Estamos enfermos de impaciencia.
Borramos las fotos que no nos gustan y hacemos otras mil.
Compramos comida hecha y congelada que está lista en un minuto.
Miramos el móvil cien veces cuando alguien se retrasa un poco.
Silenciamos aquellos pensamientos que son contrarios a los nuestros.
Creemos mejorar si podemos poseer otros cuerpos más buenos porque hemos mejorados los nuestros.
Elegimos siempre algo más hermoso desechando lo anterior sin mirar hacia detrás.
Construimos nuestro deseo en base a cosas efímeras.
A la juventud o a la popularidad o a lo que hemos conquistado.
Bloqueamos si nos increpan.
No contestamos si nos piden explicaciones.
Desaparecemos si surge alguna responsabilidad.
Tiramos a las personas como si fueran cosas.
Porque siempre hay gente que no nos conoce a la que poder usar durante un tiempo.
Porque es más sencillo mentir tres meses que veinte años.
Ya no sabemos esperar.
Dices esperar cosas de las personas y te llaman dependiente.
Cuando solo queremos que nos traten bien y nos cuiden.
Esperar a que los lazos se fortalezcan con los días.
Ya no sabemos acompañar.
Porque la compañía requiere de paciencia, requiere de conocimiento mutuo, requiere estar.
Ya no sabemos quedarnos.
Quedarnos en las vidas de la gente como las raíces de un árbol milenario se quedan en la tierra.
Como los nidos en las ramas después de criar.
Como las orillas en las playas cuando baja la marea.
Pero nosotros forzamos el suceso.
Aniquilando la posibilidad de que realmente suceda.
Asfixiando la incertidumbre.
Matando el amor.
Porque el amor es permanecer.
Hasta que marchas.
Y dejas marchar.