Maltrato infantil: cuando el verdugo vive en casa

Las palabras negativas que recibimos en nuestra infancia pueden llegar a dañar profundamente nuestra autoestima. Quitarles su poder, nos libera de su dominio.

Maltrato infantil autoestima

El ser humano nace indefenso y depende de la protección de sus mayores para sobrevivir. De pequeños, y por años, necesitamos que nuestros padres nos cuiden, nos atiendan y que tengan una predisposición positiva para responsabilizarse de nuestro bienestar.

En condiciones normales, papá y mamá se ocupan de sus hijos, pero esto no siempre es así. Bien sea por falta de información, por el estrés de la vida diaria o por la carga de sus propias historias personales, muchos padres no son capaces de atender adecuadamente a sus hijos. Como consecuencia de esta actitud disruptiva de sus cuidadores principales, estos niños pueden llegar a tener graves secuelas en su salud emocional.

Valeria acudió a terapia para trabajar su autoestima. Nunca se había valorado, todo el mundo abusaba de ella y no se sentía merecedora de respeto.

"Siempre pienso que son ellos los que tiene razón cuando me rechazan o me desprecian. Hay algo malo en mí que provoca este desdén. Soy yo la que está mal", me decía.

En consulta, siempre que Valeria recordaba algún episodio de su infancia, se veía haciendo todo lo posible para complacer a su madre. Desde bien pequeña, limpiaba la casa y se encargaba de arreglar todo lo que sus hermanos destrozaban.

Nunca se recordaba jugando, siempre estaba atareada realizando las labores impuestas por su madre. Según me comentó, el único objetivo que albergaba al realizar todos aquellos quehaceres era el de que su madre "estuviera orgullosa de ella".

Sin embargo, por mucho que Valeria se esforzara y cumpliera servilmente todas las tareas que le encomendaran, jamás llegó a ser lo suficientemente aplicada, buena o trabajadora para sus mayores. Durante años, su madre se encargó de señalarle los fallos que cometía, mientras que nunca llegó a apreciar todo el trabajo realizado y lo mucho que su hija la ayudaba; ni tan siquiera, se le ocurrió considerar de forma positiva, ni una sola vez, el esfuerzo de la pequeña al realizar tareas que debían hacer sus hermanos mayores.

A lo largo de su infancia, Valeria jamás pudo permitirse descansar, siempre tenía cosas que hacer. Sin embargo, la pequeña nunca se quejó, ni pensó tan siquiera en hacerlo, lo único que deseaba era que su madre estuviera contenta con ella.

A pesar de los desvelos de la niña, la gratificación tan deseada, el reconocimiento de su madre, nunca llegó. Al contrario, en todo lo que hacía, siempre quedaba el mensaje de "eres una vaga", "una inútil", "todo lo haces al revés" o "no sabes hacer nada".

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Mensajes como estos fueron repetidos tantas veces a lo largo de la infancia de Valeria que, al final, acabaron por convertirse en una demoledora realidad para ella. La pequeña, terminó por asimilar y asumir todas aquellas palabras con las que su madre la describía, con las que su madre, la nombraba y hablaba de ella. Aquellas palabras de su madre, la mujer que era su referencia y quien se suponía que debía cuidarla, se convirtieron en Ley, en Verdad, para la niña.

Año tras año, su autoestima fue socavándose y empequeñeciéndose. Al compararse con los demás, Valeria, cada vez se veía peor, más torpe, más vaga y cada vez, tenía menos fuerzas para defenderse. Se culpaba a sí misma cuando algo salía mal, incluso aunque no hubiera tenido nada que ver en el asunto en cuestión.

Su inseguridad también afectaba a su vida en pareja, no comprendía cómo su marido, a pesar de lo inútil que era (o, mejor dicho, a pesar de lo inútil que ella se percibía) la podía amar.

Cuando vino a mi consulta, Valeria estaba completamente convencida de que la maldición de su madre: "eres una inútil y no vas a conseguir nada en la vida" se había cumplido y con razón. Sin embargo, la realidad era otra muy diferente, ella era la persona más trabajadora y la más resolutiva de su empresa.

Cuando ocurría algún percance, sus compañeros iban siempre en su busca para solicitar su ayuda y para sus jefes, era una trabajadora excelente y así se lo habían hecho saber en varias ocasiones valorando, públicamente, su desempeño. No obstante, a pesar de las alabanzas recibidas y de los datos objetivos, Valeria nunca se sentía merecedora de este trato, siempre pensaba que lo decían por quedar bien, no porque realmente ella fuera buena. La sombra de su madre seguía muy presente en su vida.

Desprogramar esa visión negativa de sí misma fue el trabajo más importante que Valeria realizó en su terapia. Pon fin, pudo valorar todas las cosas que hacía bien cuando era pequeña (también en su presente), descargarse del sentimiento de culpa y ser consciente de cómo su madre la maltrató a diario con palabras y etiquetas que las minusvaloraban y la desvalorizaban.

Liberada de la necesidad de recibir los halagos de su madre, Valeria fue a hablar con ella para decirle que aquellas palabras que le "escupía" de pequeña fueron crueles, falsas y dañinas.

- Ramón -me comentó al contarme la conversación-, cuando me escuchó, se enfadó conmigo, se puso echa una furia y me espetó insultos feos y dañinos, pero, sus palabras, ya no me afectan, sé que no dicen la verdad.

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