sus sentimientos, le respondió:
—En primer lugar, no actuando desde nuestro temor, que es lo que yo hacía al principio, y lo que casi siempre hacemos. El temor nos hace rehuir ciertas conversaciones o nos hace responder con demasiada contundencia. Y en segundo lugar, leyendo con precisión todos los signos que os dé, todas sus expresiones. En su cara tenéis todas las respuestas. Observad y sabréis cuándo toca callar, o cuándo toca hablar.

—Pero nos hará preguntas incómodas…
—… Sí, y la enferma es ella. Si necesita hacerlas o quiere hacerlas, no las rehuyáis, porque no la vais a ayudar. Y si algo no lo sabéis, no os lo inventéis.
Remitiros a los profesionales.
Ellos tendrán casi siempre las respuestas que buscáis.

Fundamental: sentir y transmitir esperanza a la persona enferma

Max se daba cuenta del impacto que estaba teniendo en los tres hermanos. Quiso también poner el contrapunto positivo:
—Sé que la situación es dura, y la enfermedad de vuestra madre os traerá momentos de angustia y sufrimiento, pero pensad que también os dará maravillosos momentos de compenetración y amor.

Si actuáis atentos a sus necesidades, si abordáis las conversaciones que ella necesita tener, si le decís las cosas al ritmo que las necesite ir comprendiendo, tejeréis por el camino una profunda relación y la ayudaréis sin duda a hacer este camino.

Sara, conectando con su lado más pragmático, le preguntó a Max:
—¿Y sabremos disimular nuestra angustia?

—No es fácil, y es básico, porque ella también estará leyendo cada gesto vuestro. Por eso lo primero que tenéis que hacer es conectar con vuestra esperanza. Porque ella perderá la suya si os ve desesperados. Sentir dentro de vosotros la esperanza es el paso previo para abordar cualquier conversación con ella.

Todo aquello tenía un gran sentido para ellos, y claramente les colocaba en un nuevo escenario. No iban a hacer lo que creían que era conveniente (que además era en realidad lo que su miedo les dictaba hacer) sino lo que interpretaran que su madre necesitaba.

Estaban al servicio de su enfermedad, no a merced de sus temores y sus miedos.

A Sara le sonó el móvil. La llamaban desde la habitación de su madre. Sus hermanos, con los ojos clavados en Sara, intentaban escuchar la conversación. Entendieron que les decían que ya podían ir a visitarla. Cuando Sara colgó, se levantaron para irse.

Quisieron despedirse de Max y agradecerle sus consejos, pero para su sorpresa y en gran parte desconcierto, se encontraron con una silla vacía. En el corto lapso de tiempo en que habían concentrado su atención en la llamada, Max había desaparecido.

Fue Carmen quien tuvo una sensación extraña, como si aquella conversación, simplemente, no hubiera existido.

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