Rafaela llegó a mi consulta después de un tiempo en el que se había encontrado muy bien tras terminar la terapia. Estaba preocupada y decepcionada por estar atravesando un periodo de mucha inseguridad y malestar justo cuando pensaba que estaba completamente recuperada.
Si antes se sentía tan conectada con la vida, ¿cómo era posible que ahora estuviera tan confundida y perdida, que dudara de todo? En algo se había estado equivocando...
Enganchados a la perfección
–Me sentía plena y feliz. Todo era perfecto, y poco a poco se ha ido derrumbando. Estaría bien que todo se mantuviera perfecto todo el tiempo –me dijo.
–Voltaire escribió que lo perfecto es enemigo de lo bueno –le contesté.
–¿Qué quieres decir? No entiendo.
Mira, tengo una amiga que se dedica a alquilar pisos. Siempre dice que se dará permiso para descansar cuando los tenga todos alquilados y arreglados, algo que no acaba de ocurrir nunca o que, cuando sucede, no dura. Espera que la situación sea perfecta para vivir y disfrutar...
Lo que vemos como perfecto y lo que nos exigimos para conseguirlo y mantenerlo nos daña más que nos beneficia
–¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
–Tú estás pidiendo mantener una situación ideal que viviste en cierto momento y no aceptas que no pueda permanecer en el tiempo ni ser eterna. Y si lo perfecto es opuesto a lo bueno, igual lo bueno para ti ahora es pasar por este periodo de inseguridad y duda. Tal vez así puedas aprender algo nuevo. La vida es cambio. De todos modos, lo que no entiendo es por qué te culpas de lo que te sucede...
–Pienso que he hecho algo mal. Me paso todo el rato dándole vueltas para averiguar qué error he cometido para sentirme así.
–¿Te das cuenta de este juez interno tan castrador vive en ti y que te dice lo que tienes que hacer y cómo deberían ser las cosas?
- Siempre he creído que tenía que hacer las cosas desde desde lo que es correcto. También siento que tengo que hacer todo lo posible para que los demás estén bien.
–¿Has pensado en que no estás haciendo las cosas desde lo que tú quieres? Actúas desde el deber.
Parece que solo hay un modo de hacer las cosas, pero hay otras formas de actuar más cercanas al placer
Además de la mente que nos dicta lo que tenemos que hacer y lo que no, existen en nosotros otras partes que también cuentan. El cuerpo, las emociones y el instinto, por ejemplo, nos hacen humanos. Y es bueno darles voz y espacio. La perfección es cosa de dioses, los humanos somos limitados y nos equivocamos.
–Es que yo querría ser una superwoman –rió–. Y hacerlo siempre todo bien, sentirme siempre feliz... ¿Me estás diciendo que no puede ser?
Ser perfectos: pura fantasía
La adicción a la perfección es un mal de nuestra cultura y sociedad. Sin embargo, para ser perfectos es imprescindible amputar partes de nosotros mismos que no encajan con el ideal de perfección que tenemos. Por ejemplo, si queremos tener un cuerpo perfecto, tenemos que reprimir nuestra pereza e imponernos una disciplina férrea de actividad física y dieta o ir al cirujano para que directamente nos “corte” ciertas partes del cuerpo y “agrande” otras.
“La evolución solo se produce después de la catástrofe. Si no hay catástrofe, uno se ancla en la rutina y la atrofia psíquica”, asegura Boris Cyrulnik
Está bien tener un ideal que sirva de modelo de referencia para mejorar y desarrollarse. Pero cuando este se convierte en un corsé y se va hinchando desconectándose de nosotros como totalidad, es un lastre que nos va alejando de la felicidad y nos arrastra a la deriva. Nos distancia de nuestra humanidad, de lo que es la vida en verdad.
La perfección es una idea de la mente. Es nuestra parte racional la que se empeña en perseguir una fantasía
Nosotros somos más que eso. Tenemos unas emociones, un instinto y un cuerpo que son lo que son. La cultura patriarcal ha situado la razón por encima de la emoción y el cuerpo. Y a menudo, lo que dicta la mente no se corresponde en absoluto con lo que nuestra emoción y nuestro cuerpo reclaman.
Ser humano implica estar sometido a ciclos vitales, a tristezas y a alegrías, a cansancio y hambre, a pasar de la infancia a la vejez...
Para la terapia Gestalt, más que ser perfecto se trata de tener todas las posibilidades ante sí y vivir de la manera más completa posible. Esto significa aceptar que, como Rafaela, tendremos momentos de plenitud, de sentirnos muy capaces, de fluir y vivir en el presente y disfrutarlo; y momentos en los cuales nos sentiremos confundidos, incapaces, tristes e incompletos.
“Luchar por la perfección es matar el amor, porque la perfección no reconoce la humanidad”, asegura la analista junguiana Marion Woodman, autora de Adicción a la perfección. “Por más energía que se emplee, el ego no puede llevar a cabo sus ideales de perfección porque hay otra realidad interior”.
La realidad interior está constituida por el instinto, las emociones y todas aquellas pulsiones más inconscientes
Uno de los aspectos en los que ponemos más empeño es la búsqueda de la pareja ideal. Vamos descartando candidatos lamentando nuestra mala suerte por no encontrar a la persona perfecta, que es aquella que se ajusta exactamente a nuestros ideales. Incluso a veces nos enamoramos y nos casamos... para después pasarnos la vida intentando cambiar al otro.
Cómo amar lo imperfecto
¿Y cómo podríamos olvidarnos de ser perfeccionistas? Seguramente recuperando nuestra humanidad, que es lo que nos permite desarrollar la capacidad de amar al otro tal cual es, en su completitud, es decir, con sus partes de luz y de sombra. Llegar a amar sus defectos como tendríamos que amar los nuestros.
Porque también nuestros defectos son nuestra mejor definición.
Igual no existe aquello que perseguimos, puede que lo que necesitemos esté justo delante de nuestros ojos y no lo veamos, puede que no haya nada que cambiar ni de lo que somos ni de lo que vivimos.
Como se plantea la escritora francesa Virginie Despentes, “el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada por la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buena ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos [...], nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista”.