Todos nos hemos sentido alguna vez bloqueados por la timidez. Nos posee cuando pensamos en acercarnos a cierta persona, cuando hablamos ante un grupo de gente, cuando queremos pedir algo y no las tenemos todas, cuando nuestra opinión nos parece impopular, incluso cuando sentimos la mirada de los demás sobre nosotros.

La timidez nos empuja a ocultarnos, mantenernos al margen y espiar desde nuestro escondite todo aquello de lo que desearíamos formar parte. ¡Cómo se divierten!¡Cómo disfrutan! Podríamos estar allí, si tan solo nos atreviéramos… ¿Pero dónde encontrar el valor?

Para evitar que la timidez se interponga en nuestra vida podemos empezar por reconocer el deseo que se esconde bajo ella y acabar por lanzarnos. Zambullirnos en los riesgos y sobrevivir es cada vez más fácil si atendemos a estas claves.

¿De dónde viene nuestra timidez?

Esa sensación de incomodidad a la que llamamos timidez aparece justo antes de un encuentro o del contacto con alguien. Podríamos pensar que es como una especie de vergüenza específica; una vergüenza social anticipatoria, en términos técnicos.

Es el sentimiento que surge frente al juicio negativo que nos hacemos sobre nosotros mismos. Se trata de una condena a nuestra propia manera de ser.

La timidez se nutre de nuestra mirada impiadosa. Desde esa perspectiva no se trata de que "hagamos" las cosas mal sino de que "nos vemos" esencialmente insuficientes o débiles de una manera u otra para poder hacerlas.

Veredicto: condenados al destierro

Desde tiempos inmemoriales, el castigo que se aplicaba a aquellos que portaban la vergüenza no era otro que el destierro. “No eres digno de vivir entre nosotros". Así no sorprende que, cuando sentimos vergüenza o timidez, nos sometamos a esta misma condena. Nos autodesterramos considerándonos indignos y diferentes. Creemos que solo demostrando nuestra valía seremos aceptados, y eso puede llevarnos por el equivocado camino de intentar ser lo que no somos.

La timidez es una brújula

Uno de los aspectos positivos de la timidez es que puede funcionar como una brújula que apunta hacia lo que nos interesa. A nadie le incomoda lo que le es indiferente, así que, cuando aparece, sabemos que estamos ante una situación en la que hay algo que deseamos.

Todos lo hemos experimentado en la infancia: un niño dice con voz de sorna: “¡A Pedrito le gusta Martita, La La La Laaa!”. Y si Pedrito se pone colorado y esconde la cabeza entre los hombros, todos lo confirman: le gusta Martita. Si no le gustase, su indiferencia hubiese hablado por él.

Cómo huir de la perfección

Las personas que son tímidas a menudo tienen también un nivel de perfeccionismo muy alto. Típico de un tímido sería decir: “No me atrevo a hablar, temo decir alguna tontería”.

¿Es que acaso es posible hablar sin errar? ¡Por supuesto que no! Evidentemente, alguien así tiene unas expectativas muy elevadas.

Los temores que la timidez expresa tienen siempre como contracara la ambición de un encuentro perfecto, en el que todo sale armónicamente de acuerdo a lo esperado. Comprender que los encuentros reales son parciales (no les gustas a todos y a nadie le gusta todo de ti) es clave para poder acercarse a otros.

¡Stop! Deja de idealizar

La desvalorización propia se acompaña, casi invariablemente, de una idealización de los demás. Los tímidos a menudo creen que los otros no tienen inseguridades, temores ni dudas; todo lo cual es falso, por supuesto. Toman lo que ven y lo que los otros muestran como la única verdad.

Comprender que aquellos que parecen tan inalcanzables e impolutos sufren de la misma inseguridad que uno será otra de las claves importantes para empezar a abandonar la ilusión que tanto nos inhibe de que ellos son gigantes y nosotros, diminutos.

Ir paso a paso para entrenarse

La timidez no es, sin embargo, del todo inútil. Es decir, cuando alguien siente que no está preparado para una determinada experiencia es posible que algo haya de cierto.

Ello no quiere decir, por supuesto, que entonces sea lo adecuado mantenerse al margen… pero sí significa que igual sería bueno entrenarse un poco para ello.

Como en todo entrenamiento, es menester comenzar poco a poco. Habrá que comenzar entonces por situaciones sociales más familiares para avanzar hacia las que realmente nos despiertan mayor interés.

El deseo y el miedo al rechazo

La timidez es un modo de evitar el dolor del rechazo: no me ilusiono para no desilusionarme después.

Pero debemos comprender que aun cuando no consiguiéramos lo que esperábamos (que la audiencia no halle nuestro discurso genial, por ejemplo), de todos modos teníamos derecho a desearlo e intentarlo. La timidez nos lleva a pensar que ni siquiera tenemos derecho a querer lo que queremos. Es crucial sostener nuestro deseo, independientemente de los resultados.

Solo un necio puede creer que siempre será aceptado. Los que no lo somos nos damos cuenta, de modo natural, que el rechazo es una posibilidad.

Aprender a correr riesgos

El reconocido psicólogo italiano Giorgio Nardone, tras seguir infinidad de casos de personas que sufrían ansiedad, aconsejaba: "Si tienes que evitar algo, evita evitar". La evitación sostiene el temor y mantiene intacta la idea de que el rechazo sería algo intolerable y oxida nuestros engranajes sociales.

Cuando corremos riesgos, por el contrario, comprobamos que podemos sobrevivir a aquello que tanto temíamos. Además vamos, con cada nueva zambullida, ganando soltura. Cada vez, os lo aseguro, es menos difícil que la anterior.