¿Te sientes vacío? Descubre tu misión

Todas las culturas han hecho su búsqueda del sentido de la vida. Las respuestas halladas no indican otra dirección que hacia uno mismo.

misión vital

Decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en uno de sus aforismos más célebres:

"quien tiene un por qué vivir, puede resistir casi cualquier cómo"

El problema es que muchas personas pierden de vista ese "por qué". De hecho, es algo que ha experimentado todo el mundo en algún momento de su existencia.

Cuando Viktor Frankl, psiquiatra creador de la logoterapia, hablaba de la importancia de encontrar nuestra misión en la vida, no se refería a la realización profesional ni a otros aspectos de la vida exterior, sino a descubrir aquella llama interior que nos ilumina el camino que debemos seguir.

Muchos pacientes le preguntaban: "¿Y si no sé cuál es mi misión en la vida?", a lo que Frankl respondía: "En ese caso ya tienes una: descubrir cuál es".

¿Cuál es el sentido de la vida?

Hallar el sentido de la vida ha sido una preocupación humana desde las primeras culturas de las que tenemos rastro. La propia existencia de las religiones tiene su origen en la búsqueda de ese significado más allá de los esfuerzos cotidianos.

El sentido de la vida, según las religiones

En las religiones monoteístas, por ejemplo, la entrega a los demás y el amor al Creador tendrían como recompensa alcanzar un reino de los cielos que, según interpretaciones modernas, podría referirse también a un estado más evolucionado de conciencia, libre de la esclavitud del deseo y de los apegos.

La perfección de uno mismo, como objetivo vital, está asimismo presente en el hinduismo y el budismo, que consideran que proseguimos en ese camino de perfeccionamiento a lo largo de varias vidas. La misión del individuo sería vivir una existencia lo más elevada posible para subir un peldaño en la próxima reencarnación.

El sentido de la vida, según la filosofía

Pero, ¿qué sucede si no creemos en Dios ni en otra vida que no sea esta? Esta búsqueda no es exclusiva del pensamiento religioso; los pensadores laicos también se han ocupado de ella.

El filósofo español José Ortega y Gasset afirmaba lo siguiente en uno de sus ensayos más conocidos: "La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya".

Mujer agachada en el mar

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La aventura de ser tú

"Hacer" la propia vida significa trazar un sendero que merezca la pena ser caminado. Así como el enamorado descubre la magia en todo lo que le rodea, admirando las maravillas cotidianas que antes le resultaban invisibles, la realidad también se vuelve radiante para quien tiene una misión personal.

Los entusiasmados padres de un bebé, un artista en ebullición creativa o un cooperante que ve el resultado beneficioso de sus actos son ejemplos de personas que abrazan su misión en la vida. Sin embargo, para la mayoría de los seres humanos hay muchos momentos en los que ese faro interior se apaga y dejamos de entender hacia dónde navegamos, e incluso el porqué de la propia travesía.

Vacío existencial

Aunque el vacío existencial no es exclusivo de la adolescencia, el paso de niño a adulto suele ir acompañado de un sentimiento de andar perdido en tierra de nadie. La seguridad y calidez de la infancia quedan atrás, pero aún no entendemos las reglas de juego del mundo adulto.

De alguna manera, hemos matado a los viejos dioses sin tener todavía dioses nuevos.

En las culturas ancestrales, se propiciaba el "rito de paso" para facilitar esta transición. Se dejaba al joven perdido en un bosque para que se enfrentara a sus miedos y, en soledad, encontrara un nuevo sentido a su vida. Esta aventura simbólica era una metáfora de la propia existencia, en la que las crisis, accidentes y obstáculos son herramientas para conocernos mejor y transformar nuestra conciencia.

Este proceso prosigue toda la vida de forma sutil, ya que a lo largo de nuestra existencia se producen muertes reales y simbólicas, y toda clase de renacimientos… Cuando dejamos de tener a nuestros padres, después de una ruptura sentimental, o al perder un trabajo al que hemos dedicado una buena cantidad de años, se produce ese vacío que pide ser llenado con una nueva visión vital.

