Yo voy,
yo te lo miro,
yo te lo busco,
yo te escucho,
yo te lo llevo,
yo te lo traigo,
yo te espero,
yo te lo hago,
yo duermo aquí,
yo te llamo,
yo te lo compro,
yo te lo regalo,
yo salgo,
yo te calmo,
yo te lo soluciono,
yo te lo explico,
yo te lo recuerdo,
yo te lo presto,
yo te lo repongo,
yo te consuelo,
yo puedo.
Das y das y vuelves a dar.
Como los peces en el río.
Na(dando) contracorriente.
Proporcionando tantísimo que
desapareces.
Que hace imposible que el resto te
corresponda.
Tal vez por eso mismo: por miedo a
que lo hagan.
Porque crees que tú no te mereces nada.
Pero la balanza está descompensada,
claro que lo está.
Y un día llega el agotamiento.
Te sientes mal.
Claro que sí: ¿Cómo no ibas a estarlo?
Si no recibes.
Y entonces, un día, empiezas a retirarte.
Dejas de dar sin medida.
Y el resto se extraña: Ay, has cambiado.
Claro que lo has hecho.
Ya no haces lo que el resto
necesita que hagas.
Les acostumbraste mal: A sentir que
exigirte era lo normal.
Y ahora que no das lo que te exigen son ellos los que desaparecen.
Dicen que hay que poner límites a
aquellos que se supone que te quieren.
Yo digo que si alguien te quiere
no debería extralimitarse.
Nunca estuviste más solo,
ni más feliz, que cuando empezaste
a hacer lo que querías.
Cuando aprendiste que
el amor no pasa por complacer.
Que el amor no es hacer sentir bien al otro.
Es darte valor.