Hace un año y medio, en la feria de Frankfurt causó sensación un ensayo sobre el silencio de un autor noruego, editor de profesión además de explorador de territorios helados. Hubo subastas en muchas lenguas de El silencio en la era del ruido, de Erling Kagge, que a lo largo de 33 breves capítulos intenta contestar a tres preguntas: ¿Qué es el silencio? ¿Dónde encontrarlo? ¿Por qué es hoy más importante que nunca?

El ruido que no elegimos

Empezando por la tercera pregunta, en nuestro mundo de multitasking y de conexión permanente a las redes, la avalancha de estímulos es tan gigantesca que ha acabado enterrando nuestra concentración y nuestra capacidad de reflexionar y de hacernos preguntas como las que plantea el noruego.

Hace solo dos décadas, cuando viajábamos en autobús o en un vagón de metro, podíamos ver a una docena de personas leyendo libros o periódicos al ir o volver del trabajo. Otras miraban por la ventana o estaban ensimismadas en sus pensamientos. Se centraban plenamente en una sola cosa.

Hoy encontraremos con suerte a uno o dos lectores. El resto del pasaje está trasteando su smartphone, por donde entra –como quien abre una boca de riego– un torrente de actualizaciones de las redes sociales, whatsapps y correos electrónicos, entre otras distracciones como los videojuegos. Las caras de estas personas ya no son de plácida concentración, como quien navega dentro de una novela, sino de estrés.

No logramos escuchar el silencio porque estamos enganchados al pasado, ocupados con el presente y temerosos del futuro.

Ante la miríada de informaciones, posts y comentarios, sus dedos vuelan por el minúsculo teclado tratando de llegar a todo, de contestar a todo, de atender a todo. Tienen pánico a perderse algo importante si no lo hacen.

Este bombardeo agotador al que nos sometemos durante el trayecto continuará cuando salgamos a la calle, luego en el trabajo, al regresar a casa e incluso estando dentro de la cama.

¿A qué viene tanto ruido, cuando podríamos prescindir de la mayor parte de estos mensajes sin que nuestra vida se resintiera en lo más mínimo?

El miedo a no hacer nada

Hace tres siglos y medio, el matemático y filósofo Blaise Pascal ya aludía a esta cuestión al decir que “la infelicidad del hombre se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Con ello se refería a un lugar sin entretenimientos ni distracciones de ninguna clase. Un lugar donde pensar con la única compañía del silencio.

Se ha comprobado que el ser humano teme este encuentro con uno mismo, quizás aún más hoy que en la época de Pascal. Prueba de ello es el estudio mencionado por Erling Kagge en su libro.

Investigadores de dos universidades norteamericanas trabajaron con un grupo de voluntarios que se ofrecieron a pasar solos un tiempo determinado, sentados en una habitación sin entretenimientos. El único estímulo posible era pulsar un botón que liberaba una pequeña descarga eléctrica que sufría el propio voluntario.

Por increíble que parezca, muchos de ellos pulsaron el botón numerosas veces –alguno, cientos de veces–. Preferían aquella sensación desagradable y agresiva a no experimentar nada. Quizás porque sentarse tranquilamente a pensar les parecía más amenazador.

Cómo practicar la serenidad interior

En su libro Silencio, Thich Nhat Hanh presenta una fácil salida al ruido en el que vivimos inmersos. Contestando de alguna manera a la segunda pregunta con la que abríamos este artículo, para encontrar el silencio solo son necesarios tres sencillos gestos: detenerse, respirar y acallar el pensamiento.

Sobre la primera pregunta, qué es el silencio, el monje vietnamita considera un error creer que el silencio sea una ausencia de sonido, una anomalía exterior. Tal como comprobarán los que realicen los tres pasos que propone, el silencio es un poder interior que todos tenemos. Lo que sucede es que pocas veces nos atrevemos a escucharlo. En lugar de eso, la “radio” de nuestra mente –Thich Nhat Hanh la llama PSP: pensar sin parar– va emitiendo ruidos para tapar el silencio.

Sin embargo, tal como afirma este maestro espiritual: “Solo cuando la mente se acalla lograremos oír quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida, las dos claves de la armonía y la felicidad”.

Interpretar el silencio

En 1952, John Cage sorprendió al mundo con una composición que constaba de 4 minutos y 33 segundos de silencio. Para ello, el pianista se sentaba frente al teclado ante la partitura con la palabra Tacet, que indica que el músico no debe tocar durante el tiempo estipulado que da nombre a la pieza: 4’33’’.

Algunos críticos opinan que la intención de Cage era que los espectadores escucharan los sonidos que se producen en una sala en silencio, esa sería la partitura oculta y siempre distinta. En todo caso, este experimento artístico revela que el silencio está en todas partes, esperando siempre ser escuchado.