El amor puede cambiar el mundo

Cuando nos vinculamos al conjunto de los seres vivos, podemos comprometernos para crear bienestar, armonía y buen trato, transformarnos y transformar nuestro entorno.

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Somos seres sociales, necesitamos amar y sentirnos amados, crear lazos, vínculos con las personas y con nuestro medio. Pero ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al amor?

Lo que llamamos amor en nuestra sociedad es una de las muchas manifestaciones amorosas. La experiencia amorosa es universal; todas y todos podemos experimentarla, forma parte de nuestra condición. Pero la forma en que se vive o se materializa, lo que llamaríamos el vínculo amoroso, está muy condicionada por los valores socioculturales, que se aprenden –inconsciente y emocionalmente– a través de los agentes sociales (familia, escuela, medios
de comunicación...), y también por cómo hemos establecido los primeros vínculos y cómo hemos vivido nuestra historia personal y configurado nuestro mundo sensoafectivo.

La experiencia amorosa no puede reducirse a la pareja, una de sus formas socioculturales, porque es universal.

Así pues, cuando hablamos de amor, en muchos casos nos referimos a una forma limitada y condicionada de amor. Y no solo eso, también solemos pensar únicamente en la relación romántica, en el enamoramiento, en la pareja. En nuestra sociedad, el amor constituye –al menos teóricamente– la base de la estructura de la pareja.

El amor como experiencia plena

La experiencia amorosa, cuando se da, cuando aparece de manera inesperada o suavemente gota a gota sin apenas percibirla, genera todo un movimiento en nuestra vida, una explosión de energía, de vitalidad. Aun así, una cosa es experimentar el amor y otra, construir un vínculo y mantenerlo, porque, además de contar con la capacidad de amar, hay también que contar con la capacidad y el arte de convivir (vivir con).

Pero el amor es algo mucho más amplio que puede sentirse, manifestarse y expresarse se tenga o no pareja. Podríamos hablar de dos formas de vivir el amor: la experiencia de amor universal y el amor social (y personal). La experiencia amorosa no te la da una pareja, es una capacidad personal que tenemos y que se puede plasmar también, pero no solo, en una pareja. A esa capacidad amorosa es a lo que llamo amor universal: una vivencia que experimentamos en situaciones concretas en que sentimos una conexión profunda con la humanidad, cuando nos percibimos vinculados con los seres humanos, con los animales, con la naturaleza...

Sentimos que hay algo que nos une; es una vivencia de amor incondicional. Esta es una capacidad que tiene cualquier ser humano, no importa su raza, sexo o edad. Todos y todas tenemos esa capacidad de amor y conexión, de sentirnos parte de algo: del universo, del cosmos, de la naturaleza, de la humanidad.

Cuando somos conscientes de ello, las personas no nos encontramos solas porque estamos conectadas, formamos “parte de”, sentimos el vínculo que nos une, la plenitud del amor que poseemos y podemos dar. Y a la vez que damos, recibimos. Dar y recibir amor genera placer, produce bienestar; por lo tanto, es una fuente de salud y favorece las relaciones de buen trato.

Crear proyectos de amor para mejorar el mundo

Como personas, y al margen de nuestras circunstancias, siempre podemos nutrirnos de la experiencia del amor universal creando proyectos de amor. Llamo proyecto de amor a ese “contrato de buen trato” al que llegamos con nosotros mismos, con nuestras relaciones, con la vida, con la naturaleza. Es un compromiso personal.

Parte de la conciencia que tenemos sobre nuestra capacidad para crear y para vincularnos más armónicamente desde el bienestar y para el bienestar. Estos proyectos a veces son muy personales; en ocasiones son compartidos con otras personas, y otras veces son proyectos de amor que redundan directamente en la comunidad, en la naturaleza o en la sociedad.

Hemos de desarrollar el amor propio, tomar conciencia de que nuestra vida nos pertenece y queremos vivir bien: ese es el primer proyecto de amor.

En el ámbito social, los proyectos de amor pueden consistir, por ejemplo, en implicarse para poner en práctica otro tipo de valores:

  • Frente a la pelea, la competencia, el individualismo o la jerarquía, proponer la igualdad con respeto a las diferencias, la complementariedad, el respeto a la individualidad sin ser individualistas sino cooperando y complementándonos con los demás, la equidad...
  • Comprometerse para favorecer el equilibrio de la naturaleza (ríos limpios, salvaguardar bosques...).
  • Tratar de ayudar a personas de cualquier edad que viven situaciones difíciles.

No podemos abarcarlo todo, pero siempre podemos tomar algún pequeño compromiso y sentir que contribuimos a hacer un mundo mejor.

Seguramente, algunos de nuestros comportamientos sociales son proyectos de amor aunque no lo sepamos y creo que es importante denominarlos así para poder sentir la energía que ponemos en ellos.

Pensemos, por ejemplo, cuando hay una catástrofe, una guerra, y vemos a gente que sufre, que se siente impotente, que tiene miedo. O quizás no lo vemos, simplemente lo intuimos. Y se desencadena en nuestro interior un impulso amoroso, un deseo de ayudar, proteger, cuidar a niños o niñas, mujeres, hombres, personas mayores a quienes no conocemos siquiera, un impulso de establecer contacto, ir en su ayuda o enviar ayuda por cualquier medio.

Eso es un proyecto de amor.

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