No es el dinero (algunos ya lo saben), no es el éxito (algunos se niegan a creerlo), no es la fama (a algunos les encantaría). Es la calidad de las relaciones con los demás lo que determina que unas personas sean más felices que otras y (en parte) que vivan más.
El mayor estudio sobre felicidad realizado en el mundo por la Universidad de Harvard (con el seguimiento de 724 personas durante 75 años) concluye que solo hay un factor que de forma consistente explique por qué algunas son más felices que otras: la calidad de sus relaciones.
Y, para muchos de nosotros, mantener unas buenas relaciones no es nada fácil. Nos enfrentamos a una situación que nos es muy nueva y no siempre sabemos gestionar, y es que nunca hasta ahora nos habíamos relacionado con tanta gente.
Por qué necesitas ordenar tus relaciones
Nunca antes habíamos tenido los medios para mantener el contacto con tantas personas, estén donde estén. Nunca antes alguien nos podía encontrar –y contactar– con tanta facilidad. Y esto hace que en muchos momentos estemos dedicando nuestro tiempo y energía a las personas equivocadas.
Es el momento de tomar el control sobre nuestras relaciones. De ordenarlas. De decidir cuáles queremos conservar y cuidar y de cuáles nos deshacemos, y de pensar qué hacemos para reforzar las que realmente queremos.
Es en suma el momento de decidir qué queremos y esperamos de cada relación. Porque nos jugamos nuestra felicidad en ello (y, según el mencionado estudio, algunos años de longevidad).
En primer lugar, necesitamos estar de acuerdo con algunas premisas. Porque determinarán lo que podemos hacer y lo que tiene sentido que hagamos:
1. El número de relaciones que podemos manejar es finito (y además muy pequeño)
Podemos tener miles de contactos (porque somos activos en las redes, o porque lo necesitamos profesionalmente). Pero no podemos mantener miles de relaciones. Ni tan solo cientos.
Para la mayoría de nosotros, el número máximo de relaciones activas que seremos capaces de gestionar de forma intensa y simultánea estará entre las veinte y las treinta. No muchas más.
Otra cosa muy distinta es que este número no sean todas nuestras relaciones posibles. Son nuestras relaciones activas en un instante preciso. Dentro de la cifra que nos salga, hay una importante movilidad de personas. Es natural y así lo hemos de vivir.
2. Las distintas relaciones son precisamente eso, distintas
No hay relaciones iguales. Todas son distintas. Las hay de mucho contacto y mucha profundidad (es lógico). Como las hay de poco contacto y mínimo vínculo (es lógico también). Pero las hay también de mucho contacto y poca profundidad (una lástima). Y de poquísimo contacto y enorme vínculo (una maravillosa rareza).
La frecuencia de contacto no predice la calidad de una relación. Tampoco la etiqueta que le colguemos (familia, amigos, compañeros de trabajo, exalumnos…). La calidad de una relación no la determina su naturaleza, ni su antigüedad, sino su profundidad.
3. Las relaciones cambian
Las relaciones no solo se crean, también crecen, evolucionan, se desgastan, terminan y en algunas ocasiones –aunque no en muchas– reviven o renacen.
Nuestro círculo de relaciones estará siempre en constante cambio.
Este es un hecho no solo natural sino también necesario: si mantuviéramos para siempre nuestras relaciones originales, nuestro círculo permanecería cerrado (y a una temprana edad, nos tememos; lo cerraríamos solo con los compañeros de clase) y nos perderíamos maravillosas oportunidades de conocer a gente extraordinaria a lo largo de nuestras vidas.
Nuestro círculo de relaciones no será nunca ni estable ni permanente (y es bueno que no lo sea).
4. Las relaciones que no se cuidan se mueren
Las relaciones no funcionan solas. Alguien tiene que tomar la iniciativa, hacer que pasen cosas, provocar encuentros, generar espacios para compartir y hacerlas crecer.
Si no hacemos nada en una relación, tarde o temprano se habrá convertido en poco más que un entrañable recuerdo. Y en las relaciones, nuestra capacidad de fantasear es poderosa, hasta el punto de que algunas solo las vivimos en nuestra imaginación.
Hay personas con las que hace años que no hemos quedado. Y sin embargo juraríamos que nos hemos visto hace poco. Y este es el problema: no hacemos nada porque nos creemos que ya estamos haciendo, o que ya hemos hecho.
¿Por qué ocurre esto? Pues porque lo que seguro que sí hemos hecho es pensar en que deberíamos quedar. Y para la mente, hacer o imaginar que hacemos es lo mismo. En las relaciones, pensar en hacer no es suficiente: hay que hacer.
5. Una relación es una invitación: si no hay libertad, no hay relación.
Las relaciones son cosa de dos, y una relación no puede ser nunca una imposición. Las relaciones solo funcionan cuando sentimos la total libertad de estar en ellas como queremos estar. Cuando pensamos en una relación en términos de obligación, deja de ser una relación.
En libertad las relaciones crecen –nos apetecen las relaciones en las que nos sentimos nosotros mismos–y evolucionan (si cambiamos de momento vital, es posible que cambiemos de tipo de relación). Sin libertad simplemente descarrilan.
No nos podemos relacionar, aunque queramos, con todo el mundo. Si el otro no quiere, o no puede, no hay solución posible.
Estas son cinco premisas que rigen las relaciones. Tenerlas bien presentes nos ayudará a saber lo que podemos y no podemos hacer en cada momento y con cada relación.
Ha llegado el momento de ordenar
¿Y cómo se ordenan las relaciones? Las relaciones se ordenan como cualquier otra cosa que queramos ordenar: nuestro armario, una librería, el garaje o lo que se nos pueda ocurrir. Tenemos que hacer tres cosas: elegir, cuidar y sanar.
1. Elegir
Porque siempre que ordenamos algo, lo primero que tenemos que hacer es limpieza; en el caso de nuestras relaciones, tenemos que revisarlas y tener claro cuáles queremos y cuáles no. Y si descubrimos, además, que nos faltan algunas, habremos creado el espacio para incorporarlas.
Y hay un criterio fundamental para hacerlo: cuando pienso en una relación, ¿me suma energía o me resta? Si me suma energía, la elijo. Si me resta… será una clara candidata a sacármela de encima.
2. Cuidar
Porque una vez elegidas, las cosas que nos quedamos son las que nos importan, y si no las cuidamos se estropean; pensando en nuestras relaciones, las que no se cuidan se pierden, y cuidarlas significa dedicarles tiempo y energía. Y para tener el tiempo de cuidar, vamos a tener primero que descuidar: descuidar contactos, compromisos y relaciones banales que nos quitan horas y energía.
3. Sanar
Porque al ordenar vamos a encontrar cosas que queremos pero que están estropeadas. En nuestras relaciones ocurrirá lo mismo: las hay que son muy valiosas para nosotros y sin embargo están dañadas. Solo sanándolas las podremos disfrutar de verdad.
Para sanarlas, vamos a tener que saber abordar los conflictos: en el momento oportuno y con el tono oportuno. Porque el tiempo no cura los problemas, los enquista.
Elegir, cuidar y sanar. Y en esta secuencia. Estas son las bases para ordenar. Ordenar lo que sea. También en este caso nuestras relaciones.
Vale la pena, porque nuestras relaciones son nuestra vida y nos jugamos nuestra felicidad en ello.