Hay temas que, aunque recurrentes, nunca dejarán de requerir nuestra atención. Hoy pienso en esta cuestión al haber notado, desde hace un tiempo, cierta banalización de la importancia que tiene el tipo de relación que cada uno establece consigo mismo, con su vida, con su tarea y con sus creencias.
Sintonizarse con uno mismo
Este asunto, que hoy prefiero llamar directamente con su nombre más técnico, es la actitud “ego sintónica”, un concepto que excede al más popular término “autoestima”, aunque lo incluya. En el fondo, tener una relación sana con uno mismo no consiste solo en saberse valioso, tampoco se trata simplemente de pensar bien de uno; no es un tema de sentimientos ni de un sistema de creencias adecuado, es más bien una manera de actuar y vivir la propia vida.
Este desafío se vuelve más difícil cuando asumimos que esa armonía del pensar, el sentir y el hacer no debería apoyarse en ningún tipo de comparación con otros, ya que, por definición, esa sincronía empieza y termina en mí mismo y, por supuesto, no se apoya en el listado de mis virtudes.
Ni tampoco en el ocultamiento de mis defectos, ya que una actitud como esa me esclavizará a ellos y me obligará a vivir tratando de esconder los aspectos menos “virtuosos” de mi ser, dando lugar a secretas vergüenzas o a justificar las siniestras conductas de autodesprecio: la llamada “ego distonía” (para completar la lista de términos técnicos).
Los ego distónico
Los he visto en mi consultorio muchas veces: los ego distónicos son personas que llegan sintiendo una insatisfacción general. Muchas veces, su realidad es razonablemente buena y dicen ser envidiados por otros por “tener” lo que no llegan a disfrutar, se quejan de su baja autoestima y aseguran sentirse atrapados en esa penosa situación.
No pueden dejar de tener algunas de las “despreciables” características que los atormentan, sin notar que, al proponerse cambiar (para agradar a otros), necesariamente confirman que no son “queribles” así como son.
Para salir de este atolladero, es importante redefinir algunos conceptos, que a fuerza de ser repetidos se han quedado casi sin significado. Hace ya veinte años escribí el libro De la autoestima al egoísmo, título que, obviamente, sugería que hablaría yo a favor de aquella y en contra de este, cuando en realidad hacía justamente lo contrario, retomando la necesidad de descubrir el “buen egoísmo”.
Cómo tener armonía interior
La sintonía armónica no es otra cosa que la capacidad de mirarme con honestidad y evaluarme adecuadamente, reconocer tanto mis aspectos fuertes como los débiles, mis aspectos nutritivos y los tóxicos, mis luces y mis oscuridades, mis aciertos y mis necedades...
Tener una buena y saludable armonía interior no consiste en pensar que soy fantástico en todo (negando lo que la realidad me devuelve), sino en reconocerme tal cual soy y sentirme satisfecho y orgulloso de eso, aun cuando de inmediato pueda decidir ocuparme de trabajar mis aspectos más grises.
Uno debería preguntarse: ¿Por qué buscamos infatigablemente ser maravillosos?
Seguramente porque pensamos que solo así los otros podrán querernos, que solo se quieren las virtudes, los méritos y los logros de los demás. Y, sin embargo, si nos detenemos un segundo a considerar por qué queremos a quienes queremos, nos daremos cuenta de que nuestro amor poco tiene que ver con cuán exitosos sean.
¿Queremos más a un amigo cuando consigue un ascenso? ¿Queremos más a nuestra esposa si adelgaza un par de kilos? ¿Queremos más a un hijo si aprueba sus exámenes? Seguro que no (y si la respuesta fuera que sí, tu amor no es un gran amor que digamos).
Amarse como a los demás
Si te preguntan por qué amas a los que amas, lo más seguro es que respondas: “No lo sé, porque sí. Porque es quien es. Por la felicidad que me da que esté a mi lado”. El verdadero amor no se nutre de cuán bueno, correcto, fuerte, inteligente, bello o valiente sea quien amamos; se nutre de su sola existencia (como dice Joseph Zinker).
Hagamos un ejercicio. Pregúntate:
Cuando amo a una persona, ¿qué hago con ella? ¿Cómo la trato?
Cuando amo a una persona, yo...
... intento hacerla feliz.
... no soy tan duro con ella cuando se equivoca.
... valoro su esfuerzo, no sus resultados.
... le hago mimos.
... le compro las cosas que le gustan.
... la protejo.
... respeto su opinión.
... no pretendo que sea diferente de lo que es.
... la perdono.
... la aliento a perseguir sus deseos.
... cuido su salud.
... le sonrío y le digo cuánto la quiero.
¿Sería tu lista parecida a esta? ¿Agregarías algo?
Bien. Respira...
Y ahora, después de un pausa, pregúntate:
¿Cuántas de estas cosas haces por ti? Lo más probable es que muchas de ellas queden eliminadas.
Una buena y fácil receta para ponerse ego sintónico consiste en tomar tu lista y comenzar a hacer por ti, una a una, todas estas cosas que haces por aquellos que más amas.
Muchas veces creemos que para ser dignos de amor debemos ser portadores de destrezas extraordinarias. Pensamos que para que alguien quiera prestarnos atención o escucharnos con interés deberíamos haber conquistado saberes arcanos o talentos deslumbrantes.
Sin embargo, para convertirse en alguien valioso para alguien también valioso basta con la convicción de que “algo” se puede aportar, poco o mucho, pero valioso. El mejor compañero de ruta no es el que todo lo sabe o todo lo puede, sino aquel que se atreve a ser quien es y te invita a compartirlo.