Viaje inicático

Hermann Hesse narró de manera poética, en su obra Demian, el viaje iniciático que todo ser humano realiza, aunque a menudo no tenga conciencia de él:

"La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero (…). Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras de huevo de un mundo primario. Unos nunca llegan a ser hombres; se quedan en rana, lagartija u hormiga. Otros son mitad hombre y mitad pez. Pero cada uno es un impulso de la Naturaleza hacia el hombre. Todos tenemos orígenes comunes: las madres; todos procedemos del mismo abismo; pero cada uno tiende a su propia meta".

Darnos cuenta de ese camino vivo en el que nos vamos haciendo a nosotros mismos nos ayudará a encontrar la meta que da sentido a todo el viaje.

El sentido de la vida, hoy

La fábula contemporánea más célebre sobre la búsqueda del sentido de la vida es El alquimista de Paulo Coelho, que cuenta el viaje de un joven pastor que, tras dormir en una iglesia abandonada, sueña con un tesoro y sale de viaje para encontrarlo.

Lo que muchos lectores no saben es que Coelho se basó en un viejo relato hasídico llamado El sueño de Rabí Aizik, recogido por Martin Buber, escritor y filósofo judeo austrohúngaro.

Tras vivir en la extrema pobreza durante muchos años sin que su fe en Dios se debilitara, una noche Rabí Aizik soñó que alguien le pedía que fuera a Praga a buscar un tesoro bajo el puente que conduce al palacio del rey. Cuando el sueño se repitió por tercera vez, Aizik se preparó para el viaje y partió hacia Praga.

Pero el puente estaba vigilado día y noche, y él no se atrevía a comenzar a excavar. Sin embargo, iba allí todas las mañanas y se quedaba dando vueltas por los alrededores hasta que anochecía. Finalmente, el capitán de los guardias, que lo había estado observando, le preguntó de buena manera si estaba buscando algo o esperando a alguien.

Rabí Aizik le refirió el sueño que lo había traído desde una lejana comarca. El capitán de los guardias se rió entonces con ganas y le dijo: "¿Así que por obedecer a un sueño, tú, pobre amigo, has desgastado las suelas de tus zapatos para llegar hasta aquí? Y en cuanto a tener fe en los sueños… también yo, de haberla tenido, habría partido cuando soñé una vez que debía ir a Cracovia y cavar en busca de un tesoro debajo de la estufa en el cuarto de un judío llamado… ¡Aizik, hijo de Iekel! Imagínate lo que hubiera pasado. ¡Habría tenido que excavar en todas las casas de por allí, donde una mitad se llama Aizik y la otra mitad, Iekel!". Y el capitán volvió a reír.

Aturdido ante esta revelación, Rabí Aizik se despidió y viajó apresuradamente de vuelta a su hogar. Una vez allí, cavó debajo de la estufa y encontró el tesoro. Muchos años después, el Rabí Bínam hacía sobre esta historia una sabia reflexión: hay algo que no puedes encontrar en ninguna parte del mundo.

Y hay, sin embargo, un lugar donde puedes hallarlo. Este tesoro que está tan cerca que a menudo no somos capaces de verlo es el mismo que el profesor alemán de filosofía Eugen Herrigel –que dio a conocer el zen entre el público occidental– aprendería de su maestro de tiro al arco en su lección final, en el Japón de la segunda década del siglo XX.

Tras cinco años de duro entrenamiento en los bosques, tratando de clavar la flecha en la diana, el maestro le reveló a Eugen Herrigel que, en el fondo, "el arquero se apunta a sí mismo". Así le indicaba la misión última de la que ya hablaban los antiguos filósofos: superarse a sí mismo.

Es el mejor reto que todos tenemos por delante

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