Las brujas hemos resucitado. Para ser francas, las primeras feministas norteamericanas y, en alguna medida, las feministas francesas, italianas y alemanas a mediados de los años 70 fueron las primeras en reivindicarlas.
¿Cómo conectar con nuestro yo ancestral?
Ahora bien, ¿de qué brujas estamos hablando? De la enorme masa de mujeres socialmente condenadas durante la Edad Media en Europa –uno de los periodos más misóginos de la historia moderna–, cuando el solo hecho de haber nacido mujer era considerado pecado. En esa época las mujeres teníamos prohibido el acceso al conocimiento y se nos imputaba una falta de raciocinio explicado de modo grotesco, utilizando dudosas filosofías religiosas. Según San Agustín: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en santos varones”.
En la Edad Media, las mujeres teníamos prohibido el acceso al conocimiento y se nos imputaba, grotescamente, falta de raciocinio
Todos sabemos que arrastramos desde esos tiempos los conceptos relativos al cuerpo femenino como maléfico, el miedo hacia la sexualidad femenina, la mujer como imagen del mal y tantas otras ideas que han penetrado en el inconsciente colectivo a través de generaciones y que aún subsisten.
Poderosos universos privados
Pero lo más interesante es saber que incluso en épocas de persecución y terrorismo emocional, muchísimas mujeres en sus ámbitos privados, siguieron ejerciendo su propio poder en conjunción con su ser. ¿Cómo? Las más sabias, atendiendo los partos de sus vecinas (los médicos –que eran muy pocos– no habían ingresado aún en las salas de parto que se consideraban impuras). Dando medicinas preparadas con hierbas a las mujeres, tanto para enfermedades generales como para enfermedades relativas a los ciclos femeninos (dolores menstruales, infertilidad). Algunas mujeres sabias practicaban los abortos. Estas mujeres conocían los secretos relativos a la anticoncepción.
Acompañaban a las adolescentes a ingresar con sencillez en los ciclos de ovulación y sangrado, enseñaban a las puérperas a manejarse con sus hijos recién nacidos y –aunque no tenían acceso al mundo público ni sabían leer ni escribir– reinaban en el centro de los universos privados en contacto con los cuerpos vibrantes y calientes de las mujeres.
Las mujeres sabias se ocupaban también de enterrar a los muertos, ya que estaban acostumbradas a tocar los cuerpos y conocían como nadie los rituales de purificación. Conocían los misterios de los mundos emocionales y eran capaces de acompañar las tristezas más hondas y las pérdidas más desesperantes. Estas sapiencias eran transmitidas de madres a hijas y es probable que hayan salvado a varias generaciones que, en caso contrario, no hubieran llegado a nacer, ya que la persecución y la matanza de las mujeres parece haber sido uno de los genocidios más abrumadoramente generalizados de la historia.
Nuestras heridas y huellas
¿Cómo nombraban a estas mujeres sabias que contactaban con el inicio de la vida y con la muerte, con la reproducción y la sexualidad? Brujas. Claro que no tenían largas narices ni volaban en escobas. Pero el hecho de considerarlas brujas posibilitó que fueran condenadas y quemadas en hogueras.
Las más sabias, atendiendo los partos de sus vecinas (los médicos –que eran muy pocos– no habían ingresado aún en las salas de parto que se consideraban impuras). Dando medicinas preparadas con hierbas a las mujeres, tanto para enfermedades generales como para enfermedades relativas a los ciclos femeninos (dolores menstruales, infertilidad). Algunas mujeres sabias practicaban los abortos. Estas mujeres conocían los secretos relativos a la anticoncepción.
Las más sabias atendían partos, daban medicinas preparadas con hierbas, practicaban abortos y conocían los secretos de la anticoncepción
Casi no hay textos escritos sobre estas prácticas porque la historia oficial siempre la escriben los conquistadores o los vencedores de las batallas. Sin embargo, existen registros pictóricos y una transmisión oral que se ha perpetuado a lo largo del tiempo y que da cuenta de que durante tres siglos, la quema en las hogueras fue una costumbre arraigada. Philippe Ariès –un historiador francés fallecido en 1984– fue uno de los primeros en investigar la vida privada acontecida a lo largo de los últimos dos mil años. Puso especial énfasis en la infancia y abordó –con los elementos que fue cosechando– la realidad de las mujeres dentro de los hogares. Luego han surgido otros historiadores que continúan con la tarea de encontrar huellas de este pasado reciente referido a las vidas de las personas en lugar de centrarse en las políticas de los imperios, cosa que no solemos encontrar en los libros de historia convencionales.
Las brujas de hoy
Han pasado cientos de años y así hemos arribado al siglo XX. Las primeras mujeres feministas fueron quienes rescataron la figura de la bruja como símbolo del contacto con la naturaleza femenina y en representación del poder de las mujeres, que es el poder del servicio y del amor al prójimo. Las mujeres contemporáneas que nos sentimos representadas e identificadas con las brujas de antaño intentamos recuperar el femenino oculto de cada mujer que –a pesar de las persecuciones y los conceptos retrógrados– ha subsistido, porque el sí mismo genuino es imposible de ocultar. El fuego ardiente de cualquier mujer, desplegado en sensibilidad, belleza, oración, cuidado, ternura y profundidad, está presente desde que nacemos, y en calidad de hembras humanas precisamos convertirnos en guardianas que aviven ese fuego y cuiden que la distancia con nuestra energía femenina no se agrande más allá de lo tolerable.
El fuego ardiente de toda mujer, desplegado en sensibilidad, belleza, oración, ternura y profundidad, está presente desde que nace
Esa es la función de las brujas hoy: preservar la unión entre nuestra propia naturaleza y la vida cotidiana que nos arroja hacia formatos tóxicos o superficiales. Acercar a cada mujer –joven o madura– el perfume de su propia feminidad para que lo conservemos como nuestro mayor tesoro, aun cuando la vida moderna nos obliga a olvidar por momentos que estamos regidas por los ciclos lunares, es decir, que estamos milimétricamente conectadas con el cosmos.